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Rob Riemen: “La estupidez organizada en la que vivimos provoca la amnesia de la historia”

Vivimos en un mundo asediado por la guerra y la amenaza de destrucción, marcado además por distintas crisis, desde la falta de confianza en la democracia hasta el calentamiento global. La razón profunda de este desasosiego reside en una crisis cultural que ha puesto en duda valores esenciales de la civilización occidental, sostiene Rob Riemen, ensayista nacido en los Países Bajos, fundador y presidente del Nexus Institute, un foro independiente creado en 1994 con el objeto de fomentar el debate cultural.

Concentrada sobre todo en los avances de la ciencia y la tecnología, incapaces de dar una visión integral del hombre, la sociedad actual ha relegado el papel de las humanidades y las artes, y con ellas la sabiduría y el conocimiento del alma humana que pueden ofrecer la literatura, la filosofía, la teología o el arte. Al mismo tiempo, dice Riemen, una invitación constante al entretenimiento y la distracción llevan a olvidar las enseñanzas de la historia, a tal punto que nos cuesta reconocer la raíz fascista de líderes que, desde la izquierda o la derecha, fomentan el nacionalismo, la intolerancia y la división.

Esta amnesia de la historia ha favorecido lo que Riemen llamó, desde el título de un libro que publicó en 2010, “el eterno retorno del fascismo”. Las razones de ese regreso hay que buscarlas, entonces, en un olvido. “Quisimos creer en el progreso eterno y nos convencimos de que los seres humanos somos buenos. Un mundo Disney. Pero los hechos nos confrontan con una evidencia esencial que habíamos olvidado. Tenemos una naturaleza doble. Tenemos un lado bueno y otro malo. Podemos elegir la vida o la muerte. La segunda cuestión es que nos convertimos en una sociedad muy materialista. Y en el camino nos olvidamos del espíritu”.

Como antídoto, Riemen llama a un regreso al humanismo, propuesta que desarrolla en El arte de ser humanos. Cuatro Estudios (Taurus), libro que vino a presentar a Buenos Aires recientemente. Lo interesante de su trabajo es que sostiene que todo cambio social pasa en definitiva por la educación y el cultivo de las virtudes individuales. En el libro, analiza la guerra como maestra de vida, ofrece armas para combatir “la estupidez y la mentira” y se detiene en dos atributos esenciales, la compasión y la valentía. Hay que volver a las preguntas esenciales que en su tiempo planteó Sócrates, dice Riemen. ¿Cuál es la mejor manera de vivir? ¿En que consiste una sociedad justa?

Con el objetivo de acercar la cultura de la tradición humanista a un público amplio, Riemen reúne anualmente en Ámsterdam y Rotterdam a intelectuales, artistas, científicos y políticos de todo el mundo para debatir alrededor de temas como “La guerra y el futuro”, “La revolución de la esperanza”, “La batalla entre el bien y el mal” y “Nietzsche y Van Gogh discuten el futuro de la civilización occidental”. A las mesas y conferencias del Instituto Nexus han acudido, por ejemplo, los Premio Nobel de Literatura Olga Tokarczuk y Wole Soyinka, George Steiner y Claudio Magris, Anne Applebaum y Michael Ignatieff, los músicos Wynton Marsalis y Patti Smith, así como Mario Vargas Llosa, Margaret Atwood, Daniel Baremboim y el presidente francés Emmanuel Macron. La idea es analizar los males de la época y buscar respuestas en el legado del arte y la cultura.

“Lidiamos con muchas crisis al mismo tiempo –dice Riemen, autor de Nobleza de espíritu. Una idea olvidada y Para combatir esta era, entre otros libros–. Hay una crisis social, una económica, una climática. Hay guerras en marcha. Si analizamos todo esto en conjunto, solo hay una conclusión posible y es que estamos frente a una crisis de nuestra civilización. En abril pasado, Macron dio una conferencia en la Sorbonne en la que repitió lo que Paul Valéry había dicho en 1919: ahora sabemos que las civilizaciones son mortales. Europa puede morir. Incluso el mundo puede morir. Basta ver un film reciente, Oppenheimer. Lo tenemos a Putin lanzando amenazas nucleares. Por esto, porque estamos ante una crisis civilizatoria, quise presentar un enfoque amplio en este libro. Estamos perdiendo la perspectiva esencial, que nos permite entender qué significa ser un ser humano. Solo desde allí podemos reflexionar sobre las muchas crisis actuales”.

–¿Y qué significa ser un ser humano?

–Vuelvo a la película Oppenheimer. Después de trabajar en el Proyecto Manhattan, después de obtener la bomba atómica, con la que creía que se iban a acabar las guerras, Oppenheimer, acusado de comunista, lo pierde todo. Pero lo que el filme no llega a mostrar es lo más importante para mí. En una conferencia que dio en 1963, Oppenheimer dice que es hora de no poner más nuestra fe en líderes políticos, sino de asumir nuestra responsabilidad. Y eso supone reconocer, primero, el mal en nosotros mismos. Solo así podemos ver el mal en otros y empezar a lidiar con él. Por eso la literatura y las artes son tan importantes. Ofrecen una perspectiva de lo que somos como seres humanos. Del costado malvado de nuestra naturaleza, pero también de la nobleza de espíritu que está en nosotros. Es curioso, el hombre que inventó el arma capaz de destruirlo todo dejó al final una visión ética del hombre y de la vida. Lo grave es que hemos perdido esa dimensión.

–En el libro hay muchas referencias al surgimiento de los fascismos y de los totalitarismos en el siglo XX. ¿Qué paralelos encuentra entre aquella etapa histórica y nuestro tiempo?

