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Copa América: con Estados Unidos afuera y Panamá adentro, el fútbol es un negocio afortunadamente impredecible

Casi todo Estados Unidos tenía puesta su cabeza el jueves pasado en Atlanta. Su selección jugaba esa noche un partido clave para seguir en la Copa América. Pero la atención estaba a unos cinco kilómetros del Mercedes Benz-Arena. Un presidente balbuceante de 81 años, Joe Biden, quedaba expuesto ante su rival de 78, Donald Trump, que repetía una mentira tras otra, impune, como lo declararía días después la Corte Suprema de su país. “Un rey por encima de la ley”, fundamentó su disidencia la jueza Sonia Sotomayor. El primer debate para las elecciones presidenciales del 5 de noviembre fue triunfo de “MAGA”. Make America Great Again. Pero su fútbol no era “grande”. La superpotencia de 333 millones de habitantes perdía 2-1 ante Panamá, una nación de 4,4 millones de personas, mucho más débil en todo sentido. Esa derrota fue decisiva. Convirtió a Estados Unidos en el primer anfitrión de la historia eliminado en la primera fase de la Copa América.

La eliminación, en rigor, se concretó al lunes siguiente en Kansas, otra vez en una cancha estrecha y de césped precario, con derrota por 1-0 ante Uruguay, un país con población todavía menor, 3,5 millones de habitantes, pero con su gloria de bicampeón mundial y olímpico y de cracks históricos. Leo foros de hinchas de “soccer”. Furiosos por el fiasco. Hablan de dinero. De población. De su récord de 20 millones de niños y adolescentes que juegan al fútbol. “Si LeBron James jugara al fútbol”, se lamentan unos. Otros hablan de Tyreek Hill, velocista notable de los Miami Dolphins. Hay una cultura local que sigue sin entender. No es NBA ni football americano. Es fútbol y se juega con los pies. Como si Messi tenista podría haber sido Roger Federer. Repaso libros de hace veinte años. Aturdían con cifras sobre el boom del soccer. Avisaban que también China irrumpía en escena. Y vaticinaban entonces una nueva era. La seguimos esperando.

Por desigualdades históricas, el fútbol femenino tiene menor tradición y cultura. Estados Unidos sí es allí una potencia dominante. Tiene trofeos mundiales y olímpicos. Y logró igualdad salarial. Paradójicamente, esa conquista, económica, opinan algunos, traba hoy la posibilidad de que la Federación de Estados Unidos contrate a un DT extranjero de primer nivel, que obligaría, claro, a un salario mucho mayor y que alteraría entonces esa igualdad presupuestaria respecto de las mujeres. The Athletic cuestiona a su vez el “marketing” de la Copa América: “un torneo nacional de voleibol juvenil para niños de 11 a 13 años en Dallas fue anunciado con mayor espacio que el partido inaugural” del torneo. Un punto más. Estados Unidos y México, las dos Ligas más poderosas de una Concacaf llena de selecciones débiles, eliminadas ambas en primera fase de la Copa América, carecen de descensos. No hay competencia. Prevalece en sus Ligas el negocio de los Clubes SA.

Es el mismo criterio que, se quejan otros aficionados locales (imposibilitados de ir a alentar a su selección), fijó boletos promedio de 250 dólares para la Copa América, una media que, en muchos casos, casi duplica los precios de la Eurocopa que se está jugando en Alemania. Es cierto, tal vez Estados Unidos podría haberle ganado aquel decisivo partido a Panamá si Tim Weah no se hubiera hecho expulsar infantilmente a los 18 minutos. Pero es quedarse con el árbol y olvidar el bosque. Hijo del ex goleador de Milan y ex presidente de Liberia, Weah tuvo dinero para desarrollarse en Nueva York. Porque los pibes del soccer se forman en academias pagas, no en parques ni baldíos. Y el fútbol, además de negocio, también es hijo del hambre. Aquí y en todos lados. Lo vimos ayer en la Eurocopa: fiesta turca en Alemania.

