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“El que se enferma de algo considerable, está condenado”: un sacerdote argentino en Gaza relata la catástrofe humanitaria de la Franja

TEL AVIV.- El 7 de octubre es una fecha “muy triste”, también en Gaza, que resultó arrasada en la durísima represalia israelí al asalto terrorista de Hamas, que ha causado cientos de miles de muertos y un situación humanitaria terrible, según contó el padre Gabriel Romanelli, que es párroco de la única iglesia católica de Gaza, que desde hace un año se ha convertido en un refugio para 500 personas.

“¿Cómo se vive el 7 de octubre en Gaza? La verdad es que es una fecha muy triste, porque la guerra continúa y va de mal en peor”, describió este sacerdote porteño, del Instituto del Verbo Encarnado (IVE), en una entrevista telefónica con LA NACION. “Además de la pobre gente que mataron en ese terrible 7 de octubre, 1200 en la parte de Israel, en la parte de acá, sin contar las otras víctimas de Cisjordania, Jerusalén Oriental, al menos se contabilizan 41.000 muertos, de los cuales 16.000 niños”, deploró.

Romanelli, que en verdad el 7 de octubre se encontraba fuera de Gaza, donde recién pudo regresar en mayo pasado, destacó que la comunidad cristiana de Gaza ya era muy chica antes de esa fecha que marcó un antes y un después para todo Medio Oriente. “Éramos 1017, la mayoría ortodoxos y un centenar, católicos y hasta ahora murieron 43 fieles, sobre todo por falta de cura, pero 20 por los bombardeos o por francotiradores”, contó.

Desde el 7 de octubre, su parroquia, que se levanta en el barrio de Zeitun, el más antiguo de Gaza y ahora rodeada de escombros y ruinas, se convirtió en un refugio para centenares de personas. Al principio, más de 700 y ahora, 500, entre los cuales también familias musulmanas y niños y ancianos discapacitados, cuidados por hermanas de la Madre Teresa.

Todos sobreviven durmiendo en el piso, donde sea, en los espacios limitados del predio, haciendo filas de horas para ir al baño, sin agua corriente, sin luz -sólo hay dos generadores, que funcionan con combustible difícil de conseguir- y unos paneles solares dañados por bombardeos, que no dan abasto- y los alimentos llegan con cuentagotas. “Acá se necesita de todo, hasta lo más sencillo”, describió.

A un año del 7-10, mientras siguen los bombardeos sobre Gaza -aunque menos intensos porque el frente caliente se ha desplazado al norte-, este sacerdote porteño que vive en Medio Oriente desde hace más de 25 años -habla perfecto árabe-, contó que a la gente le preocupan dos cosas: la primera es cuánto tiempo más va a durar la guerra y la segunda, qué va a pasar después, “porque la ciudad está triturada”.

“La mayor parte de las casas están destruidas, las calles, también, hay francotiradores que siguen disparando y nosotros seguimos trabajando gracias a la ayuda de muchos amigos, sobre todo coordinados por el Patriarcado latino de Jerusalén”, dijo. Esta semana, por ejemplo, con dos combis que la parroquia tiene, sin vidrios y también dañadas por la guerra, la parroquia que encabeza desde 2009 el padre Romanelli pudo ayudar a 5000 familias entregándoles comida.

“Después de casi un año, el patriarcado latino logró un permiso de las autoridades israelíes y permitieron entrar verduras, frutas y manzanas y lo distribuimos no sólo a las 500 personas que están con nosotros en el predio de la Iglesia, sino también a 4500 familias del barrio, que están muy mal porque no tienen nada, acá no hay bancos, ni dinero”, señaló.