–Esta es la gran pregunta. A través de la historia, la humanidad ha pasado por períodos como aquel muchas veces. Pero también ha tenido épocas de renacimiento e iluminación. Lo que es fascinante y al mismo tiempo trágico sobre nuestro tiempo es que no solo tenemos la tecnología para destruir todo, sino que, paradójicamente, tras la caída del Muro quisimos creer en el fin de la historia. Las grandes guerras han terminado, nos dijimos, el comunismo ha desaparecido, venció la democracia liberal y nuestro modelo capitalista va a sacar a todos de la pobreza. Un mundo maravilloso, ¿verdad?, como diría Louis Armstrong. Pero después crece un Le Pen en Francia, llega un Geert Wilders a los Países Bajos. Ante el crecimiento de estos líderes de extrema derecha escribí un ensayo sobre el retorno del fascismo. ¿Cómo era posible esto?, me pregunto allí.

–¿Y cómo fue posible?

–Primero, quisimos creer en el progreso eterno, una idea de la Ilustración. Nos convencimos de que los seres humanos somos buenos. Un mundo Disney. Pero luego los hechos nos confrontan con una evidencia esencial sobre los seres humanos, que habíamos olvidado. Tenemos una naturaleza doble. Tenemos un lado bueno y otro malo. Podemos elegir la vida o podemos elegir la muerte. Lo segundo es que nos convertimos, apoyados en la ciencia y la tecnología, en una sociedad muy materialista. Nuevo coche, nuevo iPhone… siempre queremos más. En el camino nos olvidamos del espíritu. Vivimos en una suerte de estupidez organizada que provoca, entre otras cosas, una amnesia de la historia. Por eso no recordamos aquellos momentos tan trágicos de la humanidad y esta doble faz, positiva y negativa, del hombre.

–¿Qué sería la estupidez organizada?

–Creo que el poder y las elites nos quieren estúpidos. Porque, si fuéramos menos estúpidos, ¿por qué votaríamos a personas que no resuelven nada? ¿Por qué votaríamos por el sinsentido? ¿Por qué aceptaríamos universidades que no nos educan?

Soy muy crítico de la ideología woke, que es una forma de neoestalinismo. La cultura de la cancelación fue inventada por Hitler y Stalin

–Junto a una tecnología que vende la idea de un progreso ilimitado, tenemos el ruido de las redes sociales, que nos instalan en una suerte de puro presente. En cierto modo, la tecnología es una ilusión vacía que promueve la amnesia del pasado.

–Una ilusión vacía, me gusta esa frase. Un factor de esa amnesia es la tecnología, sí, pero también la necesidad permanente de entretenimiento. La gente necesita distracción todo el tiempo y la obtiene. Lo cual significa que nos olvidamos o que no queremos enfrentarnos a las preguntas fundamentales. Primero, ¿quién soy? Después, ¿qué hago con mi vida? Y por último, cuando uno se enfrenta con el sentimiento trágico de la vida, ¿cómo lidiar con eso? Son, desde siempre, las preguntas que proponen el arte y la cultura. Hoy en cambio tenemos pseudoculturas.

–¿Cómo es eso?

–Una pseudocultura es la del kitsch, que nos hace creer que la vida tiene que ser divertida, sexy, acelerada, superficial; otra es la pragmática, la de la ciencia y la tecnología, que dice que solo puede ser verdadero lo empíricamente calculable y que solo importa lo útil; otra es la del capitalismo y la farándula, que celebra la fama y la riqueza; otra es el esnobismo estético, que venera con nostalgia las “obras bellas” para huir de la realidad. El vacío espiritual que provocan estas pseudoculturas alienta una desesperación que se traduce en el consumo de drogas, la violencia o el nacionalismo. La cultura, en el sentido real del término, es lo que ayuda a encontrar tu propia respuesta a las preguntas fundamentales. Por eso la educación cultural y el arte son tremendamente importantes, y por eso también todos los líderes no democráticos lo primero que hacen es librarse del mundo de la cultura y la educación. En Estados Unidos, y lo que pasa allí pasa un poco más tarde en Europa, unas 300 personas mueren todos los días por sobredosis. Y unas 100 mueren por disparos de armas de fuego. Es una civilización en decadencia. Para ser honestos, vemos el mismo fenómeno en Europa. Pero ¿el camino de salida es el retorno al fascismo, es decir, depositar nuestra fe en falsos mesías, en demagogos que prometen “acabar con la corrupción en la política”?

La cultura, en el sentido real del término, es lo que ayuda a encontrar tus propias respuestas a las preguntas fundamentales de la vida

–En su libro describe cómo la ideología extrema anula el pensamiento crítico. Y ofrece ejemplos tanto de izquierda como de derecha.

–Así es. El problema es que los extremistas, de izquierda o de derecha, son personas inteligentes. Pero la inteligencia no es suficiente. Como decía Robert Musil, la inteligencia puede llevar a la mayor estupidez. Puedes ser la persona más inteligente, brillante, y al mismo tiempo muy estúpido o corrupto. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con la ideología woke, que es una forma de neoestalinismo. La cultura de la cancelación fue inventada por Hitler y por Stalin, no hay nada nuevo allí. En mi libro imagino una conversación con Thomas Mann en la que yo soy el Dante y él es mi Virgilio. Thomas Mann fue testigo de la crisis de su civilización, presenció la crisis de la democracia y el surgimiento del fascismo. Basado en Schiller, advierte que los seres humanos tenemos esta doble naturaleza y nos recuerda al mismo tiempo nuestra nobleza de espíritu. No hay atajos, la vida humana es un trabajo duro. Como dijo Cicerón, cultura animi philosophia, el cultivo del alma humana es la búsqueda de la sabiduría. Aquí está el centro del problema. Ya no hay más cultura. Ya nadie quiere creer en el alma. Ya nadie habla de sabiduría. No advertimos que la vida es búsqueda. Como dice el poema de Yeats, “Things fall apart, The center cannot hold”, las cosas se están cayendo y el centro no puede sostener. Y es el mundo del humanismo el que ofrece el centro para evitar el fanatismo y cualquier forma de extremismo. También, para hacernos conscientes de los acertijos que presenta la vida. Mitos como el de Percival o el de Fausto nos recuerdan que debemos encontrar nuestro camino a través de la vida. Hay cosas que te pueden ayudar y otras que son la ilusión vacía.

