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80 años de Hiroshima: el coronel que soltó la bomba, el nombre de su madre, el consejo de Oppenheimer… y la tercera que no fue

6 de agosto de 1945. El coronel Paul Tibbets, de apenas 30 años, piloteaba el bombardero B-29 que había bautizado con el nombre de su madre: Enola Gay. La noche anterior, él mismo había dado la orden de que lo pintaran sobre la trompa del avión con letras grandes, en imprenta y negras. Como si supiera (o al menos intuyera) que ese nombre iba a quedar grabado en la historia.

Esa mañana, lo acompañaba el comandante Robert Lewis, de 27 años. En la bodega transportaban una carga sin precedentes: una bomba de uranio apodada irónicamente “Little Boy”.

A las 8:15, mientras volaban a más de 9000 metros de altura, Tibbets ejecutó la orden. La escotilla se abrió y la bomba cayó. En el mismo instante, el avión hizo un brusco giro para escapar de la onda expansiva. Apenas unos segundos después, el cielo sobre Hiroshima se iluminó de una forma que nadie había visto jamás.

“Fue una maldita gran explosión”, diría Tibbets varios años después, sin remordimiento. Sin embargo, Lewis, el copiloto del vuelo, no percibió lo mismo y escribió en su diario una frase que lo perseguiría de por vida: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”.

Paul Tibbets frente al B-29 Enola Gay, el avión que pilotó hacia Hiroshima y desde el cual lanzó la primera bomba atómica de la historia, el 6 de agosto de 1945. (Foto: Photo12/Universal Images Group vía Getty Images)

El hombre detrás del piloto

Paul Warfield Tibbets Jr. era un militar marcado por la disciplina y la obediencia. Nació en Illinois en 1915 y, desde chico, soñaba con volar. Su padre, un comerciante de ideas tradicionales, quería que estudiara Medicina y lo alentó a seguir esa dirección. Sin embargo, después de un año en la universidad, el joven se dio cuenta que su vocación estaba en el aire. Su madre, que tenía un carácter más compresivo, fue la única que apoyó cuando decidió dejar los estudios para convertirse en piloto. En una entrevista, el propio Tibbets contó cómo fue la reacción de sus padres: “‘Te mandé a la universidad, te compré autos… pero de ahora en más estás solo. Si querés matarte, hacélo, no me importa’, dijo mi padre. Y mi mamá, me miró y en voz baja, me dijo: ‘Paul, si querés volar aviones hacélo, vas a estar bien’“.

Y ese pequeño apoyo fue suficiente. En 1937, con 22 años, se alistó en el Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos, antecesor de la USAAF (United States Army Air Forces), y comenzó su formación como piloto de bombarderos.

Tuvo un desempeño tan bueno que enseguida se convirtió en uno de los mejores pilotos de bombarderos del ejército. Era respetado por su precisión y temple. Fue esa fama la que lo llevó, en septiembre de 1944, a una reunión secreta con el general Leslie Groves, jefe del Proyecto Manhattan. Allí, sin demasiados rodeos, le contaron que lo habían elegido para comandar una unidad que debía entrenarse para lanzar un arma completamente nueva, de un tipo jamás usado. No le dieron detalles. Solo le dijeron: “Cuando esto explote, vas a querer estar muy lejos”.

Tibbets no hizo demasiadas preguntas. Y aceptó la misión sin vacilar.

Proyecto Manhattan

El Proyecto Manhattan fue uno de los emprendimientos científicos y militares más ambiciosos del siglo XX.

Nació en secreto en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, y reunió a centenares de científicos, entre ellos Robert Oppenheimer, Enrico Fermi y Niels Bohr, con el objetivo de desarrollar la primera bomba atómica antes de que lo hiciera la Alemania nazi.

Recibió ese nombre porque la sede inicial del proyecto se ubicó en Manhattan, en la ciudad de Nueva York. Luego, la operación se extendió por distintos laboratorios y bases en todo Estados Unidos, pero su núcleo más avanzado funcionaba en Los Álamos, Nuevo México, bajo una estricta vigilancia militar.

Lo que en un principio fue pensado como un proyecto defensivo, pronto se convirtió en una carrera por desarrollar el arma más poderosa del mundo. Para 1945, las pruebas confirmaban que la bomba era una realidad. El 16 de julio de ese año, en el desierto de Alamogordo, Nuevo México, se llevó a cabo una detonación controlada: la prueba Trinity, la primera prueba nuclear realizada por los Estados Unidos.

