NacionalesUltimas Noticias

El dilema de Kicillof ante la inhabilitación de Cristina

Axel Kicillof tiene la edad de Néstor Kirchner cuando el santacruceño asumió la presidencia y un año menos que Cristina Kirchner cuando su esposo le entregó el bastón de mando. Máximo, el hijo mayor del matrimonio tiene 48. Los chicos crecen.

Néstor murió hace casi quince años. Cristina está presa por seis años e inhabilitada a perpetuidad para ser candidata y ejercer cargos. Máximo tiene una de las imágenes más negativas de la política argentina.

Se abre el juego más temido por Cristina Kirchner: el desafío a la centralidad política que mantuvo en el peronismo y, por lo tanto, en toda la política argentina

El gobernador de Buenos Aires maldice más la decisión de la Corte de confirmar la cárcel a Cristina por el freno que le puso a su creciente diferenciación con la expresidenta que por la condena propiamente dicha.

De todos los aspirantes a quedarse con el mando del kirchnerismo, Kicillof es el que más caro puede pagar el costo de dañar los sentimientos en carne viva que despertó la prisión de Cristina en la clientela propia.

El gobernador eligió no hacer una fiesta ahí donde se lamentaba una pérdida. Ese duelo empieza a disiparse al mismo tiempo que comienzan las negociaciones por las listas para las elecciones anticipadas del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires.

Se abre el juego más temido por Cristina Kirchner: el desafío a la centralidad política que mantuvo en el peronismo y, por lo tanto, en toda la política argentina. Desde la muerte de su marido, en octubre de 2010, todo pasaba con relación a ella, en favor o en contra de ella.

El kirchnerismo hizo un gran acto para repudiar la prisión de su jefa. Con el paso de los días, esa manifestación empezó a ser vista como una monumental despedida antes que como el inicio de la resistencia activa que la expresidenta pensó exhumar de la mitología peronista.

Kicillof empezó por hacer notar que no es lo mismo que el kirchnerismo o, mejor, que ya no responde a Cristina y que ella tendrá que enviarle delegados a la mesa de negociación a la que él llamará

La CGT, influida por Hugo Moyano, se bajó antes de la reedición del “luche y vuelve” y los gobernadores solo viajan a Buenos Aires a pedirle fondos al Gobierno. En el conurbano, donde sobrevive la fracción más numerosa y potente del kirchnerismo, una mayoría de intendentes diseña su futuro político en sociedad con la suerte de Kicillof.

El restablecimiento de las reelecciones indefinidas (todavía pendiente en la Legislatura) es una respuesta del gobernador para garantizar una alianza interna con los intendentes que no terminará de presentarse en tanto dure el duelo por la detenida en San José 1111.

La decisión de Kicillof ya fue tomada. No romperá en público, pero usará el tira y afloje de las listas bonaerenses para ajustar cuentas con Cristina. De hecho, en sus apariciones públicas de esta semana el gobernador repitió al final de cada apelación a la unidad la sigla de su propio sector interno, el MDF (Movimiento de Derecho al Futuro).

Si siempre fue la versión más ideológica del anticapitalismo del kirchnerismo, no se sabe cómo hará Kicillof para captar adhesiones apenas se asome fuera de la cáscara de su confortable espacio de consignas

Empezó por hacer notar que no es lo mismo que el kirchnerismo o, mejor, que ya no responde a Cristina y que ella tendrá que enviarle delegados a la mesa de negociación a la que él llamará. La fractura ya ocurrió y quienes esperen un momento, una foto o un símbolo, tal vez deban resignarse a ver los resultados de las tratativas para armar las listas.

Detrás de Kicillof se encolumnan decenas de intendentes que dependen más de la asistencia del gobierno bonaerense que de los consejos de Cristina. En esos micromundos municipales habita un largo resentimiento contra los avasallamientos de La Cámpora.

Quien ya empezó a registrar los signos de ese desprecio es Máximo Kirchner, al que por fin se lo reconoce solamente como el mandadero de su madre. Y Sergio Massa, que ahora se presenta como el dirigente puramente peronista más próximo a la familia Kirchner como una forma de seguir anotado en la sucesión de la herencia política que se resiste a anticipar Cristina.