–¿De qué está hecho ese humanismo? ¿De las ideas de la Ilustración ya despojadas de su fe absoluta en el progreso? ¿De principios religiosos?

–Buena pregunta. Como dije, mi gran héroe intelectual es Thomas Mann. Lo considero mi maestro más importante. Durante la Primera Guerra Mundial, Mann estaba del lado de los nacionalistas y conservadores. Y entró en disputa con su hermano Heinrich, que era un liberal de izquierda. Pero después de la guerra, en 1921, cuando ve cómo Alemania se vuelve más y más violenta, escribe que el humanismo no es alemán, pero es lo más importante. Fue su primer paso en señalar que los valores que quería defender no estaban fundados en una cultura nacional, sino que son universales. Entonces, para responder a tu pregunta, el humanismo es la tradición que toma en serio la idea del ser humano. Por eso para mí el humanismo comienza con Sócrates y las preguntas fundamentales: ¿qué es una buena vida? ¿Qué es una buena sociedad? De esas inquietudes surgen los valores morales. Y esos valores deben ser trascendentales, espirituales, porque no somos robots, no somos máquinas, no podemos reemplazar calidad por cantidad. Solo los valores que son trascendentales pueden ser universales, verdaderos para todos. Lo que significa que el humanismo tiene raíces religiosas. Nuestra vida es el intento constante, hasta el final, de convertirnos en seres humanos mejores de lo que somos. Y el intento de encontrar respuestas a los acertijos de la vida en medio de las elecciones cotidianas. Esto incluye el tipo de sociedad que queremos. Allí reside la belleza de la vida. Al final, Mann habló de un humanismo militante para enfrentar a las fuerzas que quieren destruirlo. Hoy esas fuerzas son el eterno fascismo y lo que podríamos llamar el tecnofascismo.

El problema con la inteligencia artificial aparece cuando empieza a reemplazar aquellas capacidades que nos hacen humanos

–¿Cómo sería un humanismo militante?

–No es que deberíamos ser parte de la polarización, pero sí de la fuerza que pone de manifiesto las mentiras. Las mentiras de los demagogos, la mentira de que los niños ya no necesitan leer libros porque tienen las redes sociales, la mentira de ahogarnos en el entretenimiento mientras olvidamos las musas, la mentira de que no necesitamos invertir en la cultura porque no es práctica. La esencia del humanismo es proteger la dignidad de cada ser humano. Y el modelo político del humanismo es una democracia donde la gente de las más diferentes procedencias puedan vivir en armonía porque comparte valores fundamentales. Una sociedad capaz de proteger lo que es vulnerable. ¿Y qué es vulnerable? Bueno, los niños son vulnerables; las personas mayores lo son; los enfermos; los desempleados; hasta los animales y la Madre Tierra son vulnerables, así que se los protege.

–En su libro dice que la academia y las universidades hoy son baluartes de la estupidez. ¿Es tan grave el asunto?

–Soy muy crítico de la teoría woke, pero creo que eso es solo una parte del problema. Se supone que las universidades deben ofrecer al mundo el conocimiento de las “universitas”. De allí viene su nombre. Universitas es la educación liberal, que se expresa en la historia, la filosofía, la literatura, las artes. Que no son ciencias duras, pero que representan el arte superior de la lectura, que permite ver las conexiones entre las cosas y los fenómenos. Es un entrenamiento sobre lo que significa ser un ser humano, sus paradojas y misterios, y que incluye el arte, desde la literatura del Dante a la música de Carlos Gardel. Por eso La montaña mágica, de Thomas Mann, es un libro tan importante para mí. Trata sobre todo de enfrentar las grandes preguntas y la búsqueda de las respuestas correctas. Las universidades ya no ofrecen este tipo de educación. Prevalecen las ciencias duras y la tecnología, cosas con las que se pueda hacer dinero. Max Weber habló del peligro de reducir el mundo solo a los hechos. Hay un exceso de racionalización que lleva al desencantamiento del mundo.

–¿Y la teoría woke?

–Como dije, el movimiento woke es un copy-paste del neoestalinismo, y en su esencia no es diferente de los movimientos fascistas. Son la misma cosa. Un dato interesante: mi crítica a la ideología woke es la razón por la que ningún editor norteamericano quiere publicar mi libro. Es interesante. Algunos de ellos me elogian como escritor, pero me dicen que no pueden publicar esto. La autocensura comienza allí.

Nuestra generación tuvo suerte. Nuestros influencers no fueron las Kardashian sino García Márquez, Vargas Llosa, Kafka

–¿Qué piensa de la inteligencia artificial?

–En el libro cuento la historia de mi madre. Ella murió en el año 2000, a los 70 años, lo que fue una especie de milagro, porque tuvo una mala salud. Quiero decir, solo un tonto podría estar en contra de la ciencia, y yo le estoy profundamente agradecido por cómo ayudó a mi madre. Hay muchas cosas importantes que se pueden hacer con inteligencia artificial. Google me permite encontrar mi camino en Buenos Aires, por ejemplo. Pero el problema empieza cuando la inteligencia artificial comienza a reemplazar aquellas capacidades que nos hacen humanos. Ahora los estudiantes están usando el ChatGPT para hacer sus tesis. Quizá hasta obtienen una buena nota. Pero esto no les permite usar su entendimiento y esforzarse para crear algo propio. Esto hace a la gente más estúpida.