Faltaba un solo paso: encontrar al piloto capaz de llevarla y soltarla. Y Paul Tibbets ya estaba listo.

“Mis muchachos”

Tibbets fue trasladado a una base en Wendover, Utah, con el objetivo de reclutar y entrenar a los hombres que volarían con él.

Su objetivo era formar un escuadrón especial para una misión sin precedentes: el 509º Grupo de Operaciones (509th Composite Group). Tibbets eligió personalmente a cada uno de sus miembros. ¿El perfil? Precisión, sangre fría y obediencia absoluta. Sabía que la operación que se avecinaba no podía fallar.

La tripulación estadounidense del avión B-29

Los elegidos fueron: Bob Lewis, su copiloto, a quien describió como “un piloto perfectamente capaz”. También eligió a Theodore “Dutch” Van Kirk como navegante. Hubo tres ingenieros de vuelo: Wyatt Duzenbury, John Kerrick, también ingeniero de vuelo, sería asignado más tarde a la misión sobre Nagasaki, junto con Charles W. Sweeney. El bombardero Tom Ferebee fue el único del grupo que había volado antes junto a Tibbets en combate; esa confianza previa pesó en su elección. La mayoría no solo poseía experiencia, sino también una característica clave que Tibbets valoraba por encima de todo: la capacidad de mantener la calma bajo presión. “Mis muchachos estaban todos capacitados en lo que estaban haciendo y no me preocupaba por eso”, diría luego en una entrevista a Weeks Air Museum, en mayo 2000.

Mientras tanto, el avión también se preparaba. El modelo elegido fue el B‑29, especialmente modificado para transportar una bomba atómica. Aunque los primeros B-29, construidos por Boeing, presentaron serios problemas, sobre todo con incendios en los motores. “Hasta ese momento, yo ni siquiera sabía que existía el B-29. Era un proyecto muy secreto. Se empezó a hablar más del avión cuando Edmund Allen, piloto de pruebas y también ingeniero del proyecto, murió en un accidente. Su avión tuvo un incendio en pleno vuelo y se estrelló cerca del aeropuerto, contra una planta de procesamiento de carne. Con él, se perdió toda la experiencia acumulada sobre el B-29”, recordó Tibbets.

Después de la muerte del experto y frente a los problemas que presentaba la aeronave, Boeing planteó al gobierno la posibilidad interrumpir la construcción de esos aviones. “El gobierno les respondió ‘ya les dimos 50 millones de dólares. Si no quieren construirlo, está bien. Devuelvan el dinero y le damos el contrato a otro fabricante’. Al final, Boing aceptó continuar, pero dijo que no sería responsable de su desempeño”, explicó.

Tibbets eligió la nave directamente de la línea de producción y fue el segundo en volar (después de Allen) el B-29. “Aprendí a volarlo. Durante el año que estuve en pruebas, acumulé más horas de vuelo en el B‑29 que cualquier otro piloto. No era tan misterioso, pero al principio no sabía ni como arrancar los motores”, reconocería, luego.

Decidió bautizarlo Enola Gay en honor a su madre. “Sabía que el avión iba a ser famoso. No quería que hubiera duplicación de nombres. Nadie había escuchado el nombre Enola Gay antes de eso”, reconoció años después Tibbets en una entrevista.

El Enola Gay no era simplemente otro B‑29. Formaba parte del programa especial Silverplate: una serie de bombarderos modificados para transportar armas atómicas. A diferencia de los modelos estándar, este avión había sido despojado de su blindaje y de casi toda su artillería defensiva, lo que lo hacía más liviano, veloz y maniobrable frente a posibles ataques enemigos. Además, su bodega fue rediseñada para liberar una bomba de tamaño y peso inusuales. Tibbets pidió 15 aeronaves nuevas para su escuadrón, sin uso previo por parte de otros pilotos. Años después, al reencontrarse con el avión restaurado en un museo, lo recordó con gratitud y orgullo: “Le exigí lo máximo, y nunca me falló”.

Mapa de las rutas seguidas durante las misiones de bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki, los días 6 y 9 de agosto de 1945. En la segunda operación, el objetivo inicial era Kokura, pero las malas condiciones climáticas impidieron una visión clara, por lo que se optó por lanzar la bomba sobre el blanco secundario: Nagasaki.

