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Darrell Wayne Lukas siguió otra pasión, vivió como un vaquero y murió casi como su hijo le presagió

“Esto es un estilo de vida para mí. No conozco otra forma de vivirla. Mi hijo Jeff me dijo un día que una mañana estaré montando mi caballo, me voy a caer muerto, me rastrillarán bajo la pista y todo seguirá como siempre”, había revelado Darrell Wayne Lukas en 2012 en una entrevista. Pasaron trece años de aquella confesión en The New York Times y un puñado de días desde su fallecimiento, con aquel presagio cerca de ser literal. Todo sigue adelante en el vertiginoso día a día del turf, aunque ya sin que la leyenda cabalgue por la arena de alguno de los hipódromos en los que su paso magnetizaba.

Miembro del Salón de la Fama del turf, se convirtió en uno de los entrenadores más exitosos en la historia de las carreras de caballos y, a los 89 años, podía vérselo hasta hace sólo unas semanas en la silla de aquel tordillo que fue su último compañero de tareas más célebre. También, sobre un tobiano. Como si fuera un vaquero del Lejano Oeste, con sombrero, botas de cuero, lentes oscuros y chaleco, el preparador surgía desde su establo en las riendas del caballo de andar que tuviera en la villa hípica en la que trabajara. Afincado en Kentucky, lo suyo era ir de costa a costa, al compás de las presentaciones de sus animales en las grandes citas.

Desde marzo de 2016, Jeff, su único hijo en cinco matrimonios, ya no estaba a su lado. Su principal asistente y destacado galopador, murió a los 58 años de una enfermedad cardíaca, después de numerosos conflictos de salud a partir de las lesiones cerebrales producidas en 1993, cuando un potro asustado cayó sobre él luego de abalanzarse y escaparse de las manos de su peón. Cuando empezó a sanar, su personalidad cambió drásticamente y conservó daños a largo plazo en su memoria y visión.

Wayne, como se lo reconocerá por siempre al cuidador, le brindó apoyo financiero cuando no pudo seguir sus pasos, en medio de una extensa rehabilitación e, incluso, cuando ingresó a trabajar en un banco en Oklahoma en el área de préstamos y seguros, gracias a la ayuda de un gran amigo de la familia. “No creo que nuestro legado hubiera estado completo sin su aporte”, decía el preparador cuando se lo recordaba. La tragedia convivió con la gloria: aquel potrillo, Tabasco Cat, ganó el Preakness Stakes y el Belmont Stakes, las dos últimas pruebas de la Triple Corona, en 1994. Marcó la vida de uno y otro, en lo personal y lo profesional.

En rigor, Lukas ganó 15 carreras de la serie más famosa del turf, incluyendo cuatro veces el Kentucky Derby, el gran premio que marca el inicio. Solamente su gran amigo Bob Baffert tiene más victorias en la Triple Corona y ambos mantienen un récord de 20 primeros puestos en la Breeders’ Cup. “El secreto de este juego, creo, es poder leer al caballo: leer lo que necesita, lo que no necesita, lo que no puede hacer, lo que puede hacer. Es la clave. Todos tienen a un herrero, todos tienen la misma cama disponible, al proveedor de alimentos, podemos contratar a un buen jockey o a un buen galopador, si tenemos los medios. Entonces, ¿cuál es la diferencia? El caballo es la diferencia y lo que hacemos con él”, sostuvo Lukas en mayo pasado, antes de su última participación en el Preakness Stakes.

Nacido el 2 de septiembre de 1935 en Wisconsin, fue el segundo de tres hermanos y se destacó inicialmente con caballos cuarto de milla, las carreras en las que no hay tiempo siquiera de pestañear. Fue a finales de los 70 cuando cambió de raza y se dedicó a los SPC. Pronto, en 1980, ya ganó su primer Preakness, con Codex. No obstante, su vida previa a su llegada a los establos lo marcó, en el mismo oficio, en otro deporte. Había sido por un tiempo entrenador de básquetbol en una escuela secundaria, donde se ganó el apodo de “Coach”, que mantuvo a perpetuidad. Así se lo mencionaba cariñosamente cada mañana de entrenamiento, cada tarde de carreras o en cada evento al que concurría. Y así se lo recordará.

Según Equibase, la compañía que pertenece al Jockey Club de los Estados Unidos y es la mayor base de datos sobre carreras de caballos, Lukas acumuló 4989 triunfos, de los cuales 4953 fueron con pura sangre. Y las ganancias de sus ejemplares, que participaron de algo más de 30.000 competencias, superaron los 300 millones de dólares. Es la tabla histórica de su país figura sexto por las recompensas obtenidas y octavo por la cantidad de conquistas.

Su familia comunicó el domingo que Lukas murió en la noche del sábado en su hogar en Louisville. Había estado hospitalizado con una grave infección sanguínea provocada por una bacteria en la piel que le causó un daño significativo a su corazón y el sistema digestivo, y agravó condiciones crónicas preexistentes.

Wayne dedicó su vida no solo a los caballos, sino a la industria, desarrollando a generaciones de hombres y mujeres en el oficio y haciendo crecer el deporte al invitar a nuevos fanáticos al círculo de ganadores. Ya fuera alardeando que un potro sería el próximo ganador del Kentuky Derby u ofreciendo consejos antes de una gran carrera, aportó corazón, gracia y determinación en cada rincón que pisó. Sus últimos días los pasó en la casa en Kentucky”, informaron su última esposa, Laurie; su hermano Lowell, su hermana Dauna, dos nietos y cuatro bisnietos. El desenlace era inevitable cuando los médicos les anunciaron que ya no respondía al tratamiento mientras estaba internado y eligió “la paz, la familia y la fe en su hogar”.