–Parece que esta generación les está quitando a las siguientes la posibilidad de entrenar el pensamiento crítico a través del esfuerzo de la escritura, porque acceden a un texto ya dado.

–Hace treinta y tres años fundé una revista, Nexus. Lo hice junto con un viejo editor judío que por milagro sobrevivió al Holocausto y luego, después de la guerra, decidió que quería invertir todo lo que tenía, incluyendo una gran cantidad de dinero, en mantener vivo todo lo que Hitler había querido destruir. Fundó una editorial y una librería. Lo conocí en 1988 y en 1991 empezamos a publicar nuestra revista. Murió en 1992, pero antes me enseñó dos cosas. Decía que después de la Segunda Guerra Mundial la ciencia y la tecnología no conocieron límite, pero que a nivel cultural estábamos de vuelta en la Edad Media. Por esto, creía que con el periódico debíamos seguir el ejemplo de los monasterios, donde se conservaban ciertas cosas y saberes para transmitirlas a las generaciones futuras. Por otro lado, tenía la esperanza de que surgiera una suerte de nuevo Renacimiento. Yo creo que, si no nos destruye la bomba, ese resurgimiento vendrá desde abajo, de las tiendas de libros independientes, de la gente que sigue leyendo, de los jóvenes que están renunciando a X y a Facebook porque saben que están siendo engañados por el sistema. Quiero creer que todavía tenemos un sentido de la calidad. La gente sabe quién es un verdadero amigo, sabe íntimamente si la vida que está llevando tiene sentido o no. Es decir, el problema no está del lado de la demanda, sino del lado de la oferta. Nuestra generación tuvo suerte. Nuestros influencers no fueron las Kardashian sino García Márquez, Vargas Llosa, Kafka. Eso hace una gran diferencia. Hoy nuestra obligación moral es tratar de que la generación joven se aparte de la estupidez que se le ofrece.

–Dos atributos de la personalidad que rescata para estos tiempos son la compasión y el coraje. ¿Por qué?

–Tanto el fascismo como el bolcheviquismo, más allá de las formas en que hoy se presenten, son dos visiones del mundo que adoptan personas que tienen miedo y no conocen la compasión. Nuestros valores fundamentales, como la compasión y el coraje, ¿de dónde vienen? Empiezan a desarrollarse con el tipo de educación que les damos a los niños. Cuando uno decide tener hijos, esos hijos deben poder contar con un amor eterno e incondicional. Porque Freud tenía razón. El tipo de autoconfianza que se necesita en la vida se desarrolla en los primeros cinco o seis años. Cuando sos afortunado y tenés padres que te darán este tipo de amor y seguridad, tendrás una buena vida. También la religión puede darte confianza. Y si no sos religioso, quizá puedas encontrarla en la filosofía. En Sócrates, en las novelas de Tolstoi o Dostoievski. De nuevo, se trata de cultivar el espíritu.

–¿Cómo ve Estados Unidos hoy con la posibilidad de que Trump vuelva a ser presidente?

–En 2016 les dije a mis amigos norteamericanos que Trump ganaría las elecciones. Imposible, me dijeron. Me trataron de viejo europeo que no entiende nada. Les dije que precisamente por eso, porque soy europeo, sé algo sobre fascismo. “Y este tipo va a ganar porque es un fascista”, les dije. Su triunfo fue otro síntoma de que en Estados Unidos el sistema político está colapsando. Pero ante esta posibilidad del retorno de Trump, hagámonos una pregunta: ¿cómo es que el país más poderoso del mundo puede estar ante una elección presidencial entre un fascista y un hombre de 81 años? Es la repetición de la caída del Imperio romano. Pero nosotros, europeos, somos hipócritas, porque estamos ante los mismos problemas. Y si los norteamericanos no hubieran estado allí, quizá Putin ya hubiera llegado a Berlín o a Amsterdam.

–Una última pregunta. En su libro, al presentar su punto de vista se apoya más en la narración de historias que en la abstracción de las ideas. ¿Fue una estrategia consciente?

–Es que no soy un filósofo con una preparación formal. Soy más que nada un lector entrenado. Otro de mis otros héroes es Camus, quien dijo que la mejor manera de transmitir ideas es escribiendo novelas. Y escribió La peste. Yo creo en la narración de historias. Como editor de una revista, le repito al staff que quiero textos escritos de tal manera que los puedan comprender nuestras madres. Porque, ¿para qué escribir algo que no puede entender tu madre, que se supone es la persona más importante de tu vida?

UN DEFENSOR DEL IDEAL HUMANISTA

PERFIL: Rob Riemen

■ Rob Riemen (Países Bajos, 1962) es ensayista, fundador y presidente del Nexus Institute, con sede en Amsterdam, un foro independiente de vocación internacional creado en 1994 con el objeto de fomentar el debate filosófico y cultural y la reflexión intelectual. Es editor de la revista cuatrimestral Nexus.

■ Con la idea de promover la tradición humanista, Nexus ha convocado a personalidades como Michael Ignatieff, Mario Vargas Llosa, George Steiner, Francis Fukuyama, John Coetzee, Susan Sontag, Ai Weiwei, Richard Rorty y Jürgen Habermas, entre muchos otros.

■ En 2008 Riemen publicó Nobleza de espíritu. Un ideal olvidado (Yale University Press). El libro, traducido a 18 idiomas, tiene una edición en español (Taurus, 2016).

■ En La universidad de la vida publicado en 2013, Riemen habla con un grupo único de personas (pensadores, científicos, escritores, músicos) que brindan al lector la sabiduría que han adquirido a través de la experiencia.

■ También ha publicado The Eternal Return of Fascism (2010), The Return of Europe. Her Tears, Deeds and Dreams (2015) y Para combatir esta era (Taurus, 2018).

■ Acaba de publicar en español El arte de ser humanos. Cuatro estudios (Taurus).