El día D

En mayo de 1945, Tibbets y el recién formado 509º Grupo de Operaciones comenzaron el traslado desde Utah hacia el Pacífico. Su destino era la isla de Tinian, en el archipiélago de las Marianas, una base militar clave desde donde se lanzarían las misiones contra Japón. Una vez instalados, comenzaron con las prácticas intensivas: vuelos a gran altitud, lanzamientos de bombas simuladas y rutinas para afinar cada detalle de la operación.

Mientras tanto, la bomba, Little Boy, de uranio puro [a diferencia de Fat Man, la bomba que destruyó Nagasaki, que era de Plutonio] llegó a Tinian en varias partes, una en avión y otra en crucero, para reducir los riesgos de pérdida total en caso de un incidente. Sobre el poder destructivo de la bomba, Tibbets recordó: “Lo único que me dijeron es iba a explotar con la fuerza de 20.000 toneladas de TNT. Yo nunca había visto estallar ni una libra de TNT. Lo único que pensé fue: esto va a ser una explosión enorme”.

Una de las preparaciones más críticas fue aprender a escapar de la explosión. Fue el propio Oppenheimer quien le dio a Tibbets las indicaciones sobre cómo alejarse del lugar después de lanzar la bomba. Le explicó que no podían seguir en línea recta porque eso los iba a dejar justo encima del punto de la explosión. En cambio, debían girar de inmediato, siguiendo una “trayectoria tangente a la onda expansiva”. Tibbets, con dudas, le preguntó qué significaba eso exactamente. Oppenheimer fue claro: “Girá 159 grados en cualquier dirección, tan rápido como puedas. Así vas a estar lo más lejos posible cuando detone la bomba”, recordó años después el piloto.

Este documento, fechado el 5 de agosto de 1945, detalla la orden de operaciones para la misión más trascendental del 509th Composite Group: el bombardeo atómico sobre Hiroshima. Allí se asignan los aviones, tripulaciones, horarios de despegue y tareas específicas. El piloto Paul Tibbets figura al mando del avión número 82, el Enola Gay, encargado de lanzar una bomba 'especial'. La orden, está firmada por el mayor James Hopkins.

Fue entonces cuando Tibbets comprendió que tendría entre 40 y 42 segundos desde el momento del lanzamiento hasta la detonación, que ocurriría a unos 1.500 pies de altura (aproximadamente 450 metros, casi lo mismo que mide el Empire State Building con su antena). Comenzó a practicar la maniobra una y otra vez, hasta poder completarla con precisión dentro del tiempo estimado. Durante los ensayos, la cola del avión “temblaba dramáticamente” y en más de una ocasión temió que se rompiera. Pero sabía que ese giro podía ser la diferencia entre regresar a con vida o no hacerlo.

Finalmente, la orden llegó un sábado por la tarde: el presidente Harry Truman autorizaba el uso de la bomba atómica. “Úsenlas como crean conveniente”, fue el mensaje que les transmitieron. El domingo 6 de agosto de 1945, a las 2:15 de la madrugada, Paul Tibbets y su tripulación despegaron desde la isla de Tinian a bordo del Enola Gay, rumbo a su objetivo: Hiroshima. La ciudad había sido seleccionada por su importancia estratégica. Allí funcionaban centros de comando militar, fábricas de armamento y depósitos logísticos.

La bomba fue lanzada a las 8:15 am. “Cuando la bomba salió del avión, volvimos al control manual e hicimos un giro excesivamente pronunciado para poner la máxima distancia entre nosotros y la explosión. Cuando sentimos la onda expansiva en el avión supimos que había estallado y todo había sido un éxito”, dijo. Más tarde, los científicos calcularon que el Enola Gay estaba a 16 kilómetros cuando la bomba explotó.

“La bomba de Hiroshima no formó un hongo. Era negra como el infierno y tenía luz y colores blanco y gris, en la cima parecía un árbol de navidad plegado… En un microsegundo, la ciudad de Hiroshima dejó de existir”, reflexionó Tibbets tiempo después, en una entrevista para The Guardian.

