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Dimensión desconocida: un millón de cartas, los mensajes ocultos detrás del delirio y el legado que une a Spielberg con Calabró

De no ser por Rod Serling, no existirían Black Mirror, ni Freddy Krueger. Tampoco Los Simpsons, ni Lost. De hecho, la televisión estadounidense sería un territorio mucho más árido, convencional y predecible. Al frente de Dimensión Desconocida, entre 1959 y 1964, Serling patentó un estilo narrativo culto, sofisticado y popular a la hora de abordar la ciencia ficción y el terror.

Con sus inesperadas vueltas de tuerca finales, montó una experiencia artística y comercial capaz de reflejar los males sociopolíticos de su época, sin descuidar las eternas cuestiones existenciales que mueven los hilos del ser humano. Defendió la integridad autoral de sus trabajos, condenó el racismo, la violencia política, la explotación de los hombres por los hombres, e indagó el sentido de la vida y la trascendencia del alma. Imaginó un instante de quiebre donde las posibilidades obligaban al ser humano a enfrentar su contradictoria naturaleza. Y cuando estaba en el pico de su arte, se negó a repetirse. Supo juntarse con los mejores de su estirpe literaria, Ray Bradbury y Richard Matheson; y dejó un legado creativo que une a Steven Spielberg con Juan Carlos Calabró.

Paradoja existencial

Ciudad de Binghamton, en el centro del estado de New York. Más conocida como “el valle de las oportunidades” por su capacidad manufacturera y estratégica ubicación, en el corazón de la ruta que unía la producción industrial, la distribución mayorista y el comercio minorista del país. En este refugio acomodado e intelectualmente superfluo, el joven Rodman Edward Serling era algo así como “el chico raro”. Al igual que sus pares en los tumultuosos años ‘30, Rod devoraba las revistas pulp, con sus relatos de ciencia-ficción, policiales duros y terror sanguinolento; y pasaba una gran parte de la tarde escuchando los radioteatros más aventureros y truculentos. Pero, a diferencia de sus amigos, en lugar de seguir gangsters, vampiros y alienígenas, él encontraba metáforas sobre racismo, corrupción política, explotación laboral, violencia policial y postergación de la mujer.

“Esa perspectiva la tomó de su casa -escribió muchos años después Carolyn Louise Kramer, su futura esposa-. Toda su familia tenía inquietudes artísticas y culturales; y estimularon mucho su mundo interior”. Pero para la escuela, Rod seguía siendo “el payaso del grupo”, esa víctima invisible que reaccionaba de manera agresiva ante los ataques que hoy conocemos como bullying. Para encarrilar esa energía nacida de la angustia, su profesora de Inglés lo instó a sumarse a los talleres extracurriculares de escritura y conversación. Al poco tiempo, Serling se había convertido en la pluma estrella del diario escolar y en la voz cantante de unos debates sociales cada vez más enérgicos. Tanto protagonismo lo puso en la mira de la estación local de radio, que lo contrató como guionista publicitario y de ficción. Cuando la vocación se estaba volviendo profesión, la Segunda Guerra Mundial llamó a su puerta. Y el joven idealista no dudó en alistarse.

“Estuve en Nueva Guinea, Filipinas, Manila y Japón. Dormí en trincheras y vi más cadáveres que sobrevivientes. Si algo me enseñó la guerra es lo imprevisible de la muerte, la paradoja existencial que guía la vida”, contó Serling. De vuelta en los Estados Unidos, transformó estas mochilas emocionales en materiales literarios, radiofónicos y televisivos. Sus primeros guiones fueron saludados por la crítica, aplaudidos por el público y brutalmente censurados por las corporaciones que esponsoreaban la industria. “La TV no es sólo un medio comercial. Creo que es criminal que no se nos permita tomar nota de los males sociales tal como se presentan, de las controversias inherentes a nuestra comunidad”, aseguró en una histórica entrevista con el periodista Mike Wallace en 1959.