Vivimos en un mundo asediado por la guerra y la amenaza de destrucción, marcado además por distintas crisis, desde la falta de confianza en la democracia hasta el calentamiento global. La razón profunda de este desasosiego reside en una crisis cultural que ha puesto en duda valores esenciales de la civilización occidental, sostiene Rob Riemen, ensayista nacido en los Países Bajos, fundador y presidente del Nexus Institute, un foro independiente creado en 1994 con el objeto de fomentar el debate cultural.

Concentrada sobre todo en los avances de la ciencia y la tecnología, incapaces de dar una visión integral del hombre, la sociedad actual ha relegado el papel de las humanidades y las artes, y con ellas la sabiduría y el conocimiento del alma humana que pueden ofrecer la literatura, la filosofía, la teología o el arte. Al mismo tiempo, dice Riemen, una invitación constante al entretenimiento y la distracción llevan a olvidar las enseñanzas de la historia, a tal punto que nos cuesta reconocer la raíz fascista de líderes que, desde la izquierda o la derecha, fomentan el nacionalismo, la intolerancia y la división.

Esta amnesia de la historia ha favorecido lo que Riemen llamó, desde el título de un libro que publicó en 2010, “el eterno retorno del fascismo”. Las razones de ese regreso hay que buscarlas, entonces, en un olvido. “Quisimos creer en el progreso eterno y nos convencimos de que los seres humanos somos buenos. Un mundo Disney. Pero los hechos nos confrontan con una evidencia esencial que habíamos olvidado. Tenemos una naturaleza doble. Tenemos un lado bueno y otro malo. Podemos elegir la vida o la muerte. La segunda cuestión es que nos convertimos en una sociedad muy materialista. Y en el camino nos olvidamos del espíritu”.

Como antídoto, Riemen llama a un regreso al humanismo, propuesta que desarrolla en El arte de ser humanos. Cuatro Estudios (Taurus), libro que vino a presentar a Buenos Aires recientemente. Lo interesante de su trabajo es que sostiene que todo cambio social pasa en definitiva por la educación y el cultivo de las virtudes individuales. En el libro, analiza la guerra como maestra de vida, ofrece armas para combatir “la estupidez y la mentira” y se detiene en dos atributos esenciales, la compasión y la valentía. Hay que volver a las preguntas esenciales que en su tiempo planteó Sócrates, dice Riemen. ¿Cuál es la mejor manera de vivir? ¿En que consiste una sociedad justa?

Con el objetivo de acercar la cultura de la tradición humanista a un público amplio, Riemen reúne anualmente en Ámsterdam y Rotterdam a intelectuales, artistas, científicos y políticos de todo el mundo para debatir alrededor de temas como “La guerra y el futuro”, “La revolución de la esperanza”, “La batalla entre el bien y el mal” y “Nietzsche y Van Gogh discuten el futuro de la civilización occidental”. A las mesas y conferencias del Instituto Nexus han acudido, por ejemplo, los Premio Nobel de Literatura Olga Tokarczuk y Wole Soyinka, George Steiner y Claudio Magris, Anne Applebaum y Michael Ignatieff, los músicos Wynton Marsalis y Patti Smith, así como Mario Vargas Llosa, Margaret Atwood, Daniel Baremboim y el presidente francés Emmanuel Macron. La idea es analizar los males de la época y buscar respuestas en el legado del arte y la cultura.

“Lidiamos con muchas crisis al mismo tiempo –dice Riemen, autor de Nobleza de espíritu. Una idea olvidada y Para combatir esta era, entre otros libros–. Hay una crisis social, una económica, una climática. Hay guerras en marcha. Si analizamos todo esto en conjunto, solo hay una conclusión posible y es que estamos frente a una crisis de nuestra civilización. En abril pasado, Macron dio una conferencia en la Sorbonne en la que repitió lo que Paul Valéry había dicho en 1919: ahora sabemos que las civilizaciones son mortales. Europa puede morir. Incluso el mundo puede morir. Basta ver un film reciente, Oppenheimer. Lo tenemos a Putin lanzando amenazas nucleares. Por esto, porque estamos ante una crisis civilizatoria, quise presentar un enfoque amplio en este libro. Estamos perdiendo la perspectiva esencial, que nos permite entender qué significa ser un ser humano. Solo desde allí podemos reflexionar sobre las muchas crisis actuales”.

–¿Y qué significa ser un ser humano?

–Vuelvo a la película Oppenheimer. Después de trabajar en el Proyecto Manhattan, después de obtener la bomba atómica, con la que creía que se iban a acabar las guerras, Oppenheimer, acusado de comunista, lo pierde todo. Pero lo que el filme no llega a mostrar es lo más importante para mí. En una conferencia que dio en 1963, Oppenheimer dice que es hora de no poner más nuestra fe en líderes políticos, sino de asumir nuestra responsabilidad. Y eso supone reconocer, primero, el mal en nosotros mismos. Solo así podemos ver el mal en otros y empezar a lidiar con él. Por eso la literatura y las artes son tan importantes. Ofrecen una perspectiva de lo que somos como seres humanos. Del costado malvado de nuestra naturaleza, pero también de la nobleza de espíritu que está en nosotros. Es curioso, el hombre que inventó el arma capaz de destruirlo todo dejó al final una visión ética del hombre y de la vida. Lo grave es que hemos perdido esa dimensión.

–En el libro hay muchas referencias al surgimiento de los fascismos y de los totalitarismos en el siglo XX. ¿Qué paralelos encuentra entre aquella etapa histórica y nuestro tiempo?

