SOS: Cristina me tiene secuestrado

Es sabido que detesto revelar mis intimidades, sobre todo porque siempre me dejan mal parado. Hoy voy a contar una que, creo, me enaltece. Rechacé la invitación de Jeff Bezos para ir a su megacasamiento en Venecia. Aduje que coincidía con el día en que hago esta columna, y que me debo a mi público. Con perdón de mi público, la verdad es otra. Bezos, dueño de The Washington Post, ha venido cediendo a las presiones de Trump; es decir, es un ensobrado. Si Bezos trabaja para Trump, y Trump es amigo de Milei, y yo iba al casamiento, terminaba siendo parte de un oscuro entramado de prensa, dinero y poder. “Sorry, Jeff –le escribí–. Estoy hasta las manos”. Entiendo que por estas horas andará a mil, pero no contestó. Un nuevo rico.
Que estoy hasta las manos es cierto. Me secuestró Cristina. Llevo tres notas hablando de ella: necesito dar vuelta la página, dejar la saga tumbera, ocuparme de las cosas importantes –Medio Oriente, la azarosa marcha de nuestra economía, la polémica entre María Vázquez y Pampita– y no lo consigo. Ahora resulta que está pidiendo ampliar la lista de personas que pueden entrar a su casa, el santuario de San José 1111, y en cualquier momento va a reclamar que el bus turístico pase por la puerta. Pará la mano, Cris. Estás volviendo locos a los jueces: que el balcón, que la lista, que la tobillera te aprieta y las medias te dan calor… Con Néstor deberían haberlo pensado mejor antes de saltar de monotributistas al ranking de Forbes.
Legisladores kakis han amenazado con visitarla sin permiso judicial. Peronismo explícito. Hecha la ley… hay que hachar la ley. Prohibido prohibir, invocan, como en el Mayo francés del 68. Prevengo al piruchaje que el exgobernador tucumano Alperovich pasó esta semana al régimen de prisión domiciliaria, en su caso en un flor de bulo en Puerto Madero; también con tobillera. ¿Qué van a organizar, compañeros, el tour del grillete?
Me interesa más la Cristina pronosticadora de catástrofes que en el papel de presa impertinente, porque con esa excusa puedo hacer el link a la economía. Anteayer, en un audio al gremio de los bancarios, volvió con lo de que el modelo de Milei “se cae”. Es natural: extraña el modelo de Massita. Dicho esto, a ver… Estoy buscando la forma de plantearlo sin que se me venga una pueblada encima. Nada más ajeno a mis intenciones que atragantarle el desayuno a Javi. Simplemente temo que esta vez la maldita suerte le dé un poco la razón a Cris. Esto no se va a caer –antes de decir lo contrario me cosería la boca con alambre, sobre todo a sabiendas de que me están leyendo en Wall Street–, y tampoco ignoro que las sombrías perspectivas que tiraban los expertos se han demostrado erradas una tras otra. “No la ven”. Pero, bueno, me parece encontrar señales de que las fuerzas del cielo no terminan de hacer base en estas playas. Las reservas, eso es lo que preocupa. No estamos pudiendo juntar dólares. Aunque nunca estuvo tan barato, parece que al Banco Central le resulta caro. Tuvimos que pedirle a la misión del FMI que retrasara su llegada, porque si nos contaban las costillas iban a descubrir cuán descalcificados estamos. Se han puesto insistentes con eso. Un amigo nerd que atiende los números me dice que contener el tipo de cambio le está costando al Gobierno 2000 millones de dólares por mes. Intervención en el mercado: la libertad retrocede para que el dólar no avance; tampoco los precios. El tema es que igual el blue ha empezado a trepar un poquito, y cuando el blue trepa a mí se me mueve el pavimento. Solo a mí, porque la gente no para de viajar afuera, a turistear y comprar barato; desaprensivos, les importa un rábano patinarse divisas que tanto urgen en el país. El otro día me instalé con pancartas en Ezeiza, intentando frenar el drenaje. Se acercó un tipo y me dijo: “No llego a fin de mes. Por eso voy a hacer las compras a Brasil”. Quemé las pancartas.