La columna de humo y fuego generada por la bomba atómica sobre Hiroshima, captada entre dos y cinco minutos después de la explosión

Hiroshima tenía en 1945 una población de alrededor de 350.000 personas. La bomba fue devastadora: entre 70.000 y 80.000 murieron en el acto, muchas completamente desintegradas o calcinadas. Se estima que en el centro de la explosión la temperatura superó los 300.000 grados centígrados, lo que incendió el aire circundante y creó una bola de fuego de unos 280 metros de diámetro en menos de un segundo. Al finalizar el año, el número de víctimas superaba las 140.000, debido a heridas graves, quemaduras y enfermedades provocadas por la radiación. Los sobrevivientes, conocidos como hibakusha, sufrieron secuelas de por vida como leucemia, distintos tipos de cáncer, malformaciones genéticas y enfermedades crónicas.

El impacto de la bomba fue tan violento que incluso edificaciones de concreto colapsaron o quedaron al borde del derrumbe.

La vida después del horror

Durante el vuelo de regreso a Tinian, Tibbets estaba completamente agotado: llevaba más de 35 horas sin dormir. Activó el piloto automático, le pidió Lewis, su copiloto, que vigilara los controles y se recostó para descansar. La misión, ida y vuelta, había durado 12 horas y 2 minutos.

“Al llegar, ya todos sabían lo que habíamos hecho. Aunque despegamos en total secreto, al volver había cámaras por todas partes”, contó Tibbets.

“Después de la misión, mi vida cambió. No buscaba reconocimiento ni publicidad. Solo hice mi trabajo”, dijo años después. A diferencia de otros miembros del Proyecto Manhattan o incluso de su propia tripulación, nunca expresó remordimiento por su papel en Hiroshima.

Enseguida The New York Times publicó un comunicado oficial de la Casa Blanca y del Departamento de Guerra de los Estados Unidos, anunciando que se había lanzado una bomba atómica sobre Japón, con un poder equivalente al de miles de toneladas de TNT.

Siempre sostuvo que su misión, por terrible que hubiera sido, había servido para terminar la guerra. “Estoy orgulloso de haber comenzado desde cero, planearlo y lograr que funcionara perfectamente… Duermo tranquilo todas las noches”, dijo el hombre que cambió el curso de la historia con un solo vuelo.

Después de retirarse del servicio militar en 1966, Tibbets continuó su carrera en la aviación civil. Siempre rechazó homenajes oficiales y pidió que el día de su muerte no hubiera funeral ni lápida, para evitar protestas o actos de violencia. El 1 de noviembre de 2007, Tibbets falleció en la tranquilidad de su hogar en Columbus, Ohio, a los 92 años. Sus cenizas fueron esparcidas sobre el mar en una ceremonia privada.

La bomba que no fue

En una entrevista publicada en agosto de 2002 en The Guardian, Tibbets contó que, tras el lanzamiento de las dos bombas atómicas, había una tercera lista para ser usada.

“La primera bomba explotó y no se escuchó nada de los japoneses durante dos o tres días. Se lanzó la segunda y otra vez estuvieron en silencio”, relató.

La nube sobre Hiroshima, entre dos y cinco minutos después de la explosión. Y la nube hongo sobre Nagasaki

Entonces recibió una llamada del general Curtis LeMay, jefe del Estado Mayor de las fuerzas aéreas en el Pacífico, quien le preguntó:

-¿Tenés otra de esas malditas cosas?

-Sí, señor, respondió Tibbets.

-¿Dónde está?, insistió LeMay.

-En Utah.

-Traela. Vos y tu tripulación la van a volar.

-Sí, señor.

Según contó, la orden fue inmediata: su equipo preparó todo y la bomba fue enviada hacia el Pacífico, pero al llegar al punto de embarque en California, la guerra ya había terminado. Cuando le preguntaron qué tenía en mente LeMay con esa tercera bomba, Tibbets fue claro: “Nadie lo sabe”.

Tres días después, la segunda bomba cayó sobre Japón. Pero, a diferencia de la operación precisa que llevó a Hiroshima, la misión sobre Nagasaki estuvo marcada por contratiempos. El avión Bockscar tenía como objetivo inicial la ciudad de Kokura, pero una espesa cobertura de nubes y humo impidió localizar el blanco. Tras varios intentos fallidos y con poco combustible, el comandante Charles Sweeney decidió cambiar de rumbo y lanzar la bomba sobre el objetivo secundario: Nagasaki. Pero esa es otra historia.