La sobrevivencia del peronismo kirchnerista empezará a tener formas de crueldad en un esquema que siempre escondió sus tensiones y nunca mostró su prescindencia de la suerte penal de Cristina como ahora.

El rompimiento tiene por ahora una lógica bonaerense. Kicillof puede equivocarse si cree que si se convierte en el nuevo jefe del kirchnerismo (nombre que empezará a sonarle incómodo) se convertirá en forma automática en el primus Inter pares del peronismo.

Para disimular la guerra contra Cristina y la decisión de actuar por su cuenta, Kicillof elige rivalizar con el presidente Milei. Es una maniobra clásica con la que trata de mantener el voto peronista en los sectores más afectados por la motosierra. En esa oposición frontal a los recortes, Kicillof omite indicar qué haría él en su lugar. Se sabe lo que hizo como ministro y cómo gobierna Buenos Aires y eso es parte del problema de todo el peronismo.

El gobernador no oculta su aspiración de ser candidato presidencial del peronismo por derecho propio y no como delegado de la expresidenta. Y anuncia que deben revisarse los errores que sacaron a su partido fuera del poder como una manera de hacer la autocrítica que Cristina elude. Hasta aquí, la pelea del gobernador se reduce a los espacios de poder, a tratar de reemplazar a su madre política en desgracia.

No llegó un momento todavía más importante, un hipotético cambio sustancial para Kicillof. Si siempre fue la versión más ideológica del anticapitalismo del kirchnerismo, no se sabe cómo hará para captar adhesiones apenas se asome fuera de la cáscara de su confortable espacio de consignas.

El país que asumió a Milei como presidente no espera que el peronismo vuelva a ofrecer lo mismo que ya fracasó e hizo posible la elección de un presidente disruptivo. Kicillof deberá entonces responderse si él seguirá siendo el mismo que como ministro colaboró con la construcción del monumental hartazgo que expresaron los votantes hace dos años.

Seguramente tiene presente que es gobernador por la división del voto libertario y cambiemita en dos candidatos que, en caso de haber ido unidos, habrían hecho posible su derrota. Carolina Píparo y Néstor Grindetti, de ellos se trata, dividieron al 51,18 por ciento de los votos que hubiese convertido en gobernador a algunos de ellos y habrían impedido la reelección de Kicillof, que sumó 45 por ciento.

Con Kicillof enfrentado a Cristina, el peronismo bonaerense tiene por delante el desafío de la reunificación de una gran parte de aquellos votos disgregados.

Si al final se decide ir a fondo, a Kicillof le espera un camino más áspero que derrotar a la presidenta que lo hizo ministro cuando el kirchnerismo creía en su propia eternidad.

Axel Kicillof tiene la edad de Néstor Kirchner cuando el santacruceño asumió la presidencia y un año menos que Cristina Kirchner cuando su esposo le entregó el bastón de mando. Máximo, el hijo mayor del matrimonio tiene 48. Los chicos crecen.

Néstor murió hace casi quince años. Cristina está presa por seis años e inhabilitada a perpetuidad para ser candidata y ejercer cargos. Máximo tiene una de las imágenes más negativas de la política argentina.

Se abre el juego más temido por Cristina Kirchner: el desafío a la centralidad política que mantuvo en el peronismo y, por lo tanto, en toda la política argentina

El gobernador de Buenos Aires maldice más la decisión de la Corte de confirmar la cárcel a Cristina por el freno que le puso a su creciente diferenciación con la expresidenta que por la condena propiamente dicha.

De todos los aspirantes a quedarse con el mando del kirchnerismo, Kicillof es el que más caro puede pagar el costo de dañar los sentimientos en carne viva que despertó la prisión de Cristina en la clientela propia.

El gobernador eligió no hacer una fiesta ahí donde se lamentaba una pérdida. Ese duelo empieza a disiparse al mismo tiempo que comienzan las negociaciones por las listas para las elecciones anticipadas del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires.

