Roma se rebela contra el exceso de turismo: los residentes protestan contra el “boom” de visitantes
ROMA.- Así como hace unos meses algunos viajeros fueron sorprendidos en Barcelona por ataques con pistolas de agua lanzados por habitantes hartos del turismo masivo, hace unos días ocurrió algo parecido en la emblemática Piazza Campo de’ Fiori, en Roma. A metros de la famosa estatua de Giordano Bruno -filósofo y monje “hereje” quemado vivo por la Inquisición el 17 de febrero de 1600-, elegantes señoras aparecieron golpeando con estridencia cacerolas y tocando silbatos entre azorados turistas sentados en los restaurantes que se asoman a la famosa plaza del centro histórico de la ciudad eterna.
“¡Basta, no se aguanta más!”, explicaron entre los golpes de cacerola las mujeres, que fueron parte de una primera protesta que el lunes pasado organizó “La Red de Asociaciones para una Ciudad Vivible”, colectivo formado por unos veinte grupos de vecinos del centro que decidieron movilizarse para expresar su creciente malestar ante el fenómeno del hiper-turismo u “over tourism” que transformó sus vidas en un infierno. La protesta fue la primera de una serie que está programada en diversos barrios con un sólo objetivo: que “los ciudadanos volvamos a adueñarnos” de Roma, según dicen.
Después del período negro de la pandemia y de las restricciones, en efecto, el turismo no sólo volvió a la normalidad, sino que tuvo un “boom” sin precedente (en Italia se estima que hubo 60 millones de visitantes en 2024), que incluso aumentará el año próximo en Roma debido al Jubileo 2025, cuando se estima el arribo de 32 millones de peregrinos, según cifras del Vaticano.
En el centro de Roma, es palpable el récord absoluto de visitantes: taxis inhallables, hoteles y restaurantes repletos y con precios prohibitivos, multiplicación de alquileres de uso turístico tipo Airbnb o departamentos transformados en dormitorios.
Todos los días desembarcan de inmensos cruceros que llegan al puerto de Civitavecchia centenares de turistas que luego son trasladados en colectivos a Roma. Y la ciudad, desde siempre caótica y con sus crónicos problemas de tránsito, movilidad y recolección de basura, aparece ahora más desbordada y colapsada que nunca.
Debido al Jubileo 2025 -evento religioso que se da cada 25 años, que el papa Francisco inaugurará el próximo 24 de diciembre-, también se han puesto en marcha diversas obras que han significado desvíos, cortes de calles y demás y un enloquecimiento del tránsito aún mayor que el habitual. Y los nervios de los residentes han aumentado.
Al margen de mujeres golpeando cacerolas y repartiendo silbatos para denunciar la contaminación acústica que suele haber en muchos barrios de la “movida” del centro, en la Piazza Campo de’ Fiori también había manifestantes vestidos como fantasmas, con sábanas blancas.
“Los residentes nos hemos vuelto invisibles como fantasmas”, explicaron los vecinos que, como si se tratara de una catarsis colectiva, fueron turnándose como oradores de la protesta, en la que hubo voces enardecidas por el turismo masivo y por las condiciones de vida cada vez más “invivibles” y no sostenibles de diversos barrios de Roma.
Hubo dardos, por ejemplo, en contra de la proliferación de mesas al aire libre, en veredas y demás espacios públicos del centro que hubo a partir de la pandemia y que luego se quedaron, que no sólo transformaron su estética, sino que complicaron la vida de sus vecinos.
“El 38% de los residentes del centro histórico en los últimos años ha sido expulsado del área, que se ha vuelto invivible porque no hay más reglas ni controles… Nadie respeta nada, ante la inercia y la complicidad de las autoridades”, clamó uno de los oradores, que denunció que si bien los residentes pagan una tasa para tener un permiso para poder estacionar cerca de sus casas, en la denominada ZTL (Zona de tránsito limitado), por ejemplo, esto se ha vuelto imposible.
También hubo reclamos al alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, acusado por la endémica suciedad del centro -invadido incluso por ratas, como graficó un vecino-, y por el hecho de que, en muchos barrios, vista la cada vez mayor rentabilidad del turismo, han ido cerrándose tradicionales tiendas, como mercerías o “botteghe” (talleres) de artesanos, que les dieron lugar a restaurantes, bares o negocios de souvenirs de dudosa calidad y demás baratijas.
“Nos están empujando a irnos”
“No pretendemos que Campo de’ Fiori vuelva a ser como cuando yo era chico, cuando nos conocíamos todos y había un mercado genuino de productos genuinos, no lo que hay ahora… Pero tenemos que organizarnos y luchar para impedir que Roma se transforme en un Luna Park de turistas que tocan y se van, y lograr que Roma vuelva a ser una ciudad donde sea posible y agradable vivir, en el respeto de sus bellezas y de las obras de artes que forman parte de su alma”, indicó uno de los organizadores.