La patria, para bien y para mal, también juega. El propio Estados Unidos celebró con frase patriótica de su Guerra de la Independencia (“Shot heard round the world”-Disparo escuchado en todo el mundo) el gol de Paul Caligiuri a Trinidad y Tobago que le valió a aquella selección de jugadores semiprofesionales una clasificación histórica al Mundial de Italia 90. Un hecho comparado inclusive al “Miracle in the ice” (Milagro en el hielo), por la modesta selección de hockey sobre patines que venció a la poderosa URSS en los Juegos Olímpicos de Lake Placid 1980. En la fecha patriótica del 4 de julio (de 1988) la FIFA le había asignado sorpresivamente a Estados Unidos la sede del Mundial de 1994. “Como si le dieran el Mundial de Esquí a un país africano”, ironizó entonces un diario.

Pero fue un Mundial con estadios llenos de hinchas latinos y, además, su selección logró un histórico boleto a segunda fase. Ese otro partido terminó con derrota. Pero se definió a dieciséis minutos del final y fue contra el poderoso Brasil (a la postre campeón del torneo). Un récord de once millones de estadounidenses se plantó ese día ante la TV. Rating histórico para el soccer. Ese partido contra Brasil se jugó también un 4 de julio. Mañana es otra vez 4 de julio. Argentina, local en todos los estadios, jugará contra Ecuador y abrirá los cuartos de final de la Copa América. Pero Estados Unidos, anfitrión que será sede central próximo Mundial 2026, ya quedó afuera de la fiesta. En su lugar estará Panamá. El fútbol, efectivamente, es un escenario raro. Afortunadamente impredecible.

Casi todo Estados Unidos tenía puesta su cabeza el jueves pasado en Atlanta. Su selección jugaba esa noche un partido clave para seguir en la Copa América. Pero la atención estaba a unos cinco kilómetros del Mercedes Benz-Arena. Un presidente balbuceante de 81 años, Joe Biden, quedaba expuesto ante su rival de 78, Donald Trump, que repetía una mentira tras otra, impune, como lo declararía días después la Corte Suprema de su país. “Un rey por encima de la ley”, fundamentó su disidencia la jueza Sonia Sotomayor. El primer debate para las elecciones presidenciales del 5 de noviembre fue triunfo de “MAGA”. Make America Great Again. Pero su fútbol no era “grande”. La superpotencia de 333 millones de habitantes perdía 2-1 ante Panamá, una nación de 4,4 millones de personas, mucho más débil en todo sentido. Esa derrota fue decisiva. Convirtió a Estados Unidos en el primer anfitrión de la historia eliminado en la primera fase de la Copa América.

La eliminación, en rigor, se concretó al lunes siguiente en Kansas, otra vez en una cancha estrecha y de césped precario, con derrota por 1-0 ante Uruguay, un país con población todavía menor, 3,5 millones de habitantes, pero con su gloria de bicampeón mundial y olímpico y de cracks históricos. Leo foros de hinchas de “soccer”. Furiosos por el fiasco. Hablan de dinero. De población. De su récord de 20 millones de niños y adolescentes que juegan al fútbol. “Si LeBron James jugara al fútbol”, se lamentan unos. Otros hablan de Tyreek Hill, velocista notable de los Miami Dolphins. Hay una cultura local que sigue sin entender. No es NBA ni football americano. Es fútbol y se juega con los pies. Como si Messi tenista podría haber sido Roger Federer. Repaso libros de hace veinte años. Aturdían con cifras sobre el boom del soccer. Avisaban que también China irrumpía en escena. Y vaticinaban entonces una nueva era. La seguimos esperando.

Por desigualdades históricas, el fútbol femenino tiene menor tradición y cultura. Estados Unidos sí es allí una potencia dominante. Tiene trofeos mundiales y olímpicos. Y logró igualdad salarial. Paradójicamente, esa conquista, económica, opinan algunos, traba hoy la posibilidad de que la Federación de Estados Unidos contrate a un DT extranjero de primer nivel, que obligaría, claro, a un salario mucho mayor y que alteraría entonces esa igualdad presupuestaria respecto de las mujeres. The Athletic cuestiona a su vez el “marketing” de la Copa América: “un torneo nacional de voleibol juvenil para niños de 11 a 13 años en Dallas fue anunciado con mayor espacio que el partido inaugural” del torneo. Un punto más. Estados Unidos y México, las dos Ligas más poderosas de una Concacaf llena de selecciones débiles, eliminadas ambas en primera fase de la Copa América, carecen de descensos. No hay competencia. Prevalece en sus Ligas el negocio de los Clubes SA.