Se abre el juego más temido por Cristina Kirchner: el desafío a la centralidad política que mantuvo en el peronismo y, por lo tanto, en toda la política argentina. Desde la muerte de su marido, en octubre de 2010, todo pasaba con relación a ella, en favor o en contra de ella.

El kirchnerismo hizo un gran acto para repudiar la prisión de su jefa. Con el paso de los días, esa manifestación empezó a ser vista como una monumental despedida antes que como el inicio de la resistencia activa que la expresidenta pensó exhumar de la mitología peronista.

Kicillof empezó por hacer notar que no es lo mismo que el kirchnerismo o, mejor, que ya no responde a Cristina y que ella tendrá que enviarle delegados a la mesa de negociación a la que él llamará

La CGT, influida por Hugo Moyano, se bajó antes de la reedición del “luche y vuelve” y los gobernadores solo viajan a Buenos Aires a pedirle fondos al Gobierno. En el conurbano, donde sobrevive la fracción más numerosa y potente del kirchnerismo, una mayoría de intendentes diseña su futuro político en sociedad con la suerte de Kicillof.

El restablecimiento de las reelecciones indefinidas (todavía pendiente en la Legislatura) es una respuesta del gobernador para garantizar una alianza interna con los intendentes que no terminará de presentarse en tanto dure el duelo por la detenida en San José 1111.

La decisión de Kicillof ya fue tomada. No romperá en público, pero usará el tira y afloje de las listas bonaerenses para ajustar cuentas con Cristina. De hecho, en sus apariciones públicas de esta semana el gobernador repitió al final de cada apelación a la unidad la sigla de su propio sector interno, el MDF (Movimiento de Derecho al Futuro).

Si siempre fue la versión más ideológica del anticapitalismo del kirchnerismo, no se sabe cómo hará Kicillof para captar adhesiones apenas se asome fuera de la cáscara de su confortable espacio de consignas

Empezó por hacer notar que no es lo mismo que el kirchnerismo o, mejor, que ya no responde a Cristina y que ella tendrá que enviarle delegados a la mesa de negociación a la que él llamará. La fractura ya ocurrió y quienes esperen un momento, una foto o un símbolo, tal vez deban resignarse a ver los resultados de las tratativas para armar las listas.

Detrás de Kicillof se encolumnan decenas de intendentes que dependen más de la asistencia del gobierno bonaerense que de los consejos de Cristina. En esos micromundos municipales habita un largo resentimiento contra los avasallamientos de La Cámpora.

Quien ya empezó a registrar los signos de ese desprecio es Máximo Kirchner, al que por fin se lo reconoce solamente como el mandadero de su madre. Y Sergio Massa, que ahora se presenta como el dirigente puramente peronista más próximo a la familia Kirchner como una forma de seguir anotado en la sucesión de la herencia política que se resiste a anticipar Cristina.

La sobrevivencia del peronismo kirchnerista empezará a tener formas de crueldad en un esquema que siempre escondió sus tensiones y nunca mostró su prescindencia de la suerte penal de Cristina como ahora.

El rompimiento tiene por ahora una lógica bonaerense. Kicillof puede equivocarse si cree que si se convierte en el nuevo jefe del kirchnerismo (nombre que empezará a sonarle incómodo) se convertirá en forma automática en el primus Inter pares del peronismo.

Para disimular la guerra contra Cristina y la decisión de actuar por su cuenta, Kicillof elige rivalizar con el presidente Milei. Es una maniobra clásica con la que trata de mantener el voto peronista en los sectores más afectados por la motosierra. En esa oposición frontal a los recortes, Kicillof omite indicar qué haría él en su lugar. Se sabe lo que hizo como ministro y cómo gobierna Buenos Aires y eso es parte del problema de todo el peronismo.

El gobernador no oculta su aspiración de ser candidato presidencial del peronismo por derecho propio y no como delegado de la expresidenta. Y anuncia que deben revisarse los errores que sacaron a su partido fuera del poder como una manera de hacer la autocrítica que Cristina elude. Hasta aquí, la pelea del gobernador se reduce a los espacios de poder, a tratar de reemplazar a su madre política en desgracia.