–Esta es la gran pregunta. A través de la historia, la humanidad ha pasado por períodos como aquel muchas veces. Pero también ha tenido épocas de renacimiento e iluminación. Lo que es fascinante y al mismo tiempo trágico sobre nuestro tiempo es que no solo tenemos la tecnología para destruir todo, sino que, paradójicamente, tras la caída del Muro quisimos creer en el fin de la historia. Las grandes guerras han terminado, nos dijimos, el comunismo ha desaparecido, venció la democracia liberal y nuestro modelo capitalista va a sacar a todos de la pobreza. Un mundo maravilloso, ¿verdad?, como diría Louis Armstrong. Pero después crece un Le Pen en Francia, llega un Geert Wilders a los Países Bajos. Ante el crecimiento de estos líderes de extrema derecha escribí un ensayo sobre el retorno del fascismo. ¿Cómo era posible esto?, me pregunto allí.

–¿Y cómo fue posible?

–Primero, quisimos creer en el progreso eterno, una idea de la Ilustración. Nos convencimos de que los seres humanos somos buenos. Un mundo Disney. Pero luego los hechos nos confrontan con una evidencia esencial sobre los seres humanos, que habíamos olvidado. Tenemos una naturaleza doble. Tenemos un lado bueno y otro malo. Podemos elegir la vida o podemos elegir la muerte. Lo segundo es que nos convertimos, apoyados en la ciencia y la tecnología, en una sociedad muy materialista. Nuevo coche, nuevo iPhone… siempre queremos más. En el camino nos olvidamos del espíritu. Vivimos en una suerte de estupidez organizada que provoca, entre otras cosas, una amnesia de la historia. Por eso no recordamos aquellos momentos tan trágicos de la humanidad y esta doble faz, positiva y negativa, del hombre.

–¿Qué sería la estupidez organizada?

–Creo que el poder y las elites nos quieren estúpidos. Porque, si fuéramos menos estúpidos, ¿por qué votaríamos a personas que no resuelven nada? ¿Por qué votaríamos por el sinsentido? ¿Por qué aceptaríamos universidades que no nos educan?

Soy muy crítico de la ideología woke, que es una forma de neoestalinismo. La cultura de la cancelación fue inventada por Hitler y Stalin

–Junto a una tecnología que vende la idea de un progreso ilimitado, tenemos el ruido de las redes sociales, que nos instalan en una suerte de puro presente. En cierto modo, la tecnología es una ilusión vacía que promueve la amnesia del pasado.

–Una ilusión vacía, me gusta esa frase. Un factor de esa amnesia es la tecnología, sí, pero también la necesidad permanente de entretenimiento. La gente necesita distracción todo el tiempo y la obtiene. Lo cual significa que nos olvidamos o que no queremos enfrentarnos a las preguntas fundamentales. Primero, ¿quién soy? Después, ¿qué hago con mi vida? Y por último, cuando uno se enfrenta con el sentimiento trágico de la vida, ¿cómo lidiar con eso? Son, desde siempre, las preguntas que proponen el arte y la cultura. Hoy en cambio tenemos pseudoculturas.

–¿Cómo es eso?

–Una pseudocultura es la del kitsch, que nos hace creer que la vida tiene que ser divertida, sexy, acelerada, superficial; otra es la pragmática, la de la ciencia y la tecnología, que dice que solo puede ser verdadero lo empíricamente calculable y que solo importa lo útil; otra es la del capitalismo y la farándula, que celebra la fama y la riqueza; otra es el esnobismo estético, que venera con nostalgia las “obras bellas” para huir de la realidad. El vacío espiritual que provocan estas pseudoculturas alienta una desesperación que se traduce en el consumo de drogas, la violencia o el nacionalismo. La cultura, en el sentido real del término, es lo que ayuda a encontrar tu propia respuesta a las preguntas fundamentales. Por eso la educación cultural y el arte son tremendamente importantes, y por eso también todos los líderes no democráticos lo primero que hacen es librarse del mundo de la cultura y la educación. En Estados Unidos, y lo que pasa allí pasa un poco más tarde en Europa, unas 300 personas mueren todos los días por sobredosis. Y unas 100 mueren por disparos de armas de fuego. Es una civilización en decadencia. Para ser honestos, vemos el mismo fenómeno en Europa. Pero ¿el camino de salida es el retorno al fascismo, es decir, depositar nuestra fe en falsos mesías, en demagogos que prometen “acabar con la corrupción en la política”?

La cultura, en el sentido real del término, es lo que ayuda a encontrar tus propias respuestas a las preguntas fundamentales de la vida

–En su libro describe cómo la ideología extrema anula el pensamiento crítico. Y ofrece ejemplos tanto de izquierda como de derecha.

–Así es. El problema es que los extremistas, de izquierda o de derecha, son personas inteligentes. Pero la inteligencia no es suficiente. Como decía Robert Musil, la inteligencia puede llevar a la mayor estupidez. Puedes ser la persona más inteligente, brillante, y al mismo tiempo muy estúpido o corrupto. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con la ideología woke, que es una forma de neoestalinismo. La cultura de la cancelación fue inventada por Hitler y por Stalin, no hay nada nuevo allí. En mi libro imagino una conversación con Thomas Mann en la que yo soy el Dante y él es mi Virgilio. Thomas Mann fue testigo de la crisis de su civilización, presenció la crisis de la democracia y el surgimiento del fascismo. Basado en Schiller, advierte que los seres humanos tenemos esta doble naturaleza y nos recuerda al mismo tiempo nuestra nobleza de espíritu. No hay atajos, la vida humana es un trabajo duro. Como dijo Cicerón, cultura animi philosophia, el cultivo del alma humana es la búsqueda de la sabiduría. Aquí está el centro del problema. Ya no hay más cultura. Ya nadie quiere creer en el alma. Ya nadie habla de sabiduría. No advertimos que la vida es búsqueda. Como dice el poema de Yeats, “Things fall apart, The center cannot hold”, las cosas se están cayendo y el centro no puede sostener. Y es el mundo del humanismo el que ofrece el centro para evitar el fanatismo y cualquier forma de extremismo. También, para hacernos conscientes de los acertijos que presenta la vida. Mitos como el de Percival o el de Fausto nos recuerdan que debemos encontrar nuestro camino a través de la vida. Hay cosas que te pueden ayudar y otras que son la ilusión vacía.