Es el mismo criterio que, se quejan otros aficionados locales (imposibilitados de ir a alentar a su selección), fijó boletos promedio de 250 dólares para la Copa América, una media que, en muchos casos, casi duplica los precios de la Eurocopa que se está jugando en Alemania. Es cierto, tal vez Estados Unidos podría haberle ganado aquel decisivo partido a Panamá si Tim Weah no se hubiera hecho expulsar infantilmente a los 18 minutos. Pero es quedarse con el árbol y olvidar el bosque. Hijo del ex goleador de Milan y ex presidente de Liberia, Weah tuvo dinero para desarrollarse en Nueva York. Porque los pibes del soccer se forman en academias pagas, no en parques ni baldíos. Y el fútbol, además de negocio, también es hijo del hambre. Aquí y en todos lados. Lo vimos ayer en la Eurocopa: fiesta turca en Alemania.

La patria, para bien y para mal, también juega. El propio Estados Unidos celebró con frase patriótica de su Guerra de la Independencia (“Shot heard round the world”-Disparo escuchado en todo el mundo) el gol de Paul Caligiuri a Trinidad y Tobago que le valió a aquella selección de jugadores semiprofesionales una clasificación histórica al Mundial de Italia 90. Un hecho comparado inclusive al “Miracle in the ice” (Milagro en el hielo), por la modesta selección de hockey sobre patines que venció a la poderosa URSS en los Juegos Olímpicos de Lake Placid 1980. En la fecha patriótica del 4 de julio (de 1988) la FIFA le había asignado sorpresivamente a Estados Unidos la sede del Mundial de 1994. “Como si le dieran el Mundial de Esquí a un país africano”, ironizó entonces un diario.

Pero fue un Mundial con estadios llenos de hinchas latinos y, además, su selección logró un histórico boleto a segunda fase. Ese otro partido terminó con derrota. Pero se definió a dieciséis minutos del final y fue contra el poderoso Brasil (a la postre campeón del torneo). Un récord de once millones de estadounidenses se plantó ese día ante la TV. Rating histórico para el soccer. Ese partido contra Brasil se jugó también un 4 de julio. Mañana es otra vez 4 de julio. Argentina, local en todos los estadios, jugará contra Ecuador y abrirá los cuartos de final de la Copa América. Pero Estados Unidos, anfitrión que será sede central próximo Mundial 2026, ya quedó afuera de la fiesta. En su lugar estará Panamá. El fútbol, efectivamente, es un escenario raro. Afortunadamente impredecible.