No fue fácil no sólo porque casi tampoco hay caminos, sino también es misión imposible conseguir el combustible para las camionetas. En medio de la destrucción, cuando pueden también distribuyen agua, si logran comprar o conseguir algunos tanques de agua potable. Aunque lo peor es la falta de medicamentos. “Nos faltan muchas medicinas básicas, hay enfermedades crónicas e incluso no se consiguen medicinas para la presión o para diabetes. Para cáncer, ni hablar, no hay nada. Así que aquel que se enferma de algo considerable ya tiene la condena, desgraciadamente. Es terrible”, reconoció.

Pese a todo esto, junto al padre egipcio Yussuf, su segundo, el padre Carlos Ferrero, superior del IVE en Medio Oriente y dos hermanas de la rama femenina, una argentina, la hermana María Maravillas de Jesús, argentina y María Emperatriz de América, peruana, siguen con las actividades. Al margen de las imprescindibles tareas de limpieza y de preparación de la escasa comida, rezan, celebran misa, visitan enfermos- y, además, dan clases para que los chicos no pierdan el año escolar. “Así pasamos los días, suplicándole a Dios el milagro de la paz y del cese el fuego”, describió el padre Romanelli, que no ocultó su preocupación por lo que vendrá.

“Es todo una locura: el hecho de que continúen los bombardeos, que sigan destruyendo casas… Además, el corredor Netzarim, que separa la zona norte de la zona sur de Gaza, está cada vez más ancho. No hay fronteras, nadie puede irse ni para curarse, hay jóvenes que están perdiendo el año de universidad afuera, está todo cerrado y destruido y las señales son muy negativas”, dijo.

“Uno tiene esperanza, esperanza en Dios y esperanza en los buenos seres humanos, que los hay en las dos partes implicadas. Pero mientras tanto siguen sufriendo todos: los que están privados de la libertad, los prisioneros sin juicio, los rehenes… Y después, los 95.000 heridos de la franja de Gaza: al menos 10.000 tendrían que salir para ser operados afuera. Cuando salgo de la parroquia veo a la gente amputada, que es lo que más te duele, junto a los jóvenes, los enfermos, postrados… Todo te duele en Gaza, donde la vida se volvió verdaderamente terrible”.

TEL AVIV.- El 7 de octubre es una fecha “muy triste”, también en Gaza, que resultó arrasada en la durísima represalia israelí al asalto terrorista de Hamas, que ha causado cientos de miles de muertos y un situación humanitaria terrible, según contó el padre Gabriel Romanelli, que es párroco de la única iglesia católica de Gaza, que desde hace un año se ha convertido en un refugio para 500 personas.

“¿Cómo se vive el 7 de octubre en Gaza? La verdad es que es una fecha muy triste, porque la guerra continúa y va de mal en peor”, describió este sacerdote porteño, del Instituto del Verbo Encarnado (IVE), en una entrevista telefónica con LA NACION. “Además de la pobre gente que mataron en ese terrible 7 de octubre, 1200 en la parte de Israel, en la parte de acá, sin contar las otras víctimas de Cisjordania, Jerusalén Oriental, al menos se contabilizan 41.000 muertos, de los cuales 16.000 niños”, deploró.

Romanelli, que en verdad el 7 de octubre se encontraba fuera de Gaza, donde recién pudo regresar en mayo pasado, destacó que la comunidad cristiana de Gaza ya era muy chica antes de esa fecha que marcó un antes y un después para todo Medio Oriente. “Éramos 1017, la mayoría ortodoxos y un centenar, católicos y hasta ahora murieron 43 fieles, sobre todo por falta de cura, pero 20 por los bombardeos o por francotiradores”, contó.

Desde el 7 de octubre, su parroquia, que se levanta en el barrio de Zeitun, el más antiguo de Gaza y ahora rodeada de escombros y ruinas, se convirtió en un refugio para centenares de personas. Al principio, más de 700 y ahora, 500, entre los cuales también familias musulmanas y niños y ancianos discapacitados, cuidados por hermanas de la Madre Teresa.