Los de Morgan Stanley Capital International, firma cuyas calificaciones crediticias son palabra santa para los inversores globales, tampoco reman a favor. Decidieron que la Argentina sigue siendo un mercado standalone (aislado, “de frontera”). Quiere decir que no sube al próximo escalón, el de “mercado emergente”. ¿Ni siquiera somos emergentes? Fondo del mar. Cuando en 20 años lleguemos a ser “la máxima potencia mundial”, como prometió el Presi en noviembre, hay que ir a agarrar de los pelos a los piratas de Morgan Stanley. Claro, 20 años: ya no van a tener pelos.
Leyendo LA NACION me enteré de las graves dificultades presupuestarias que está atravesando el Hospital de Clínicas, institución pública de prestigio internacional, donde cada vez hay menos operaciones por falta de drogas e insumos. Como el Garrahan, vive la peor crisis de su historia. El Gobierno les contesta que están mal administrados. Obvio. Todo lo que necesitan está a muy buen precio en Brasil.
Dólar barato, país caro, reservas en picada, endeudamiento. Advertencia de spoiler.
Es sabido que detesto revelar mis intimidades, sobre todo porque siempre me dejan mal parado. Hoy voy a contar una que, creo, me enaltece. Rechacé la invitación de Jeff Bezos para ir a su megacasamiento en Venecia. Aduje que coincidía con el día en que hago esta columna, y que me debo a mi público. Con perdón de mi público, la verdad es otra. Bezos, dueño de The Washington Post, ha venido cediendo a las presiones de Trump; es decir, es un ensobrado. Si Bezos trabaja para Trump, y Trump es amigo de Milei, y yo iba al casamiento, terminaba siendo parte de un oscuro entramado de prensa, dinero y poder. “Sorry, Jeff –le escribí–. Estoy hasta las manos”. Entiendo que por estas horas andará a mil, pero no contestó. Un nuevo rico.
Que estoy hasta las manos es cierto. Me secuestró Cristina. Llevo tres notas hablando de ella: necesito dar vuelta la página, dejar la saga tumbera, ocuparme de las cosas importantes –Medio Oriente, la azarosa marcha de nuestra economía, la polémica entre María Vázquez y Pampita– y no lo consigo. Ahora resulta que está pidiendo ampliar la lista de personas que pueden entrar a su casa, el santuario de San José 1111, y en cualquier momento va a reclamar que el bus turístico pase por la puerta. Pará la mano, Cris. Estás volviendo locos a los jueces: que el balcón, que la lista, que la tobillera te aprieta y las medias te dan calor… Con Néstor deberían haberlo pensado mejor antes de saltar de monotributistas al ranking de Forbes.
Legisladores kakis han amenazado con visitarla sin permiso judicial. Peronismo explícito. Hecha la ley… hay que hachar la ley. Prohibido prohibir, invocan, como en el Mayo francés del 68. Prevengo al piruchaje que el exgobernador tucumano Alperovich pasó esta semana al régimen de prisión domiciliaria, en su caso en un flor de bulo en Puerto Madero; también con tobillera. ¿Qué van a organizar, compañeros, el tour del grillete?