“Esto es un estilo de vida para mí. No conozco otra forma de vivirla. Mi hijo Jeff me dijo un día que una mañana estaré montando mi caballo, me voy a caer muerto, me rastrillarán bajo la pista y todo seguirá como siempre”, había revelado Darrell Wayne Lukas en 2012 en una entrevista. Pasaron trece años de aquella confesión en The New York Times y un puñado de días desde su fallecimiento, con aquel presagio cerca de ser literal. Todo sigue adelante en el vertiginoso día a día del turf, aunque ya sin que la leyenda cabalgue por la arena de alguno de los hipódromos en los que su paso magnetizaba.

Miembro del Salón de la Fama del turf, se convirtió en uno de los entrenadores más exitosos en la historia de las carreras de caballos y, a los 89 años, podía vérselo hasta hace sólo unas semanas en la silla de aquel tordillo que fue su último compañero de tareas más célebre. También, sobre un tobiano. Como si fuera un vaquero del Lejano Oeste, con sombrero, botas de cuero, lentes oscuros y chaleco, el preparador surgía desde su establo en las riendas del caballo de andar que tuviera en la villa hípica en la que trabajara. Afincado en Kentucky, lo suyo era ir de costa a costa, al compás de las presentaciones de sus animales en las grandes citas.

Desde marzo de 2016, Jeff, su único hijo en cinco matrimonios, ya no estaba a su lado. Su principal asistente y destacado galopador, murió a los 58 años de una enfermedad cardíaca, después de numerosos conflictos de salud a partir de las lesiones cerebrales producidas en 1993, cuando un potro asustado cayó sobre él luego de abalanzarse y escaparse de las manos de su peón. Cuando empezó a sanar, su personalidad cambió drásticamente y conservó daños a largo plazo en su memoria y visión.

Wayne, como se lo reconocerá por siempre al cuidador, le brindó apoyo financiero cuando no pudo seguir sus pasos, en medio de una extensa rehabilitación e, incluso, cuando ingresó a trabajar en un banco en Oklahoma en el área de préstamos y seguros, gracias a la ayuda de un gran amigo de la familia. “No creo que nuestro legado hubiera estado completo sin su aporte”, decía el preparador cuando se lo recordaba. La tragedia convivió con la gloria: aquel potrillo, Tabasco Cat, ganó el Preakness Stakes y el Belmont Stakes, las dos últimas pruebas de la Triple Corona, en 1994. Marcó la vida de uno y otro, en lo personal y lo profesional.

En rigor, Lukas ganó 15 carreras de la serie más famosa del turf, incluyendo cuatro veces el Kentucky Derby, el gran premio que marca el inicio. Solamente su gran amigo Bob Baffert tiene más victorias en la Triple Corona y ambos mantienen un récord de 20 primeros puestos en la Breeders’ Cup. “El secreto de este juego, creo, es poder leer al caballo: leer lo que necesita, lo que no necesita, lo que no puede hacer, lo que puede hacer. Es la clave. Todos tienen a un herrero, todos tienen la misma cama disponible, al proveedor de alimentos, podemos contratar a un buen jockey o a un buen galopador, si tenemos los medios. Entonces, ¿cuál es la diferencia? El caballo es la diferencia y lo que hacemos con él”, sostuvo Lukas en mayo pasado, antes de su última participación en el Preakness Stakes.

Nacido el 2 de septiembre de 1935 en Wisconsin, fue el segundo de tres hermanos y se destacó inicialmente con caballos cuarto de milla, las carreras en las que no hay tiempo siquiera de pestañear. Fue a finales de los 70 cuando cambió de raza y se dedicó a los SPC. Pronto, en 1980, ya ganó su primer Preakness, con Codex. No obstante, su vida previa a su llegada a los establos lo marcó, en el mismo oficio, en otro deporte. Había sido por un tiempo entrenador de básquetbol en una escuela secundaria, donde se ganó el apodo de “Coach”, que mantuvo a perpetuidad. Así se lo mencionaba cariñosamente cada mañana de entrenamiento, cada tarde de carreras o en cada evento al que concurría. Y así se lo recordará.

Según Equibase, la compañía que pertenece al Jockey Club de los Estados Unidos y es la mayor base de datos sobre carreras de caballos, Lukas acumuló 4989 triunfos, de los cuales 4953 fueron con pura sangre. Y las ganancias de sus ejemplares, que participaron de algo más de 30.000 competencias, superaron los 300 millones de dólares. Es la tabla histórica de su país figura sexto por las recompensas obtenidas y octavo por la cantidad de conquistas.

Su familia comunicó el domingo que Lukas murió en la noche del sábado en su hogar en Louisville. Había estado hospitalizado con una grave infección sanguínea provocada por una bacteria en la piel que le causó un daño significativo a su corazón y el sistema digestivo, y agravó condiciones crónicas preexistentes.

Wayne dedicó su vida no solo a los caballos, sino a la industria, desarrollando a generaciones de hombres y mujeres en el oficio y haciendo crecer el deporte al invitar a nuevos fanáticos al círculo de ganadores. Ya fuera alardeando que un potro sería el próximo ganador del Kentuky Derby u ofreciendo consejos antes de una gran carrera, aportó corazón, gracia y determinación en cada rincón que pisó. Sus últimos días los pasó en la casa en Kentucky”, informaron su última esposa, Laurie; su hermano Lowell, su hermana Dauna, dos nietos y cuatro bisnietos. El desenlace era inevitable cuando los médicos les anunciaron que ya no respondía al tratamiento mientras estaba internado y eligió “la paz, la familia y la fe en su hogar”.

 Fue el entrenador más longevo en ganar una carrera de la Triple Corona norteamericana y dejó un legado que trascendió sus hazañas; falleció a los 89 años  LA NACION

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