Zona de penumbra

Convencido de que la integridad del mensaje estaba atada al grado de libertad económico-financiera del que pudiera gozar, en 1958 fundó la productora Cayuga Productions. Con cierta timidez, le acercó a la CBS el piloto de una nueva serie antológica, capaz de transitar todos los géneros: ciencia ficción, terror, thriller, fantasía, suspenso, humor negro, drama psicológico, fábula distópica, drama urbano y romance trágico, entre otros. El único punto en común sería la perspectiva para el abordaje. En cada caso, el protagonista atravesaría una experiencia inusual, disruptiva y perturbadora, el cruce de una frontera metafísica entre la luz y la sombra, la ciencia y la superstición, la cordura y la locura, lo natural y lo sobrenatural. El propio Serling la definió como “el ingreso a una zona de penumbra que lo resignifique todo”.

La trama seguía a un psicólogo y su paciente, obsesionado con un sueño recurrente en donde se veía a él mismo en 1941, intentando inútilmente alertar a la gente y a las autoridades del próximo ataque relámpago sobre Pearl Harbor. En cada sesión, Peter Jenson intentaba convencer al Dr. Gillespie de que no se trataba de un sueño, sino de un viaje temporal al pasado. Harto de que el profesional no le creyera, Jenson se durmió en plena sesión y soñó que los aviones japoneses le disparaban y lo mataban. Al volver al consultorio, el plano televisivo mostraba el sillón de Gillespie ahora vacío. Y al salir a la calle, se detenía en un bar donde el psicólogo se enteraba que Jensen había sido asesinado en el bombardeo a Pearl Harbor.

La vuelta de tuerca final, capaz de sorprender y descolocar al espectador, se convirtió en la marca de fábrica de Serling, que decidió aparecer como anfitrión al principio y cierre de cada episodio, bajando una reflexión de contenido moralizante. A la CBS le encantó el piloto y lo compró de inmediato, pero no lo emitió y mandó la serie a la zona de penumbra del freezer. “Nunca supimos por qué -aseguró Kramer-, pero Rod nunca se rindió”. Tanto fue el cántaro a la fuente, que al final el piloto cayó en manos de Desilu, productora de Desi Arnaz y Lucille Ball, dueños del encendido familiar con Yo quiero a Lucy. La pareja quedó fascinada con el trabajo de Serling y decidió incluir el episodio dentro del programa de ficciones rotativas Westinghouse Desilu Playhouse, esponsoreado por la empresa de electrodomésticos Westinghouse.

Con Desi Arnaz ocupando el rol de anfitrión que Serling se había reservado, The Time Element se emitió el 24 de noviembre de 1958. La recepción fue extraordinaria. De acuerdo con la leyenda, cerca de un millón de cartas inundaron las oficinas de Desilu, solicitando nuevas historias de ese tipo. “La primera semana leímos más de seis mil notas -dijo Arnaz-. Creo que eso alcanzó para que la gente de CBS reviera su posición”. En tiempo récord, la cadena televisiva contactó a Serling y le dio carta blanca para realizar la serie que quería, tal como quería.

Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) debutó por CBS el 2 de octubre de 1959. De golpe, la pantalla chica se llenó de ideas que privilegiaban la subjetividad crítica, la sutileza sobria y la inteligencia reflexiva, algo no tan común en la televisión estadounidense de la época. “Creo que la filosofía sirve para analizar las elecciones éticas del ser humano ante situaciones límite -explicó Serling en los años ‘70-. Nunca me interesó comprender las actitudes de políticos como el presidente Nixon, por poner un ejemplo, sino entender las cabezas de los ciudadanos que lo votaron”.

Escapismo e instrucción

“Estamos viajando hacia una dimensión distinta a la del mundo de la visión y del sonido. El reino maravilloso de la imaginación, la Dimensión desconocida”. Cada semana, después de esta breve introducción, Rod Serling aparecía en pantalla para ubicar al espectador en tiempo y espacio (externos e internos) del relato que seguiría a continuación. A primera vista, no se alejaba mucho de la tradicional lucha entre el bien y el mal que podía verse en infinidad de programas. Pero al avanzar la trama, el entretenimiento epidérmico iba siendo reemplazado por una sensación de extrañeza que agudizaba los sentidos y exigía intelectualmente al público.