Me interesa más la Cristina pronosticadora de catástrofes que en el papel de presa impertinente, porque con esa excusa puedo hacer el link a la economía. Anteayer, en un audio al gremio de los bancarios, volvió con lo de que el modelo de Milei “se cae”. Es natural: extraña el modelo de Massita. Dicho esto, a ver… Estoy buscando la forma de plantearlo sin que se me venga una pueblada encima. Nada más ajeno a mis intenciones que atragantarle el desayuno a Javi. Simplemente temo que esta vez la maldita suerte le dé un poco la razón a Cris. Esto no se va a caer –antes de decir lo contrario me cosería la boca con alambre, sobre todo a sabiendas de que me están leyendo en Wall Street–, y tampoco ignoro que las sombrías perspectivas que tiraban los expertos se han demostrado erradas una tras otra. “No la ven”. Pero, bueno, me parece encontrar señales de que las fuerzas del cielo no terminan de hacer base en estas playas. Las reservas, eso es lo que preocupa. No estamos pudiendo juntar dólares. Aunque nunca estuvo tan barato, parece que al Banco Central le resulta caro. Tuvimos que pedirle a la misión del FMI que retrasara su llegada, porque si nos contaban las costillas iban a descubrir cuán descalcificados estamos. Se han puesto insistentes con eso. Un amigo nerd que atiende los números me dice que contener el tipo de cambio le está costando al Gobierno 2000 millones de dólares por mes. Intervención en el mercado: la libertad retrocede para que el dólar no avance; tampoco los precios. El tema es que igual el blue ha empezado a trepar un poquito, y cuando el blue trepa a mí se me mueve el pavimento. Solo a mí, porque la gente no para de viajar afuera, a turistear y comprar barato; desaprensivos, les importa un rábano patinarse divisas que tanto urgen en el país. El otro día me instalé con pancartas en Ezeiza, intentando frenar el drenaje. Se acercó un tipo y me dijo: “No llego a fin de mes. Por eso voy a hacer las compras a Brasil”. Quemé las pancartas.
Los de Morgan Stanley Capital International, firma cuyas calificaciones crediticias son palabra santa para los inversores globales, tampoco reman a favor. Decidieron que la Argentina sigue siendo un mercado standalone (aislado, “de frontera”). Quiere decir que no sube al próximo escalón, el de “mercado emergente”. ¿Ni siquiera somos emergentes? Fondo del mar. Cuando en 20 años lleguemos a ser “la máxima potencia mundial”, como prometió el Presi en noviembre, hay que ir a agarrar de los pelos a los piratas de Morgan Stanley. Claro, 20 años: ya no van a tener pelos.
Leyendo LA NACION me enteré de las graves dificultades presupuestarias que está atravesando el Hospital de Clínicas, institución pública de prestigio internacional, donde cada vez hay menos operaciones por falta de drogas e insumos. Como el Garrahan, vive la peor crisis de su historia. El Gobierno les contesta que están mal administrados. Obvio. Todo lo que necesitan está a muy buen precio en Brasil.
Dólar barato, país caro, reservas en picada, endeudamiento. Advertencia de spoiler.
Es sabido que detesto revelar mis intimidades, sobre todo porque siempre me dejan mal parado. Hoy voy a contar una que, creo, me enaltece. Rechacé la invitación de Jeff Bezos para ir a su megacasamiento en Venecia. Aduje que coincidía con el día en que hago esta columna, y que me debo a mi público. Con perdón de mi público, la verdad es otra. Bezos, dueño de The Washington Post, ha venido cediendo a las presiones de Trump; es decir, es un ensobrado. Si Bezos trabaja para Trump, y Trump es amigo de Milei, y yo iba al casamiento, terminaba siendo parte de un oscuro entramado de prensa, dinero y poder. “Sorry, Jeff –le escribí–. Estoy hasta las manos”. Entiendo que por estas horas andará a mil, pero no contestó. Un nuevo rico.Que estoy hasta las manos es cierto. Me secuestró Cristina. Llevo tres notas hablando de ella: necesito dar vuelta la página, dejar la saga tumbera, ocuparme de las cosas importantes –Medio Oriente, la azarosa marcha