No llegó un momento todavía más importante, un hipotético cambio sustancial para Kicillof. Si siempre fue la versión más ideológica del anticapitalismo del kirchnerismo, no se sabe cómo hará para captar adhesiones apenas se asome fuera de la cáscara de su confortable espacio de consignas.

El país que asumió a Milei como presidente no espera que el peronismo vuelva a ofrecer lo mismo que ya fracasó e hizo posible la elección de un presidente disruptivo. Kicillof deberá entonces responderse si él seguirá siendo el mismo que como ministro colaboró con la construcción del monumental hartazgo que expresaron los votantes hace dos años.

Seguramente tiene presente que es gobernador por la división del voto libertario y cambiemita en dos candidatos que, en caso de haber ido unidos, habrían hecho posible su derrota. Carolina Píparo y Néstor Grindetti, de ellos se trata, dividieron al 51,18 por ciento de los votos que hubiese convertido en gobernador a algunos de ellos y habrían impedido la reelección de Kicillof, que sumó 45 por ciento.

Con Kicillof enfrentado a Cristina, el peronismo bonaerense tiene por delante el desafío de la reunificación de una gran parte de aquellos votos disgregados.

Si al final se decide ir a fondo, a Kicillof le espera un camino más áspero que derrotar a la presidenta que lo hizo ministro cuando el kirchnerismo creía en su propia eternidad.