6 de agosto de 1945. El coronel Paul Tibbets, de apenas 30 años, piloteaba el bombardero B-29 que había bautizado con el nombre de su madre: Enola Gay. La noche anterior, él mismo había dado la orden de que lo pintaran sobre la trompa del avión con letras grandes, en imprenta y negras. Como si supiera (o al menos intuyera) que ese nombre iba a quedar grabado en la historia.

Esa mañana, lo acompañaba el comandante Robert Lewis, de 27 años. En la bodega transportaban una carga sin precedentes: una bomba de uranio apodada irónicamente “Little Boy”.

A las 8:15, mientras volaban a más de 9000 metros de altura, Tibbets ejecutó la orden. La escotilla se abrió y la bomba cayó. En el mismo instante, el avión hizo un brusco giro para escapar de la onda expansiva. Apenas unos segundos después, el cielo sobre Hiroshima se iluminó de una forma que nadie había visto jamás.

“Fue una maldita gran explosión”, diría Tibbets varios años después, sin remordimiento. Sin embargo, Lewis, el copiloto del vuelo, no percibió lo mismo y escribió en su diario una frase que lo perseguiría de por vida: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”.

Paul Tibbets frente al B-29 Enola Gay, el avión que pilotó hacia Hiroshima y desde el cual lanzó la primera bomba atómica de la historia, el 6 de agosto de 1945. (Foto: Photo12/Universal Images Group vía Getty Images)

El hombre detrás del piloto

Paul Warfield Tibbets Jr. era un militar marcado por la disciplina y la obediencia. Nació en Illinois en 1915 y, desde chico, soñaba con volar. Su padre, un comerciante de ideas tradicionales, quería que estudiara Medicina y lo alentó a seguir esa dirección. Sin embargo, después de un año en la universidad, el joven se dio cuenta que su vocación estaba en el aire. Su madre, que tenía un carácter más compresivo, fue la única que apoyó cuando decidió dejar los estudios para convertirse en piloto. En una entrevista, el propio Tibbets contó cómo fue la reacción de sus padres: “‘Te mandé a la universidad, te compré autos… pero de ahora en más estás solo. Si querés matarte, hacélo, no me importa’, dijo mi padre. Y mi mamá, me miró y en voz baja, me dijo: ‘Paul, si querés volar aviones hacélo, vas a estar bien’“.

Y ese pequeño apoyo fue suficiente. En 1937, con 22 años, se alistó en el Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos, antecesor de la USAAF (United States Army Air Forces), y comenzó su formación como piloto de bombarderos.

Tuvo un desempeño tan bueno que enseguida se convirtió en uno de los mejores pilotos de bombarderos del ejército. Era respetado por su precisión y temple. Fue esa fama la que lo llevó, en septiembre de 1944, a una reunión secreta con el general Leslie Groves, jefe del Proyecto Manhattan. Allí, sin demasiados rodeos, le contaron que lo habían elegido para comandar una unidad que debía entrenarse para lanzar un arma completamente nueva, de un tipo jamás usado. No le dieron detalles. Solo le dijeron: “Cuando esto explote, vas a querer estar muy lejos”.

Tibbets no hizo demasiadas preguntas. Y aceptó la misión sin vacilar.

Proyecto Manhattan

El Proyecto Manhattan fue uno de los emprendimientos científicos y militares más ambiciosos del siglo XX.

Nació en secreto en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, y reunió a centenares de científicos, entre ellos Robert Oppenheimer, Enrico Fermi y Niels Bohr, con el objetivo de desarrollar la primera bomba atómica antes de que lo hiciera la Alemania nazi.

Recibió ese nombre porque la sede inicial del proyecto se ubicó en Manhattan, en la ciudad de Nueva York. Luego, la operación se extendió por distintos laboratorios y bases en todo Estados Unidos, pero su núcleo más avanzado funcionaba en Los Álamos, Nuevo México, bajo una estricta vigilancia militar.

Lo que en un principio fue pensado como un proyecto defensivo, pronto se convirtió en una carrera por desarrollar el arma más poderosa del mundo. Para 1945, las pruebas confirmaban que la bomba era una realidad. El 16 de julio de ese año, en el desierto de Alamogordo, Nuevo México, se llevó a cabo una detonación controlada: la prueba Trinity, la primera prueba nuclear realizada por los Estados Unidos.