de nuestra economía, la polémica entre María Vázquez y Pampita– y no lo consigo. Ahora resulta que está pidiendo ampliar la lista de personas que pueden entrar a su casa, el santuario de San José 1111, y en cualquier momento va a reclamar que el bus turístico pase por la puerta. Pará la mano, Cris. Estás volviendo locos a los jueces: que el balcón, que la lista, que la tobillera te aprieta y las medias te dan calor… Con Néstor deberían haberlo pensado mejor antes de saltar de monotributistas al ranking de Forbes.Legisladores kakis han amenazado con visitarla sin permiso judicial. Peronismo explícito. Hecha la ley… hay que hachar la ley. Prohibido prohibir, invocan, como en el Mayo francés del 68. Prevengo al piruchaje que el exgobernador tucumano Alperovich pasó esta semana al régimen de prisión domiciliaria, en su caso en un flor de bulo en Puerto Madero; también con tobillera. ¿Qué van a organizar, compañeros, el tour del grillete?Me interesa más la Cristina pronosticadora de catástrofes que en el papel de presa impertinente, porque con esa excusa puedo hacer el link a la economía. Anteayer, en un audio al gremio de los bancarios, volvió con lo de que el modelo de Milei “se cae”. Es natural: extraña el modelo de Massita. Dicho esto, a ver… Estoy buscando la forma de plantearlo sin que se me venga una pueblada encima. Nada más ajeno a mis intenciones que atragantarle el desayuno a Javi. Simplemente temo que esta vez la maldita suerte le dé un poco la razón a Cris. Esto no se va a caer –antes de decir lo contrario me cosería la boca con alambre, sobre todo a sabiendas de que me están leyendo en Wall Street–, y tampoco ignoro que las sombrías perspectivas que tiraban los expertos se han demostrado erradas una tras otra. “No la ven”. Pero, bueno, me parece encontrar señales de que las fuerzas del cielo no terminan de hacer base en estas playas. Las reservas, eso es lo que preocupa. No estamos pudiendo juntar dólares. Aunque nunca estuvo tan barato, parece que al Banco Central le resulta caro. Tuvimos que pedirle a la misión del FMI que retrasara su llegada, porque si nos contaban las costillas iban a descubrir cuán descalcificados estamos. Se han puesto insistentes con eso. Un amigo nerd que atiende los números me dice que contener el tipo de cambio le está costando al Gobierno 2000 millones de dólares por mes. Intervención en el mercado: la libertad retrocede para que el dólar no avance; tampoco los precios. El tema es que igual el blue ha empezado a trepar un poquito, y cuando el blue trepa a mí se me mueve el pavimento. Solo a mí, porque la gente no para de viajar afuera, a turistear y comprar barato; desaprensivos, les importa un rábano patinarse divisas que tanto urgen en el país. El otro día me instalé con pancartas en Ezeiza, intentando frenar el drenaje. Se acercó un tipo y me dijo: “No llego a fin de mes. Por eso voy a hacer las compras a Brasil”. Quemé las pancartas.Los de Morgan Stanley Capital International, firma cuyas calificaciones crediticias son palabra santa para los inversores globales, tampoco reman a favor. Decidieron que la Argentina sigue siendo un mercado standalone (aislado, “de frontera”). Quiere decir que no sube al próximo escalón, el de “mercado emergente”. ¿Ni siquiera somos emergentes? Fondo del mar. Cuando en 20 años lleguemos a ser “la máxima potencia mundial”, como prometió el Presi en noviembre, hay que ir a agarrar de los pelos a los piratas de Morgan Stanley. Claro, 20 años: ya no van a tener pelos.Leyendo LA NACION me enteré de las graves dificultades presupuestarias que está atravesando el Hospital de Clínicas, institución pública de prestigio internacional, donde cada vez hay menos operaciones por falta de drogas e insumos. Como el Garrahan, vive la peor crisis de su historia. El Gobierno les contesta que están mal administrados. Obvio. Todo lo que necesitan está a muy buen precio en Brasil.Dólar barato, país caro, reservas en picada, endeudamiento. Advertencia de spoiler. LA NACION