–¿De qué está hecho ese humanismo? ¿De las ideas de la Ilustración ya despojadas de su fe absoluta en el progreso? ¿De principios religiosos?

–Buena pregunta. Como dije, mi gran héroe intelectual es Thomas Mann. Lo considero mi maestro más importante. Durante la Primera Guerra Mundial, Mann estaba del lado de los nacionalistas y conservadores. Y entró en disputa con su hermano Heinrich, que era un liberal de izquierda. Pero después de la guerra, en 1921, cuando ve cómo Alemania se vuelve más y más violenta, escribe que el humanismo no es alemán, pero es lo más importante. Fue su primer paso en señalar que los valores que quería defender no estaban fundados en una cultura nacional, sino que son universales. Entonces, para responder a tu pregunta, el humanismo es la tradición que toma en serio la idea del ser humano. Por eso para mí el humanismo comienza con Sócrates y las preguntas fundamentales: ¿qué es una buena vida? ¿Qué es una buena sociedad? De esas inquietudes surgen los valores morales. Y esos valores deben ser trascendentales, espirituales, porque no somos robots, no somos máquinas, no podemos reemplazar calidad por cantidad. Solo los valores que son trascendentales pueden ser universales, verdaderos para todos. Lo que significa que el humanismo tiene raíces religiosas. Nuestra vida es el intento constante, hasta el final, de convertirnos en seres humanos mejores de lo que somos. Y el intento de encontrar respuestas a los acertijos de la vida en medio de las elecciones cotidianas. Esto incluye el tipo de sociedad que queremos. Allí reside la belleza de la vida. Al final, Mann habló de un humanismo militante para enfrentar a las fuerzas que quieren destruirlo. Hoy esas fuerzas son el eterno fascismo y lo que podríamos llamar el tecnofascismo.

El problema con la inteligencia artificial aparece cuando empieza a reemplazar aquellas capacidades que nos hacen humanos

–¿Cómo sería un humanismo militante?

–No es que deberíamos ser parte de la polarización, pero sí de la fuerza que pone de manifiesto las mentiras. Las mentiras de los demagogos, la mentira de que los niños ya no necesitan leer libros porque tienen las redes sociales, la mentira de ahogarnos en el entretenimiento mientras olvidamos las musas, la mentira de que no necesitamos invertir en la cultura porque no es práctica. La esencia del humanismo es proteger la dignidad de cada ser humano. Y el modelo político del humanismo es una democracia donde la gente de las más diferentes procedencias puedan vivir en armonía porque comparte valores fundamentales. Una sociedad capaz de proteger lo que es vulnerable. ¿Y qué es vulnerable? Bueno, los niños son vulnerables; las personas mayores lo son; los enfermos; los desempleados; hasta los animales y la Madre Tierra son vulnerables, así que se los protege.

–En su libro dice que la academia y las universidades hoy son baluartes de la estupidez. ¿Es tan grave el asunto?

–Soy muy crítico de la teoría woke, pero creo que eso es solo una parte del problema. Se supone que las universidades deben ofrecer al mundo el conocimiento de las “universitas”. De allí viene su nombre. Universitas es la educación liberal, que se expresa en la historia, la filosofía, la literatura, las artes. Que no son ciencias duras, pero que representan el arte superior de la lectura, que permite ver las conexiones entre las cosas y los fenómenos. Es un entrenamiento sobre lo que significa ser un ser humano, sus paradojas y misterios, y que incluye el arte, desde la literatura del Dante a la música de Carlos Gardel. Por eso La montaña mágica, de Thomas Mann, es un libro tan importante para mí. Trata sobre todo de enfrentar las grandes preguntas y la búsqueda de las respuestas correctas. Las universidades ya no ofrecen este tipo de educación. Prevalecen las ciencias duras y la tecnología, cosas con las que se pueda hacer dinero. Max Weber habló del peligro de reducir el mundo solo a los hechos. Hay un exceso de racionalización que lleva al desencantamiento del mundo.

–¿Y la teoría woke?

–Como dije, el movimiento woke es un copy-paste del neoestalinismo, y en su esencia no es diferente de los movimientos fascistas. Son la misma cosa. Un dato interesante: mi crítica a la ideología woke es la razón por la que ningún editor norteamericano quiere publicar mi libro. Es interesante. Algunos de ellos me elogian como escritor, pero me dicen que no pueden publicar esto. La autocensura comienza allí.

Nuestra generación tuvo suerte. Nuestros influencers no fueron las Kardashian sino García Márquez, Vargas Llosa, Kafka

–¿Qué piensa de la inteligencia artificial?

–En el libro cuento la historia de mi madre. Ella murió en el año 2000, a los 70 años, lo que fue una especie de milagro, porque tuvo una mala salud. Quiero decir, solo un tonto podría estar en contra de la ciencia, y yo le estoy profundamente agradecido por cómo ayudó a mi madre. Hay muchas cosas importantes que se pueden hacer con inteligencia artificial. Google me permite encontrar mi camino en Buenos Aires, por ejemplo. Pero el problema empieza cuando la inteligencia artificial comienza a reemplazar aquellas capacidades que nos hacen humanos. Ahora los estudiantes están usando el ChatGPT para hacer sus tesis. Quizá hasta obtienen una buena nota. Pero esto no les permite usar su entendimiento y esforzarse para crear algo propio. Esto hace a la gente más estúpida.

–Parece que esta generación les está quitando a las siguientes la posibilidad de entrenar el pensamiento crítico a través del esfuerzo de la escritura, porque acceden a un texto ya dado.