Faltaba un solo paso: encontrar al piloto capaz de llevarla y soltarla. Y Paul Tibbets ya estaba listo.

“Mis muchachos”

Tibbets fue trasladado a una base en Wendover, Utah, con el objetivo de reclutar y entrenar a los hombres que volarían con él.

Su objetivo era formar un escuadrón especial para una misión sin precedentes: el 509º Grupo de Operaciones (509th Composite Group). Tibbets eligió personalmente a cada uno de sus miembros. ¿El perfil? Precisión, sangre fría y obediencia absoluta. Sabía que la operación que se avecinaba no podía fallar.

La tripulación estadounidense del avión B-29

Los elegidos fueron: Bob Lewis, su copiloto, a quien describió como “un piloto perfectamente capaz”. También eligió a Theodore “Dutch” Van Kirk como navegante. Hubo tres ingenieros de vuelo: Wyatt Duzenbury, John Kerrick, también ingeniero de vuelo, sería asignado más tarde a la misión sobre Nagasaki, junto con Charles W. Sweeney. El bombardero Tom Ferebee fue el único del grupo que había volado antes junto a Tibbets en combate; esa confianza previa pesó en su elección. La mayoría no solo poseía experiencia, sino también una característica clave que Tibbets valoraba por encima de todo: la capacidad de mantener la calma bajo presión. “Mis muchachos estaban todos capacitados en lo que estaban haciendo y no me preocupaba por eso”, diría luego en una entrevista a Weeks Air Museum, en mayo 2000.

Mientras tanto, el avión también se preparaba. El modelo elegido fue el B‑29, especialmente modificado para transportar una bomba atómica. Aunque los primeros B-29, construidos por Boeing, presentaron serios problemas, sobre todo con incendios en los motores. “Hasta ese momento, yo ni siquiera sabía que existía el B-29. Era un proyecto muy secreto. Se empezó a hablar más del avión cuando Edmund Allen, piloto de pruebas y también ingeniero del proyecto, murió en un accidente. Su avión tuvo un incendio en pleno vuelo y se estrelló cerca del aeropuerto, contra una planta de procesamiento de carne. Con él, se perdió toda la experiencia acumulada sobre el B-29”, recordó Tibbets.

Después de la muerte del experto y frente a los problemas que presentaba la aeronave, Boeing planteó al gobierno la posibilidad interrumpir la construcción de esos aviones. “El gobierno les respondió ‘ya les dimos 50 millones de dólares. Si no quieren construirlo, está bien. Devuelvan el dinero y le damos el contrato a otro fabricante’. Al final, Boing aceptó continuar, pero dijo que no sería responsable de su desempeño”, explicó.

Tibbets eligió la nave directamente de la línea de producción y fue el segundo en volar (después de Allen) el B-29. “Aprendí a volarlo. Durante el año que estuve en pruebas, acumulé más horas de vuelo en el B‑29 que cualquier otro piloto. No era tan misterioso, pero al principio no sabía ni como arrancar los motores”, reconocería, luego.

Decidió bautizarlo Enola Gay en honor a su madre. “Sabía que el avión iba a ser famoso. No quería que hubiera duplicación de nombres. Nadie había escuchado el nombre Enola Gay antes de eso”, reconoció años después Tibbets en una entrevista.

El Enola Gay no era simplemente otro B‑29. Formaba parte del programa especial Silverplate: una serie de bombarderos modificados para transportar armas atómicas. A diferencia de los modelos estándar, este avión había sido despojado de su blindaje y de casi toda su artillería defensiva, lo que lo hacía más liviano, veloz y maniobrable frente a posibles ataques enemigos. Además, su bodega fue rediseñada para liberar una bomba de tamaño y peso inusuales. Tibbets pidió 15 aeronaves nuevas para su escuadrón, sin uso previo por parte de otros pilotos. Años después, al reencontrarse con el avión restaurado en un museo, lo recordó con gratitud y orgullo: “Le exigí lo máximo, y nunca me falló”.

Mapa de las rutas seguidas durante las misiones de bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki, los días 6 y 9 de agosto de 1945. En la segunda operación, el objetivo inicial era Kokura, pero las malas condiciones climáticas impidieron una visión clara, por lo que se optó por lanzar la bomba sobre el blanco secundario: Nagasaki.