Protesta de residentes del centro histórico de #Roma contra caos, suciedad, contaminación acústica, hiper turismo, multiplicación de locales de souvenirs y b&b que expulsan a los locales que se sienten fantasmas y exigen controles pic.twitter.com/LHt0TC8dLm
— Elisabetta Piqué (@bettapique) October 28, 2024
Silvio Trotter, uno de los manifestantes, llevaba al cuello un cartel irónico: “residente en vías de extinción”. “La transformación comenzó, sin que nos diéramos cuenta, en la década de 1980, pero ahora llegamos al colmo”, comentó, indignado.
“Nos están empujando a dejar nuestras casas y a irnos porque es imposible vivir acá, con el ruido, el caos, las masas y los impuestos cada vez más caros”, dijo un representante del comité local. Aunque en la protesta no sólo participaron vecinos de Campo de’ Fiori.
“También Trastevere se ha vuelto invivible, sobre todo el fin de semana está repleto de chicos que ponen la música a todo volumen como si fuera una discoteca a cielo abierto y, además, cometen actos de vandalismo… Se ha vuelto imposible dormir, pero llamar a las fuerzas del orden es inútil porque no intervienen, nadie nos tutela”, acusó Angela Petrotta, del antiguo barrio que queda del otro lado del río Tiber, donde tendrá lugar la próxima protesta.
Las pancartas reclamaban, en efecto, “más controles y más eficaces” y el fin de la “invasión de mesas”: “¡devuélvannos el suelo público!”, clamaban. Entre los pitidos y los silbatos de los manifestantes, era palpable el enojo, la saturación. “Roma se ha vuelto una ‘mangiatoia’, un comedero para turistas, a quienes, para peor, les dan comida de mala calidad, congelada… También deberían controlar eso”, comentó otro orador, indignado.
Cristina Initachi, otra elegante señora con una cacerola en mano, lamentó, finalmente, la mala educación generalizada. “No sólo son los turistas extranjeros, que se sientan a comer en el piso en cualquier lado, como el otro día un grupo de escolares franceses con su maestra, en Piazza Navona, sin ningún respeto… Son también los turistas italianos, porque esto es una decadencia general”, acusó Initachi, indignada, además, porque hace unos días casi fue atropellada por una chica que iba de contramano, a toda velocidad, en monopatín… Otro costado de la pesadilla romana.
ROMA.- Así como hace unos meses algunos viajeros fueron sorprendidos en Barcelona por ataques con pistolas de agua lanzados por habitantes hartos del turismo masivo, hace unos días ocurrió algo parecido en la emblemática Piazza Campo de’ Fiori, en Roma. A metros de la famosa estatua de Giordano Bruno -filósofo y monje “hereje” quemado vivo por la Inquisición el 17 de febrero de 1600-, elegantes señoras aparecieron golpeando con estridencia cacerolas y tocando silbatos entre azorados turistas sentados en los restaurantes que se asoman a la famosa plaza del centro histórico de la ciudad eterna.
“¡Basta, no se aguanta más!”, explicaron entre los golpes de cacerola las mujeres, que fueron parte de una primera protesta que el lunes pasado organizó “La Red de Asociaciones para una Ciudad Vivible”, colectivo formado por unos veinte grupos de vecinos del centro que decidieron movilizarse para expresar su creciente malestar ante el fenómeno del hiper-turismo u “over tourism” que transformó sus vidas en un infierno. La protesta fue la primera de una serie que está programada en diversos barrios con un sólo objetivo: que “los ciudadanos volvamos a adueñarnos” de Roma, según dicen.
Después del período negro de la pandemia y de las restricciones, en efecto, el turismo no sólo volvió a la normalidad, sino que tuvo un “boom” sin precedente (en Italia se estima que hubo 60 millones de visitantes en 2024), que incluso aumentará el año próximo en Roma debido al Jubileo 2025, cuando se estima el arribo de 32 millones de peregrinos, según cifras del Vaticano.
En el centro de Roma, es palpable el récord absoluto de visitantes: taxis inhallables, hoteles y restaurantes repletos y con precios prohibitivos, multiplicación de alquileres de uso turístico tipo Airbnb o departamentos transformados en dormitorios.
Todos los días desembarcan de inmensos cruceros que llegan al puerto de Civitavecchia centenares de turistas que luego son trasladados en colectivos a Roma. Y la ciudad, desde siempre caótica y con sus crónicos problemas de tránsito, movilidad y recolección de basura, aparece ahora más desbordada y colapsada que nunca.
Debido al Jubileo 2025 -evento religioso que se da cada 25 años, que el papa Francisco inaugurará el próximo 24 de diciembre-, también se han puesto en marcha diversas obras que han significado desvíos, cortes de calles y demás y un enloquecimiento del tránsito aún mayor que el habitual. Y los nervios de los residentes han aumentado.