“Dimensión Desconocida fue uno de los programas televisivos más influyentes del siglo pasado -remarcó William P. Simmons, biógrafo de Serling-. Sus historias ofrecían escapismo e instrucción, animando a los espectadores a cuestionar los conceptos establecidos de humanidad, tiempo, género, política y complejidad moral, planteando inquietantes ambigüedades sobre la percepción del honor, la verdad y la identidad. Al abordar los miedos, las necesidades y los deseos humanos, el talento y la sensibilidad de Serling transformó cada episodio en un arma contra la intolerancia, la censura, los prejuicios y la ignorancia”.

De manera invariable, los protagonistas debían enfrentar una profunda crisis interna, la primigenia paradoja existencial que ponía a prueba su verdadera esencia. “Hay una diferencia entre el conformista y el inconformista cansado de pelear -reveló Serling-. El conformista acepta todo con mansedumbre, el inconformista no. Mis personajes, al igual que los espectadores y yo mismo, ya no queremos hacer más concesiones. Ese quiebre físico y psicológico abre la puerta a la revelación personal, que es espejo y reflejo del conflicto universal”.

Al frente de un equipo de guionistas de lujo, donde se encontraban Ray Bradbury y Richard Matheson entre otros popes de la literatura fantástica, Serling retrató cuestiones subjetivas relacionadas con el trámite de la soledad, la agonía, el sinsentido del sufrimiento, el paso del tiempo, la desilusión del mundo adulto, la fragilidad del ser humano. Y al mismo tiempo, expuso el impacto concreto de la codicia capitalista, la deshumanización burocrática, la explotación laboral, el espanto de la guerra, los coletazos del Holocausto, el avance del supremacismo blanco, la caza de brujas macartista. Según Simmons, “Dimensión desconocida se debatía entre lo comercial y lo artístico. Pero Serling resolvió esa encrucijada de la mejor manera: fue ambos, a la vez”.

Fuente de respeto

Con el paso de las semanas, la legión de fanáticos seguidores de la serie fue creciendo. El mercado reaccionó ofreciendo libros, cómics, juegos de mesa y figuritas, que aún hoy son buscados y coleccionados. Pero a la CBS los números nunca le terminaron de cerrar. Aumentó la duración de los capítulos de 30 minutos a una hora, movió el programa por distintos horarios de la grilla, retrotrajo la duración de los episodios a 30 minutos. Cansado del manoseo, y sintiendo que estaba empezando a repetirse, Serling acordó terminar el programa. El 19 de junio de 1964, después de cinco temporadas y 156 episodios, Dimensión desconocida cerró los portales del conocimiento.

Convertida en clásico de un mundo sin canales nostálgicos ni plataformas de streaming, la serie se posicionó en el universo de las reposiciones permanentes a lo largo y ancho del planeta. Estaba tan instalada en el inconsciente colectivo mundial, que no hacía falta su presencia catódica para que el público la reconociera de inmediato. “Para mí, y para toda una generación, la labor de Rod Serling marcó el estándar cualitativo que debía tener la ficción”, declaró Steven Spielberg en 1983, cuando estrenó Dimensión desconocida – La película (Twilight Zone – The Movie), largometraje antológico dirigido por John Landis, Joe Dante, George Miller y el propio Spielberg, dedicados a rehacer con cariño y respeto tres clásicos episodios televisivos.

Recordado por el trágico accidente de helicóptero que le costó la vida a Vic Morrow, el film permitió la validación cultural de Serling, generando nuevas camadas de incondicionales seguidores de la serie, el reconocimiento académico de su propuesta; y el intento permanente de reinventar la rueda: tres relanzamientos del programa (1985, 2002 y 2019), una versión en radioteatro a cargo de la BBC de Londres (2002-2012) y puestas teatrales en Los Angeles y Seattle (1996-2009). Todas reelaborando los guiones más representativos del estilo Serling, ninguna logrando empardar sus méritos creativos. Si hasta Juan Carlos Calabró hospedó su propia “Dimensión descosida” en los sketches de su mítico Calabromas, en la TV argentina de los ‘80. “Lo único que quise fue escribir algo que fuera una muestra de respeto para los televidentes -aseguró Serling-. Y creo que lo logré”.