El día D

En mayo de 1945, Tibbets y el recién formado 509º Grupo de Operaciones comenzaron el traslado desde Utah hacia el Pacífico. Su destino era la isla de Tinian, en el archipiélago de las Marianas, una base militar clave desde donde se lanzarían las misiones contra Japón. Una vez instalados, comenzaron con las prácticas intensivas: vuelos a gran altitud, lanzamientos de bombas simuladas y rutinas para afinar cada detalle de la operación.

Mientras tanto, la bomba, Little Boy, de uranio puro [a diferencia de Fat Man, la bomba que destruyó Nagasaki, que era de Plutonio] llegó a Tinian en varias partes, una en avión y otra en crucero, para reducir los riesgos de pérdida total en caso de un incidente. Sobre el poder destructivo de la bomba, Tibbets recordó: “Lo único que me dijeron es iba a explotar con la fuerza de 20.000 toneladas de TNT. Yo nunca había visto estallar ni una libra de TNT. Lo único que pensé fue: esto va a ser una explosión enorme”.

Una de las preparaciones más críticas fue aprender a escapar de la explosión. Fue el propio Oppenheimer quien le dio a Tibbets las indicaciones sobre cómo alejarse del lugar después de lanzar la bomba. Le explicó que no podían seguir en línea recta porque eso los iba a dejar justo encima del punto de la explosión. En cambio, debían girar de inmediato, siguiendo una “trayectoria tangente a la onda expansiva”. Tibbets, con dudas, le preguntó qué significaba eso exactamente. Oppenheimer fue claro: “Girá 159 grados en cualquier dirección, tan rápido como puedas. Así vas a estar lo más lejos posible cuando detone la bomba”, recordó años después el piloto.

Este documento, fechado el 5 de agosto de 1945, detalla la orden de operaciones para la misión más trascendental del 509th Composite Group: el bombardeo atómico sobre Hiroshima. Allí se asignan los aviones, tripulaciones, horarios de despegue y tareas específicas. El piloto Paul Tibbets figura al mando del avión número 82, el Enola Gay, encargado de lanzar una bomba 'especial'. La orden, está firmada por el mayor James Hopkins.

Fue entonces cuando Tibbets comprendió que tendría entre 40 y 42 segundos desde el momento del lanzamiento hasta la detonación, que ocurriría a unos 1.500 pies de altura (aproximadamente 450 metros, casi lo mismo que mide el Empire State Building con su antena). Comenzó a practicar la maniobra una y otra vez, hasta poder completarla con precisión dentro del tiempo estimado. Durante los ensayos, la cola del avión “temblaba dramáticamente” y en más de una ocasión temió que se rompiera. Pero sabía que ese giro podía ser la diferencia entre regresar a con vida o no hacerlo.

Finalmente, la orden llegó un sábado por la tarde: el presidente Harry Truman autorizaba el uso de la bomba atómica. “Úsenlas como crean conveniente”, fue el mensaje que les transmitieron. El domingo 6 de agosto de 1945, a las 2:15 de la madrugada, Paul Tibbets y su tripulación despegaron desde la isla de Tinian a bordo del Enola Gay, rumbo a su objetivo: Hiroshima. La ciudad había sido seleccionada por su importancia estratégica. Allí funcionaban centros de comando militar, fábricas de armamento y depósitos logísticos.

La bomba fue lanzada a las 8:15 am. “Cuando la bomba salió del avión, volvimos al control manual e hicimos un giro excesivamente pronunciado para poner la máxima distancia entre nosotros y la explosión. Cuando sentimos la onda expansiva en el avión supimos que había estallado y todo había sido un éxito”, dijo. Más tarde, los científicos calcularon que el Enola Gay estaba a 16 kilómetros cuando la bomba explotó.

“La bomba de Hiroshima no formó un hongo. Era negra como el infierno y tenía luz y colores blanco y gris, en la cima parecía un árbol de navidad plegado… En un microsegundo, la ciudad de Hiroshima dejó de existir”, reflexionó Tibbets tiempo después, en una entrevista para The Guardian.