Al margen de mujeres golpeando cacerolas y repartiendo silbatos para denunciar la contaminación acústica que suele haber en muchos barrios de la “movida” del centro, en la Piazza Campo de’ Fiori también había manifestantes vestidos como fantasmas, con sábanas blancas.
“Los residentes nos hemos vuelto invisibles como fantasmas”, explicaron los vecinos que, como si se tratara de una catarsis colectiva, fueron turnándose como oradores de la protesta, en la que hubo voces enardecidas por el turismo masivo y por las condiciones de vida cada vez más “invivibles” y no sostenibles de diversos barrios de Roma.
Hubo dardos, por ejemplo, en contra de la proliferación de mesas al aire libre, en veredas y demás espacios públicos del centro que hubo a partir de la pandemia y que luego se quedaron, que no sólo transformaron su estética, sino que complicaron la vida de sus vecinos.
“El 38% de los residentes del centro histórico en los últimos años ha sido expulsado del área, que se ha vuelto invivible porque no hay más reglas ni controles… Nadie respeta nada, ante la inercia y la complicidad de las autoridades”, clamó uno de los oradores, que denunció que si bien los residentes pagan una tasa para tener un permiso para poder estacionar cerca de sus casas, en la denominada ZTL (Zona de tránsito limitado), por ejemplo, esto se ha vuelto imposible.
También hubo reclamos al alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, acusado por la endémica suciedad del centro -invadido incluso por ratas, como graficó un vecino-, y por el hecho de que, en muchos barrios, vista la cada vez mayor rentabilidad del turismo, han ido cerrándose tradicionales tiendas, como mercerías o “botteghe” (talleres) de artesanos, que les dieron lugar a restaurantes, bares o negocios de souvenirs de dudosa calidad y demás baratijas.
“Nos están empujando a irnos”
“No pretendemos que Campo de’ Fiori vuelva a ser como cuando yo era chico, cuando nos conocíamos todos y había un mercado genuino de productos genuinos, no lo que hay ahora… Pero tenemos que organizarnos y luchar para impedir que Roma se transforme en un Luna Park de turistas que tocan y se van, y lograr que Roma vuelva a ser una ciudad donde sea posible y agradable vivir, en el respeto de sus bellezas y de las obras de artes que forman parte de su alma”, indicó uno de los organizadores.
Protesta de residentes del centro histórico de #Roma contra caos, suciedad, contaminación acústica, hiper turismo, multiplicación de locales de souvenirs y b&b que expulsan a los locales que se sienten fantasmas y exigen controles pic.twitter.com/LHt0TC8dLm
— Elisabetta Piqué (@bettapique) October 28, 2024
Silvio Trotter, uno de los manifestantes, llevaba al cuello un cartel irónico: “residente en vías de extinción”. “La transformación comenzó, sin que nos diéramos cuenta, en la década de 1980, pero ahora llegamos al colmo”, comentó, indignado.
“Nos están empujando a dejar nuestras casas y a irnos porque es imposible vivir acá, con el ruido, el caos, las masas y los impuestos cada vez más caros”, dijo un representante del comité local. Aunque en la protesta no sólo participaron vecinos de Campo de’ Fiori.
“También Trastevere se ha vuelto invivible, sobre todo el fin de semana está repleto de chicos que ponen la música a todo volumen como si fuera una discoteca a cielo abierto y, además, cometen actos de vandalismo… Se ha vuelto imposible dormir, pero llamar a las fuerzas del orden es inútil porque no intervienen, nadie nos tutela”, acusó Angela Petrotta, del antiguo barrio que queda del otro lado del río Tiber, donde tendrá lugar la próxima protesta.
Las pancartas reclamaban, en efecto, “más controles y más eficaces” y el fin de la “invasión de mesas”: “¡devuélvannos el suelo público!”, clamaban. Entre los pitidos y los silbatos de los manifestantes, era palpable el enojo, la saturación. “Roma se ha vuelto una ‘mangiatoia’, un comedero para turistas, a quienes, para peor, les dan comida de mala calidad, congelada… También deberían controlar eso”, comentó otro orador, indignado.
Cristina Initachi, otra elegante señora con una cacerola en mano, lamentó, finalmente, la mala educación generalizada. “No sólo son los turistas extranjeros, que se sientan a comer en el piso en cualquier lado, como el otro día un grupo de escolares franceses con su maestra, en Piazza Navona, sin ningún respeto… Son también los turistas italianos, porque esto es una decadencia general”, acusó Initachi, indignada, además, porque hace unos días casi fue atropellada por una chica que iba de contramano, a toda velocidad, en monopatín… Otro costado de la pesadilla romana.
Los italianos del centro histórico comenzaron a movilizarse, hartos del caos, la suciedad, la contaminación acústica y la multiplicación de alquileres temporales que transformaron a la capital en un lugar “invivible” LA NACION