–Hace treinta y tres años fundé una revista, Nexus. Lo hice junto con un viejo editor judío que por milagro sobrevivió al Holocausto y luego, después de la guerra, decidió que quería invertir todo lo que tenía, incluyendo una gran cantidad de dinero, en mantener vivo todo lo que Hitler había querido destruir. Fundó una editorial y una librería. Lo conocí en 1988 y en 1991 empezamos a publicar nuestra revista. Murió en 1992, pero antes me enseñó dos cosas. Decía que después de la Segunda Guerra Mundial la ciencia y la tecnología no conocieron límite, pero que a nivel cultural estábamos de vuelta en la Edad Media. Por esto, creía que con el periódico debíamos seguir el ejemplo de los monasterios, donde se conservaban ciertas cosas y saberes para transmitirlas a las generaciones futuras. Por otro lado, tenía la esperanza de que surgiera una suerte de nuevo Renacimiento. Yo creo que, si no nos destruye la bomba, ese resurgimiento vendrá desde abajo, de las tiendas de libros independientes, de la gente que sigue leyendo, de los jóvenes que están renunciando a X y a Facebook porque saben que están siendo engañados por el sistema. Quiero creer que todavía tenemos un sentido de la calidad. La gente sabe quién es un verdadero amigo, sabe íntimamente si la vida que está llevando tiene sentido o no. Es decir, el problema no está del lado de la demanda, sino del lado de la oferta. Nuestra generación tuvo suerte. Nuestros influencers no fueron las Kardashian sino García Márquez, Vargas Llosa, Kafka. Eso hace una gran diferencia. Hoy nuestra obligación moral es tratar de que la generación joven se aparte de la estupidez que se le ofrece.

–Dos atributos de la personalidad que rescata para estos tiempos son la compasión y el coraje. ¿Por qué?

–Tanto el fascismo como el bolcheviquismo, más allá de las formas en que hoy se presenten, son dos visiones del mundo que adoptan personas que tienen miedo y no conocen la compasión. Nuestros valores fundamentales, como la compasión y el coraje, ¿de dónde vienen? Empiezan a desarrollarse con el tipo de educación que les damos a los niños. Cuando uno decide tener hijos, esos hijos deben poder contar con un amor eterno e incondicional. Porque Freud tenía razón. El tipo de autoconfianza que se necesita en la vida se desarrolla en los primeros cinco o seis años. Cuando sos afortunado y tenés padres que te darán este tipo de amor y seguridad, tendrás una buena vida. También la religión puede darte confianza. Y si no sos religioso, quizá puedas encontrarla en la filosofía. En Sócrates, en las novelas de Tolstoi o Dostoievski. De nuevo, se trata de cultivar el espíritu.

–¿Cómo ve Estados Unidos hoy con la posibilidad de que Trump vuelva a ser presidente?

–En 2016 les dije a mis amigos norteamericanos que Trump ganaría las elecciones. Imposible, me dijeron. Me trataron de viejo europeo que no entiende nada. Les dije que precisamente por eso, porque soy europeo, sé algo sobre fascismo. “Y este tipo va a ganar porque es un fascista”, les dije. Su triunfo fue otro síntoma de que en Estados Unidos el sistema político está colapsando. Pero ante esta posibilidad del retorno de Trump, hagámonos una pregunta: ¿cómo es que el país más poderoso del mundo puede estar ante una elección presidencial entre un fascista y un hombre de 81 años? Es la repetición de la caída del Imperio romano. Pero nosotros, europeos, somos hipócritas, porque estamos ante los mismos problemas. Y si los norteamericanos no hubieran estado allí, quizá Putin ya hubiera llegado a Berlín o a Amsterdam.

–Una última pregunta. En su libro, al presentar su punto de vista se apoya más en la narración de historias que en la abstracción de las ideas. ¿Fue una estrategia consciente?

–Es que no soy un filósofo con una preparación formal. Soy más que nada un lector entrenado. Otro de mis otros héroes es Camus, quien dijo que la mejor manera de transmitir ideas es escribiendo novelas. Y escribió La peste. Yo creo en la narración de historias. Como editor de una revista, le repito al staff que quiero textos escritos de tal manera que los puedan comprender nuestras madres. Porque, ¿para qué escribir algo que no puede entender tu madre, que se supone es la persona más importante de tu vida?

UN DEFENSOR DEL IDEAL HUMANISTA

PERFIL: Rob Riemen

■ Rob Riemen (Países Bajos, 1962) es ensayista, fundador y presidente del Nexus Institute, con sede en Amsterdam, un foro independiente de vocación internacional creado en 1994 con el objeto de fomentar el debate filosófico y cultural y la reflexión intelectual. Es editor de la revista cuatrimestral Nexus.

■ Con la idea de promover la tradición humanista, Nexus ha convocado a personalidades como Michael Ignatieff, Mario Vargas Llosa, George Steiner, Francis Fukuyama, John Coetzee, Susan Sontag, Ai Weiwei, Richard Rorty y Jürgen Habermas, entre muchos otros.

■ En 2008 Riemen publicó Nobleza de espíritu. Un ideal olvidado (Yale University Press). El libro, traducido a 18 idiomas, tiene una edición en español (Taurus, 2016).

■ En La universidad de la vida publicado en 2013, Riemen habla con un grupo único de personas (pensadores, científicos, escritores, músicos) que brindan al lector la sabiduría que han adquirido a través de la experiencia.

■ También ha publicado The Eternal Return of Fascism (2010), The Return of Europe. Her Tears, Deeds and Dreams (2015) y Para combatir esta era (Taurus, 2018).

■ Acaba de publicar en español El arte de ser humanos. Cuatro estudios (Taurus).

 El ensayista neerlandés, que publicó El arte de ser humanos, previene sobre el regreso del fascismo y afirma que muchos de los males contemporáneos se deben al olvido de la tradición humanista  LA NACION

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