De no ser por Rod Serling, no existirían Black Mirror, ni Freddy Krueger. Tampoco Los Simpsons, ni Lost. De hecho, la televisión estadounidense sería un territorio mucho más árido, convencional y predecible. Al frente de Dimensión Desconocida, entre 1959 y 1964, Serling patentó un estilo narrativo culto, sofisticado y popular a la hora de abordar la ciencia ficción y el terror.

Con sus inesperadas vueltas de tuerca finales, montó una experiencia artística y comercial capaz de reflejar los males sociopolíticos de su época, sin descuidar las eternas cuestiones existenciales que mueven los hilos del ser humano. Defendió la integridad autoral de sus trabajos, condenó el racismo, la violencia política, la explotación de los hombres por los hombres, e indagó el sentido de la vida y la trascendencia del alma. Imaginó un instante de quiebre donde las posibilidades obligaban al ser humano a enfrentar su contradictoria naturaleza. Y cuando estaba en el pico de su arte, se negó a repetirse. Supo juntarse con los mejores de su estirpe literaria, Ray Bradbury y Richard Matheson; y dejó un legado creativo que une a Steven Spielberg con Juan Carlos Calabró.

Paradoja existencial

Ciudad de Binghamton, en el centro del estado de New York. Más conocida como “el valle de las oportunidades” por su capacidad manufacturera y estratégica ubicación, en el corazón de la ruta que unía la producción industrial, la distribución mayorista y el comercio minorista del país. En este refugio acomodado e intelectualmente superfluo, el joven Rodman Edward Serling era algo así como “el chico raro”. Al igual que sus pares en los tumultuosos años ‘30, Rod devoraba las revistas pulp, con sus relatos de ciencia-ficción, policiales duros y terror sanguinolento; y pasaba una gran parte de la tarde escuchando los radioteatros más aventureros y truculentos. Pero, a diferencia de sus amigos, en lugar de seguir gangsters, vampiros y alienígenas, él encontraba metáforas sobre racismo, corrupción política, explotación laboral, violencia policial y postergación de la mujer.

“Esa perspectiva la tomó de su casa -escribió muchos años después Carolyn Louise Kramer, su futura esposa-. Toda su familia tenía inquietudes artísticas y culturales; y estimularon mucho su mundo interior”. Pero para la escuela, Rod seguía siendo “el payaso del grupo”, esa víctima invisible que reaccionaba de manera agresiva ante los ataques que hoy conocemos como bullying. Para encarrilar esa energía nacida de la angustia, su profesora de Inglés lo instó a sumarse a los talleres extracurriculares de escritura y conversación. Al poco tiempo, Serling se había convertido en la pluma estrella del diario escolar y en la voz cantante de unos debates sociales cada vez más enérgicos. Tanto protagonismo lo puso en la mira de la estación local de radio, que lo contrató como guionista publicitario y de ficción. Cuando la vocación se estaba volviendo profesión, la Segunda Guerra Mundial llamó a su puerta. Y el joven idealista no dudó en alistarse.

“Estuve en Nueva Guinea, Filipinas, Manila y Japón. Dormí en trincheras y vi más cadáveres que sobrevivientes. Si algo me enseñó la guerra es lo imprevisible de la muerte, la paradoja existencial que guía la vida”, contó Serling. De vuelta en los Estados Unidos, transformó estas mochilas emocionales en materiales literarios, radiofónicos y televisivos. Sus primeros guiones fueron saludados por la crítica, aplaudidos por el público y brutalmente censurados por las corporaciones que esponsoreaban la industria. “La TV no es sólo un medio comercial. Creo que es criminal que no se nos permita tomar nota de los males sociales tal como se presentan, de las controversias inherentes a nuestra comunidad”, aseguró en una histórica entrevista con el periodista Mike Wallace en 1959.

Zona de penumbra

Convencido de que la integridad del mensaje estaba atada al grado de libertad económico-financiera del que pudiera gozar, en 1958 fundó la productora Cayuga Productions. Con cierta timidez, le acercó a la CBS el piloto de una nueva serie antológica, capaz de transitar todos los géneros: ciencia ficción, terror, thriller, fantasía, suspenso, humor negro, drama psicológico, fábula distópica, drama urbano y romance trágico, entre otros. El único punto en común sería la perspectiva para el abordaje. En cada caso, el protagonista atravesaría una experiencia inusual, disruptiva y perturbadora, el cruce de una frontera metafísica entre la luz y la sombra, la ciencia y la superstición, la cordura y la locura, lo natural y lo sobrenatural. El propio Serling la definió como “el ingreso a una zona de penumbra que lo resignifique todo”.