Todos sobreviven durmiendo en el piso, donde sea, en los espacios limitados del predio, haciendo filas de horas para ir al baño, sin agua corriente, sin luz -sólo hay dos generadores, que funcionan con combustible difícil de conseguir- y unos paneles solares dañados por bombardeos, que no dan abasto- y los alimentos llegan con cuentagotas. “Acá se necesita de todo, hasta lo más sencillo”, describió.

A un año del 7-10, mientras siguen los bombardeos sobre Gaza -aunque menos intensos porque el frente caliente se ha desplazado al norte-, este sacerdote porteño que vive en Medio Oriente desde hace más de 25 años -habla perfecto árabe-, contó que a la gente le preocupan dos cosas: la primera es cuánto tiempo más va a durar la guerra y la segunda, qué va a pasar después, “porque la ciudad está triturada”.

“La mayor parte de las casas están destruidas, las calles, también, hay francotiradores que siguen disparando y nosotros seguimos trabajando gracias a la ayuda de muchos amigos, sobre todo coordinados por el Patriarcado latino de Jerusalén”, dijo. Esta semana, por ejemplo, con dos combis que la parroquia tiene, sin vidrios y también dañadas por la guerra, la parroquia que encabeza desde 2009 el padre Romanelli pudo ayudar a 5000 familias entregándoles comida.

“Después de casi un año, el patriarcado latino logró un permiso de las autoridades israelíes y permitieron entrar verduras, frutas y manzanas y lo distribuimos no sólo a las 500 personas que están con nosotros en el predio de la Iglesia, sino también a 4500 familias del barrio, que están muy mal porque no tienen nada, acá no hay bancos, ni dinero”, señaló.

No fue fácil no sólo porque casi tampoco hay caminos, sino también es misión imposible conseguir el combustible para las camionetas. En medio de la destrucción, cuando pueden también distribuyen agua, si logran comprar o conseguir algunos tanques de agua potable. Aunque lo peor es la falta de medicamentos. “Nos faltan muchas medicinas básicas, hay enfermedades crónicas e incluso no se consiguen medicinas para la presión o para diabetes. Para cáncer, ni hablar, no hay nada. Así que aquel que se enferma de algo considerable ya tiene la condena, desgraciadamente. Es terrible”, reconoció.

Pese a todo esto, junto al padre egipcio Yussuf, su segundo, el padre Carlos Ferrero, superior del IVE en Medio Oriente y dos hermanas de la rama femenina, una argentina, la hermana María Maravillas de Jesús, argentina y María Emperatriz de América, peruana, siguen con las actividades. Al margen de las imprescindibles tareas de limpieza y de preparación de la escasa comida, rezan, celebran misa, visitan enfermos- y, además, dan clases para que los chicos no pierdan el año escolar. “Así pasamos los días, suplicándole a Dios el milagro de la paz y del cese el fuego”, describió el padre Romanelli, que no ocultó su preocupación por lo que vendrá.

“Es todo una locura: el hecho de que continúen los bombardeos, que sigan destruyendo casas… Además, el corredor Netzarim, que separa la zona norte de la zona sur de Gaza, está cada vez más ancho. No hay fronteras, nadie puede irse ni para curarse, hay jóvenes que están perdiendo el año de universidad afuera, está todo cerrado y destruido y las señales son muy negativas”, dijo.

“Uno tiene esperanza, esperanza en Dios y esperanza en los buenos seres humanos, que los hay en las dos partes implicadas. Pero mientras tanto siguen sufriendo todos: los que están privados de la libertad, los prisioneros sin juicio, los rehenes… Y después, los 95.000 heridos de la franja de Gaza: al menos 10.000 tendrían que salir para ser operados afuera. Cuando salgo de la parroquia veo a la gente amputada, que es lo que más te duele, junto a los jóvenes, los enfermos, postrados… Todo te duele en Gaza, donde la vida se volvió verdaderamente terrible”.

 En una ciudad devastada por la guerra, la iglesia de Gaza se convierte en un refugio para cientos de personas mientras enfrentan una crisis humanitaria sin precedentes  LA NACION

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