La columna de humo y fuego generada por la bomba atómica sobre Hiroshima, captada entre dos y cinco minutos después de la explosión

Hiroshima tenía en 1945 una población de alrededor de 350.000 personas. La bomba fue devastadora: entre 70.000 y 80.000 murieron en el acto, muchas completamente desintegradas o calcinadas. Se estima que en el centro de la explosión la temperatura superó los 300.000 grados centígrados, lo que incendió el aire circundante y creó una bola de fuego de unos 280 metros de diámetro en menos de un segundo. Al finalizar el año, el número de víctimas superaba las 140.000, debido a heridas graves, quemaduras y enfermedades provocadas por la radiación. Los sobrevivientes, conocidos como hibakusha, sufrieron secuelas de por vida como leucemia, distintos tipos de cáncer, malformaciones genéticas y enfermedades crónicas.

El impacto de la bomba fue tan violento que incluso edificaciones de concreto colapsaron o quedaron al borde del derrumbe.

La vida después del horror

Durante el vuelo de regreso a Tinian, Tibbets estaba completamente agotado: llevaba más de 35 horas sin dormir. Activó el piloto automático, le pidió Lewis, su copiloto, que vigilara los controles y se recostó para descansar. La misión, ida y vuelta, había durado 12 horas y 2 minutos.

“Al llegar, ya todos sabían lo que habíamos hecho. Aunque despegamos en total secreto, al volver había cámaras por todas partes”, contó Tibbets.

“Después de la misión, mi vida cambió. No buscaba reconocimiento ni publicidad. Solo hice mi trabajo”, dijo años después. A diferencia de otros miembros del Proyecto Manhattan o incluso de su propia tripulación, nunca expresó remordimiento por su papel en Hiroshima.

Enseguida The New York Times publicó un comunicado oficial de la Casa Blanca y del Departamento de Guerra de los Estados Unidos, anunciando que se había lanzado una bomba atómica sobre Japón, con un poder equivalente al de miles de toneladas de TNT.

Siempre sostuvo que su misión, por terrible que hubiera sido, había servido para terminar la guerra. “Estoy orgulloso de haber comenzado desde cero, planearlo y lograr que funcionara perfectamente… Duermo tranquilo todas las noches”, dijo el hombre que cambió el curso de la historia con un solo vuelo.

Después de retirarse del servicio militar en 1966, Tibbets continuó su carrera en la aviación civil. Siempre rechazó homenajes oficiales y pidió que el día de su muerte no hubiera funeral ni lápida, para evitar protestas o actos de violencia. El 1 de noviembre de 2007, Tibbets falleció en la tranquilidad de su hogar en Columbus, Ohio, a los 92 años. Sus cenizas fueron esparcidas sobre el mar en una ceremonia privada.

La bomba que no fue

En una entrevista publicada en agosto de 2002 en The Guardian, Tibbets contó que, tras el lanzamiento de las dos bombas atómicas, había una tercera lista para ser usada.

“La primera bomba explotó y no se escuchó nada de los japoneses durante dos o tres días. Se lanzó la segunda y otra vez estuvieron en silencio”, relató.

La nube sobre Hiroshima, entre dos y cinco minutos después de la explosión. Y la nube hongo sobre Nagasaki

Entonces recibió una llamada del general Curtis LeMay, jefe del Estado Mayor de las fuerzas aéreas en el Pacífico, quien le preguntó:

-¿Tenés otra de esas malditas cosas?

-Sí, señor, respondió Tibbets.

-¿Dónde está?, insistió LeMay.

-En Utah.

-Traela. Vos y tu tripulación la van a volar.

-Sí, señor.

Según contó, la orden fue inmediata: su equipo preparó todo y la bomba fue enviada hacia el Pacífico, pero al llegar al punto de embarque en California, la guerra ya había terminado. Cuando le preguntaron qué tenía en mente LeMay con esa tercera bomba, Tibbets fue claro: “Nadie lo sabe”.

Tres días después, la segunda bomba cayó sobre Japón. Pero, a diferencia de la operación precisa que llevó a Hiroshima, la misión sobre Nagasaki estuvo marcada por contratiempos. El avión Bockscar tenía como objetivo inicial la ciudad de Kokura, pero una espesa cobertura de nubes y humo impidió localizar el blanco. Tras varios intentos fallidos y con poco combustible, el comandante Charles Sweeney decidió cambiar de rumbo y lanzar la bomba sobre el objetivo secundario: Nagasaki. Pero esa es otra historia.

 En agosto de 1945, el coronel Paul Warfield Tibbets Jr. fue elegido para liderar la misión final del Proyecto Manhattan  LA NACION

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