La trama seguía a un psicólogo y su paciente, obsesionado con un sueño recurrente en donde se veía a él mismo en 1941, intentando inútilmente alertar a la gente y a las autoridades del próximo ataque relámpago sobre Pearl Harbor. En cada sesión, Peter Jenson intentaba convencer al Dr. Gillespie de que no se trataba de un sueño, sino de un viaje temporal al pasado. Harto de que el profesional no le creyera, Jenson se durmió en plena sesión y soñó que los aviones japoneses le disparaban y lo mataban. Al volver al consultorio, el plano televisivo mostraba el sillón de Gillespie ahora vacío. Y al salir a la calle, se detenía en un bar donde el psicólogo se enteraba que Jensen había sido asesinado en el bombardeo a Pearl Harbor.

La vuelta de tuerca final, capaz de sorprender y descolocar al espectador, se convirtió en la marca de fábrica de Serling, que decidió aparecer como anfitrión al principio y cierre de cada episodio, bajando una reflexión de contenido moralizante. A la CBS le encantó el piloto y lo compró de inmediato, pero no lo emitió y mandó la serie a la zona de penumbra del freezer. “Nunca supimos por qué -aseguró Kramer-, pero Rod nunca se rindió”. Tanto fue el cántaro a la fuente, que al final el piloto cayó en manos de Desilu, productora de Desi Arnaz y Lucille Ball, dueños del encendido familiar con Yo quiero a Lucy. La pareja quedó fascinada con el trabajo de Serling y decidió incluir el episodio dentro del programa de ficciones rotativas Westinghouse Desilu Playhouse, esponsoreado por la empresa de electrodomésticos Westinghouse.

Con Desi Arnaz ocupando el rol de anfitrión que Serling se había reservado, The Time Element se emitió el 24 de noviembre de 1958. La recepción fue extraordinaria. De acuerdo con la leyenda, cerca de un millón de cartas inundaron las oficinas de Desilu, solicitando nuevas historias de ese tipo. “La primera semana leímos más de seis mil notas -dijo Arnaz-. Creo que eso alcanzó para que la gente de CBS reviera su posición”. En tiempo récord, la cadena televisiva contactó a Serling y le dio carta blanca para realizar la serie que quería, tal como quería.

Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) debutó por CBS el 2 de octubre de 1959. De golpe, la pantalla chica se llenó de ideas que privilegiaban la subjetividad crítica, la sutileza sobria y la inteligencia reflexiva, algo no tan común en la televisión estadounidense de la época. “Creo que la filosofía sirve para analizar las elecciones éticas del ser humano ante situaciones límite -explicó Serling en los años ‘70-. Nunca me interesó comprender las actitudes de políticos como el presidente Nixon, por poner un ejemplo, sino entender las cabezas de los ciudadanos que lo votaron”.

Escapismo e instrucción

“Estamos viajando hacia una dimensión distinta a la del mundo de la visión y del sonido. El reino maravilloso de la imaginación, la Dimensión desconocida”. Cada semana, después de esta breve introducción, Rod Serling aparecía en pantalla para ubicar al espectador en tiempo y espacio (externos e internos) del relato que seguiría a continuación. A primera vista, no se alejaba mucho de la tradicional lucha entre el bien y el mal que podía verse en infinidad de programas. Pero al avanzar la trama, el entretenimiento epidérmico iba siendo reemplazado por una sensación de extrañeza que agudizaba los sentidos y exigía intelectualmente al público.

“Dimensión Desconocida fue uno de los programas televisivos más influyentes del siglo pasado -remarcó William P. Simmons, biógrafo de Serling-. Sus historias ofrecían escapismo e instrucción, animando a los espectadores a cuestionar los conceptos establecidos de humanidad, tiempo, género, política y complejidad moral, planteando inquietantes ambigüedades sobre la percepción del honor, la verdad y la identidad. Al abordar los miedos, las necesidades y los deseos humanos, el talento y la sensibilidad de Serling transformó cada episodio en un arma contra la intolerancia, la censura, los prejuicios y la ignorancia”.