 Casi todo Estados Unidos tenía puesta su cabeza el jueves pasado en Atlanta. Su selección jugaba esa noche un partido clave para seguir en la Copa América. Pero la atención estaba a unos cinco kilómetros del Mercedes Benz-Arena. Un presidente balbuceante de 81 años, Joe Biden, quedaba expuesto ante su rival de 78, Donald Trump, que repetía una mentira tras otra, impune, como lo declararía días después la Corte Suprema de su país. “Un rey por encima de la ley”, fundamentó su disidencia la jueza Sonia Sotomayor. El primer debate para las elecciones presidenciales del 5 de noviembre fue triunfo de “MAGA”. Make America Great Again. Pero su fútbol no era “grande”. La superpotencia de 333 millones de habitantes perdía 2-1 ante Panamá, una nación de 4,4 millones de personas, mucho más débil en todo sentido. Esa derrota fue decisiva. Convirtió a Estados Unidos en el primer anfitrión de la historia eliminado en la primera fase de la Copa América.La eliminación, en rigor, se concretó al lunes siguiente en Kansas, otra vez en una cancha estrecha y de césped precario, con derrota por 1-0 ante Uruguay, un país con población todavía menor, 3,5 millones de habitantes, pero con su gloria de bicampeón mundial y olímpico y de cracks históricos. Leo foros de hinchas de “soccer”. Furiosos por el fiasco. Hablan de dinero. De población. De su récord de 20 millones de niños y adolescentes que juegan al fútbol. “Si LeBron James jugara al fútbol”, se lamentan unos. Otros hablan de Tyreek Hill, velocista notable de los Miami Dolphins. Hay una cultura local que sigue sin entender. No es NBA ni football americano. Es fútbol y se juega con los pies. Como si Messi tenista podría haber sido Roger Federer. Repaso libros de hace veinte años. Aturdían con cifras sobre el boom del soccer. Avisaban que también China irrumpía en escena. Y vaticinaban entonces una nueva era. La seguimos esperando.Por desigualdades históricas, el fútbol femenino tiene menor tradición y cultura. Estados Unidos sí es allí una potencia dominante. Tiene trofeos mundiales y olímpicos. Y logró igualdad salarial. Paradójicamente, esa conquista, económica, opinan algunos, traba hoy la posibilidad de que la Federación de Estados Unidos contrate a un DT extranjero de primer nivel, que obligaría, claro, a un salario mucho mayor y que alteraría entonces esa igualdad presupuestaria respecto de las mujeres. The Athletic cuestiona a su vez el “marketing” de la Copa América: “un torneo nacional de voleibol juvenil para niños de 11 a 13 años en Dallas fue anunciado con mayor espacio que el partido inaugural” del torneo. Un punto más. Estados Unidos y México, las dos Ligas más poderosas de una Concacaf llena de selecciones débiles, eliminadas ambas en primera fase de la Copa América, carecen de descensos. No hay competencia. Prevalece en sus Ligas el negocio de los Clubes SA.Es el mismo criterio que, se quejan otros aficionados locales (imposibilitados de ir a alentar a su selección), fijó boletos promedio de 250 dólares para la Copa América, una media que, en muchos casos, casi duplica los precios de la Eurocopa que se está jugando en Alemania. Es cierto, tal vez Estados Unidos podría haberle ganado aquel decisivo partido a Panamá si Tim Weah no se hubiera hecho expulsar infantilmente a los 18 minutos. Pero es quedarse con el árbol y olvidar el bosque. Hijo del ex goleador de Milan y ex presidente de Liberia, Weah tuvo dinero para desarrollarse en Nueva York. Porque los pibes del soccer se forman en academias pagas, no en parques ni baldíos. Y el fútbol, además de negocio, también es hijo del hambre. Aquí y en todos lados. Lo vimos ayer en la Eurocopa: fiesta turca en Alemania.La patria, para bien y para mal, también juega. El propio Estados Unidos celebró con frase patriótica de su Guerra de la Independencia (“Shot heard round the world”-Disparo escuchado en todo el mundo) el gol de Paul Caligiuri a Trinidad y Tobago que le valió a aquella selección de jugadores semiprofesionales una clasificación histórica al Mundial de Italia 90. Un hecho comparado inclusive al “Miracle in the ice” (Milagro en el hielo), por la modesta selección de hockey sobre patines que venció a la poderosa URSS en los Juegos Olímpicos de Lake Placid 1980. En la fecha patriótica del 4 de julio (de 1988) la FIFA le había asignado sorpresivamente a Estados Unidos la sede del Mundial de 1994. “Como si le dieran el Mundial de Esquí a un país africano”, ironizó entonces un diario.Pero fue un Mundial con estadios llenos de hinchas latinos y, además, su selección logró un histórico boleto a segunda fase. Ese otro partido terminó con derrota. Pero se definió a dieciséis minutos del final y fue contra el poderoso Brasil (a la postre campeón del torneo). Un récord de once millones de estadounidenses se plantó ese día ante la TV. Rating histórico para el soccer. Ese partido contra Brasil se jugó también un 4 de julio. Mañana es otra vez 4 de julio. Argentina, local en todos los estadios, jugará contra Ecuador y abrirá los cuartos de final de la Copa América. Pero Estados Unidos, anfitrión que será sede central próximo Mundial 2026, ya quedó afuera de la fiesta. En su lugar estará Panamá. El fútbol, efectivamente, es un escenario raro. Afortunadamente impredecible.  LA NACION

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