 Axel Kicillof tiene la edad de Néstor Kirchner cuando el santacruceño asumió la presidencia y un año menos que Cristina Kirchner cuando su esposo le entregó el bastón de mando. Máximo, el hijo mayor del matrimonio tiene 48. Los chicos crecen.Néstor murió hace casi quince años. Cristina está presa por seis años e inhabilitada a perpetuidad para ser candidata y ejercer cargos. Máximo tiene una de las imágenes más negativas de la política argentina.Se abre el juego más temido por Cristina Kirchner: el desafío a la centralidad política que mantuvo en el peronismo y, por lo tanto, en toda la política argentinaEl gobernador de Buenos Aires maldice más la decisión de la Corte de confirmar la cárcel a Cristina por el freno que le puso a su creciente diferenciación con la expresidenta que por la condena propiamente dicha. De todos los aspirantes a quedarse con el mando del kirchnerismo, Kicillof es el que más caro puede pagar el costo de dañar los sentimientos en carne viva que despertó la prisión de Cristina en la clientela propia.El gobernador eligió no hacer una fiesta ahí donde se lamentaba una pérdida. Ese duelo empieza a disiparse al mismo tiempo que comienzan las negociaciones por las listas para las elecciones anticipadas del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires.Se abre el juego más temido por Cristina Kirchner: el desafío a la centralidad política que mantuvo en el peronismo y, por lo tanto, en toda la política argentina. Desde la muerte de su marido, en octubre de 2010, todo pasaba con relación a ella, en favor o en contra de ella.El kirchnerismo hizo un gran acto para repudiar la prisión de su jefa. Con el paso de los días, esa manifestación empezó a ser vista como una monumental despedida antes que como el inicio de la resistencia activa que la expresidenta pensó exhumar de la mitología peronista. Kicillof empezó por hacer notar que no es lo mismo que el kirchnerismo o, mejor, que ya no responde a Cristina y que ella tendrá que enviarle delegados a la mesa de negociación a la que él llamaráLa CGT, influida por Hugo Moyano, se bajó antes de la reedición del “luche y vuelve” y los gobernadores solo viajan a Buenos Aires a pedirle fondos al Gobierno. En el conurbano, donde sobrevive la fracción más numerosa y potente del kirchnerismo, una mayoría de intendentes diseña su futuro político en sociedad con la suerte de Kicillof.El restablecimiento de las reelecciones indefinidas (todavía pendiente en la Legislatura) es una respuesta del gobernador para garantizar una alianza interna con los intendentes que no terminará de presentarse en tanto dure el duelo por la detenida en San José 1111.La decisión de Kicillof ya fue tomada. No romperá en público, pero usará el tira y afloje de las listas bonaerenses para ajustar cuentas con Cristina. De hecho, en sus apariciones públicas de esta semana el gobernador repitió al final de cada apelación a la unidad la sigla de su propio sector interno, el MDF (Movimiento de Derecho al Futuro).Si siempre fue la versión más ideológica del anticapitalismo del kirchnerismo, no se sabe cómo hará Kicillof para captar adhesiones apenas se asome fuera de la cáscara de su confortable espacio de consignasEmpezó por hacer notar que no es lo mismo que el kirchnerismo o, mejor, que ya no responde a Cristina y que ella tendrá que enviarle delegados a la mesa de negociación a la que él llamará. La fractura ya ocurrió y quienes esperen un momento, una foto o un símbolo, tal vez deban resignarse a ver los resultados de las tratativas para armar las listas.Detrás de Kicillof se encolumnan decenas de intendentes que dependen más de la asistencia del gobierno bonaerense que de los consejos de Cristina. En esos micromundos municipales habita un largo resentimiento contra los avasallamientos de La Cámpora. Quien ya empezó a registrar los signos de ese desprecio es Máximo Kirchner, al que por fin se lo reconoce solamente como el mandadero de su madre. Y Sergio Massa, que ahora se presenta como el dirigente puramente peronista más próximo a la familia Kirchner como una forma de seguir anotado en la sucesión de la herencia política que se resiste a anticipar Cristina. La sobrevivencia del peronismo kirchnerista empezará a tener formas de crueldad en un esquema que siempre escondió sus tensiones y nunca mostró su prescindencia de la suerte penal de Cristina como ahora.El rompimiento tiene por ahora una lógica bonaerense. Kicillof puede equivocarse si cree que si se convierte en el nuevo jefe del kirchnerismo (nombre que empezará a sonarle incómodo) se convertirá en forma automática en el primus Inter pares del peronismo.Para disimular la guerra contra Cristina y la decisión de actuar por su cuenta, Kicillof elige rivalizar con el presidente Milei. Es una maniobra clásica con la que trata de mantener el voto peronista en los sectores más afectados por la motosierra. En esa oposición frontal a los recortes, Kicillof omite indicar qué haría él en su lugar. Se sabe lo que hizo como ministro y cómo gobierna Buenos Aires y eso es parte del problema de todo el peronismo.El gobernador no oculta su aspiración de ser candidato presidencial del peronismo por derecho propio y no como delegado de la expresidenta. Y anuncia que deben revisarse los errores que sacaron a su partido fuera del poder como una manera de hacer la autocrítica que Cristina elude. Hasta aquí, la pelea del gobernador se reduce a los espacios de poder, a tratar de reemplazar a su madre política en desgracia.No llegó un momento todavía más importante, un hipotético cambio sustancial para Kicillof. Si siempre fue la versión más ideológica del anticapitalismo del kirchnerismo, no se sabe cómo hará para captar adhesiones apenas se asome fuera de la cáscara de su confortable espacio de consignas.El país que asumió a Milei como presidente no espera que el peronismo vuelva a ofrecer lo mismo que ya fracasó e hizo posible la elección de un presidente disruptivo. Kicillof deberá entonces responderse si él seguirá siendo el mismo que como ministro colaboró con la construcción del monumental hartazgo que expresaron los votantes hace dos años.Seguramente tiene presente que es gobernador por la división del voto libertario y cambiemita en dos candidatos que, en caso de haber ido unidos, habrían hecho posible su derrota. Carolina Píparo y Néstor Grindetti, de ellos se trata, dividieron al 51,18 por ciento de los votos que hubiese convertido en gobernador a algunos de ellos y habrían impedido la reelección de Kicillof, que sumó 45 por ciento.Con Kicillof enfrentado a Cristina, el peronismo bonaerense tiene por delante el desafío de la reunificación de una gran parte de aquellos votos disgregados.Si al final se decide ir a fondo, a Kicillof le espera un camino más áspero que derrotar a la presidenta que lo hizo ministro cuando el kirchnerismo creía en su propia eternidad.  LA NACION

Mostrar más

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba
Cerrar