De manera invariable, los protagonistas debían enfrentar una profunda crisis interna, la primigenia paradoja existencial que ponía a prueba su verdadera esencia. “Hay una diferencia entre el conformista y el inconformista cansado de pelear -reveló Serling-. El conformista acepta todo con mansedumbre, el inconformista no. Mis personajes, al igual que los espectadores y yo mismo, ya no queremos hacer más concesiones. Ese quiebre físico y psicológico abre la puerta a la revelación personal, que es espejo y reflejo del conflicto universal”.

Al frente de un equipo de guionistas de lujo, donde se encontraban Ray Bradbury y Richard Matheson entre otros popes de la literatura fantástica, Serling retrató cuestiones subjetivas relacionadas con el trámite de la soledad, la agonía, el sinsentido del sufrimiento, el paso del tiempo, la desilusión del mundo adulto, la fragilidad del ser humano. Y al mismo tiempo, expuso el impacto concreto de la codicia capitalista, la deshumanización burocrática, la explotación laboral, el espanto de la guerra, los coletazos del Holocausto, el avance del supremacismo blanco, la caza de brujas macartista. Según Simmons, “Dimensión desconocida se debatía entre lo comercial y lo artístico. Pero Serling resolvió esa encrucijada de la mejor manera: fue ambos, a la vez”.

Fuente de respeto

Con el paso de las semanas, la legión de fanáticos seguidores de la serie fue creciendo. El mercado reaccionó ofreciendo libros, cómics, juegos de mesa y figuritas, que aún hoy son buscados y coleccionados. Pero a la CBS los números nunca le terminaron de cerrar. Aumentó la duración de los capítulos de 30 minutos a una hora, movió el programa por distintos horarios de la grilla, retrotrajo la duración de los episodios a 30 minutos. Cansado del manoseo, y sintiendo que estaba empezando a repetirse, Serling acordó terminar el programa. El 19 de junio de 1964, después de cinco temporadas y 156 episodios, Dimensión desconocida cerró los portales del conocimiento.

Convertida en clásico de un mundo sin canales nostálgicos ni plataformas de streaming, la serie se posicionó en el universo de las reposiciones permanentes a lo largo y ancho del planeta. Estaba tan instalada en el inconsciente colectivo mundial, que no hacía falta su presencia catódica para que el público la reconociera de inmediato. “Para mí, y para toda una generación, la labor de Rod Serling marcó el estándar cualitativo que debía tener la ficción”, declaró Steven Spielberg en 1983, cuando estrenó Dimensión desconocida – La película (Twilight Zone – The Movie), largometraje antológico dirigido por John Landis, Joe Dante, George Miller y el propio Spielberg, dedicados a rehacer con cariño y respeto tres clásicos episodios televisivos.

Recordado por el trágico accidente de helicóptero que le costó la vida a Vic Morrow, el film permitió la validación cultural de Serling, generando nuevas camadas de incondicionales seguidores de la serie, el reconocimiento académico de su propuesta; y el intento permanente de reinventar la rueda: tres relanzamientos del programa (1985, 2002 y 2019), una versión en radioteatro a cargo de la BBC de Londres (2002-2012) y puestas teatrales en Los Angeles y Seattle (1996-2009). Todas reelaborando los guiones más representativos del estilo Serling, ninguna logrando empardar sus méritos creativos. Si hasta Juan Carlos Calabró hospedó su propia “Dimensión descosida” en los sketches de su mítico Calabromas, en la TV argentina de los ‘80. “Lo único que quise fue escribir algo que fuera una muestra de respeto para los televidentes -aseguró Serling-. Y creo que lo logré”.

 Caminando entre la locura y la cordura, lo natural y lo sobrenatural, esta serie dividió las aguas de la televisión popular estadounidense de los años ‘60: de la mano de Rod Serling, la ciencia ficción y el terror se transformaron en tribuna social contra la intolerancia, la censura, los prejuicios y la ignorancia  LA NACION

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