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La temperatura ideal para servir cada tipo de vino y cómo alcanzarla

Nadie se equivoca si dice que la temperatura a la que se sirve el vino es tanto o más importante que la copa que se emplea. Beberlo demasiado frío o, por el contrario, demasiado caliente puede arruinar la mejor de las etiquetas. Basta servirlo con algunos grados de más para que un gran tinto se sienta pesado y alcohólico, o por debajo de lo recomendado para que sus taninos se vuelvan ásperos y esfumen todos los aromas.

La temperatura es todo (o casi) y la buena noticia es que no es tan complicado ajustarla solo tomando en cuenta un par de variables. La primera y más importante es de qué tipo de vino hablamos: blanco, rosado, tinto y espumante.

Pero también es bueno poner en juego otras características, por ejemplo, si se trata de un vino ligero o con mucho cuerpo, lo que puede depender de la variedad de uva o de la crianza.

A grandes rasgos, se sugiere que un espumante y un blanco ligero y aromático (un Torrontés o un Sauvignon Blanc) se beban a 6°; un rosado o un blanco con más cuerpo (un Semillón o un Chardonnay) en torno a los 8 o 9°; los tintos ligeros (la Criolla o el Pinot Noir) a 13° o 14°, y los de más cuerpo a 17° o 18°, como un Malbec o un Syrah con algo de crianza.

Consejos prácticos

Hasta aquí, lo que dicen los libros… Pero no todos tenemos cavas eléctricas con temperatura ajustable ni es divertido meterle un termómetro a la botella de vino.

Partamos de la idea de que, a menos que estemos en pleno invierno o en la Patagonia, un vino a temperatura ambiente siempre tenderá a estar un poco más caliente de lo adecuado para beberlo.

Entonces, blancos, rosados y espumantes, ¡a la heladera! Y sacarlo directamente cuando nos sentamos a la mesa. Con los tintos, una media hora de heladera seguramente no le venga mal en un día templado. Y si nos pasamos, siempre tengamos en cuenta que una vez en la copa es más fácil que el vino gane temperatura a que la pierda (a menos que estemos en plena estepa patagónica).

Un buen consejo es ir probando con cuánto tiempo de heladera logramos que un vino esté a una temperatura que nos resulte disfrutable, teniendo en cuenta que el exceso de calor hará que lo percibamos excesivamente alcohólico, o que si un tinto está demasiado frío sus taninos resultarán demasiado ásperos.

Lo que conviene tener presente es que el objetivo es que la experiencia sea disfrutable: si el frío excesivo apaga aromas o el calor exagera aspectos poco amables, entonces estamos yendo por mal camino.

Nadie se equivoca si dice que la temperatura a la que se sirve el vino es tanto o más importante que la copa que se emplea. Beberlo demasiado frío o, por el contrario, demasiado caliente puede arruinar la mejor de las etiquetas. Basta servirlo con algunos grados de más para que un gran tinto se sienta pesado y alcohólico, o por debajo de lo recomendado para que sus taninos se vuelvan ásperos y esfumen todos los aromas.

La temperatura es todo (o casi) y la buena noticia es que no es tan complicado ajustarla solo tomando en cuenta un par de variables. La primera y más importante es de qué tipo de vino hablamos: blanco, rosado, tinto y espumante.

Pero también es bueno poner en juego otras características, por ejemplo, si se trata de un vino ligero o con mucho cuerpo, lo que puede depender de la variedad de uva o de la crianza.

A grandes rasgos, se sugiere que un espumante y un blanco ligero y aromático (un Torrontés o un Sauvignon Blanc) se beban a 6°; un rosado o un blanco con más cuerpo (un Semillón o un Chardonnay) en torno a los 8 o 9°; los tintos ligeros (la Criolla o el Pinot Noir) a 13° o 14°, y los de más cuerpo a 17° o 18°, como un Malbec o un Syrah con algo de crianza.

Consejos prácticos

Hasta aquí, lo que dicen los libros… Pero no todos tenemos cavas eléctricas con temperatura ajustable ni es divertido meterle un termómetro a la botella de vino.

Partamos de la idea de que, a menos que estemos en pleno invierno o en la Patagonia, un vino a temperatura ambiente siempre tenderá a estar un poco más caliente de lo adecuado para beberlo.

Entonces, blancos, rosados y espumantes, ¡a la heladera! Y sacarlo directamente cuando nos sentamos a la mesa. Con los tintos, una media hora de heladera seguramente no le venga mal en un día templado. Y si nos pasamos, siempre tengamos en cuenta que una vez en la copa es más fácil que el vino gane temperatura a que la pierda (a menos que estemos en plena estepa patagónica).

Un buen consejo es ir probando con cuánto tiempo de heladera logramos que un vino esté a una temperatura que nos resulte disfrutable, teniendo en cuenta que el exceso de calor hará que lo percibamos excesivamente alcohólico, o que si un tinto está demasiado frío sus taninos resultarán demasiado ásperos.

Lo que conviene tener presente es que el objetivo es que la experiencia sea disfrutable: si el frío excesivo apaga aromas o el calor exagera aspectos poco amables, entonces estamos yendo por mal camino.

 Son varios los factores a tomar en cuenta para evitar que el exceso de calor o de frío arruine la experiencia  LA NACION

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