Patricio Coutoune: el recuerdo de Claudio Levrino, su aventura por los Estados Unidos y el proyecto que lo trae de regreso al teatro
Es hijo de Cristina del Valle y Alberto Coutoune, y Claudio Levrino fue su papá del corazón. Quizá porque creció entre los teatros y los sets de televisión, Patricio Coutoune eligió ser actor, director, autor, productor y también cantante. Hizo teatro de repertorio, tuvo una banda, vivió en los Estados Unidos con una visa de talento extraordinario, tuvo restaurantes, y desde hace años trabaja en el mundo del fútbol. Después de veinte años vuelve a subirse a un escenario para protagonizar Gayola en París, un unipersonal que escribe y produce Pamela Jordán, su mujer, y dirige Pablo Gorlero, con música de Fernando Nazar. En diálogo con LA NACIÓN, cuenta su historia de vida, repasa los muchos oficios que tiene, habla de la relación con su mamá y recuerda el trágico accidente de Levrino.
-Es tu primer unipersonal pero hace muchos años que te ganas la vida como actor, ¿cierto?
-Sí, muchos años. Trabajé con Pepito Cibrián en El David, hice la producción general de Sr. Imaginación, la dirección de El diario de Anton, Entre el tango y el jazz, Hamlet. Hice mucho teatro de repertorio y mi maestro fue Rodolfo Graciano, hasta que en el 2000 me fui a los Estados Unidos. Seguí trabajando en teatro también, en comedias más livianas. Armamos una compañía de latinos y la consigna era que cada uno hablara con su propio acento; había cubanos, peruanos, puertorriqueños, argentinos. Volvimos en el 2005, e hice La importancia de llamarse Ernesto. Esta es mi vuelta al teatro desde el año 2005.
-¿Cómo surgió este proyecto?
-Yo canto tangos desde hace unos años y con mi mujer, Pamela, jugábamos a cambiarles las letras durante la pandemia. Y así surgió la historia de Serafín, que está “engayolado” (preso) en París. Estos tangos inspiraron a Pamela; la música, en este caso, alimentó a la dramaturgia. Estrenamos el 31 de mayo en el Patio de Actores (Lerma 568, CABA) y vamos a estar todos los viernes a las 20.30.
-¿Y por qué volvés ahora?
-Me dediqué más a cantar y a otra cosa que me gusta mucho, la cocina; tuve restaurantes, bares, delivery durante varios años. Siempre lo intercalé con mi parte artística. También fue mi elección de vida con mi familia, mis hijos, mi mujer. Me llené de ese núcleo y no me surgían las ganas de hacer teatro, porque cuando me involucro le meto una energía tremenda y en ese momento no podía hacer todo a la vez. Pero sí hice producción teatral.
-¿Sos chef?
-No soy chef, pero me gusta la cocina. Y muchas veces les cocino rico a mis hijos, Lucas y Juana, y a mi mujer Pamela, claro. Mis hijos viven solos ya, y con Pamela hace 30 años que estamos juntos. Lucas es músico, pianista, pero trabaja en una multinacional. Juana se dedicó al cine y trabaja en una agencia de publicidad.
-Y vos trabajás en algo relacionado al fútbol… ¿Qué hacés?
-Mi trabajo está ligado al fútbol: soy el nexo entre los dueños de los derechos del fútbol y los canales para acreditar a la gente que puede tomar imágenes. Hoy trabajo para la Liga, TNT y Disney. Se acreditan unas 1500 personas por fin de semana.
-¿Te interesa el fútbol?
-Si, me gusta mucho. Soy hincha de River.
-Y el amor por el arte, ¿lo mamaste en casa?
-Mi papá, Alberto Coutoune, que falleció hace poco, era joyero y fue el primer marido de mi mamá. Era un bon vivant. También se dedicó a la gastronomía y trabajé con él mucho tiempo. Vivió en Italia, Estados Unidos, Uruguay… Era muy carismático, de una vida social muy activa. Tengo dos hermanos por parte de mi papá, Stefano y Luigi, que viven en Italia y Estados Unidos. No nos vemos tanto, pero tenemos mucha comunicación y una linda relación. Y tengo a Federico Levrino por parte de mi mamá; con él me crié. Cuando Claudio murió, aunque yo tenía 10 años, un poco tomé el rol de papá y mi hermano se pegó a mí. Fue un momento muy complicado, una tragedia tremenda.
-¿Cómo recordás a Claudio Levrino?
-Claudio fue como mi papá, me crió porque vivimos juntos desde mis 2 años hasta que se murió. Yo le decía “papá”. Mi papá vivía en Brasil en ese momento y mi mamá quedó un poco sola; después tuvieron una relación hermosa. Me costó reconectar con mi papá y fue gracias a Claudio, que nos juntó y me dijo: “Él es tu papá de sangre y yo soy tu papá del corazón”. A partir de ahí tuvimos una relación buenísima y cuando los fines de semana mi papá me buscaba a mí, también se llevaba a Fede. Entonces el amor por el arte lo mamé de mi mamá y de mi papá Claudio, que me llevaba a todos lados. Íbamos al canal, al teatro en Buenos Aires y en Mar del Plata. Los veranos los pasábamos en Miramar, porque ahí tenían casa mis abuelos y Claudio hacía temporada en Mar del Plata.
-Justamente en ese trayecto sucedió la tragedia…
-Si, saliendo de Mar del Plata hacia Miramar. Había hecho una función, después fueron a cenar y ya volvían a casa.
-¿Cómo la viviste siendo tan chiquito?
-Fue una desgracia. Tenía un arma cargada en el auto y esa noche, la agarró, sacó el cargador y no se dio cuenta de que quedaba la bala de la recámara. No se apuntó a la cabeza, pero disparó, la bala le pegó en el cuello y fue hacia la cabeza. Fue terrible. Y muy complicado para nosotros en la escuela. Un tipo muy carismático, muy buena persona, amoroso conmigo. Fue difícil. Mi mamá estuvo muy mal y mi tío, Alfredo Cahe, estuvo muy presente y mi papá también, al igual que el hermano de Claudio, Guido Levrino, que nos acompañó mucho hasta que se murió hace muy poquito. Toda la familia, de los dos lados, estuvieron muy cerca siempre. Tengo el mejor recuerdo de Claudio y también me dejó a mi hermano, y tenemos una relación muy fuerte. Somos muy familieros.
-¿Cómo siguió la vida después de lo que sucedió?
-Fue muy difícil al principio. Y después apareció Rubén Green en la familia. Nosotros a nuestra mamá le boicoteábamos todos los novios que traía hasta que apareció Rubén, que era un pan de dios. Éramos compinches, un tipazo. Y mi mamá siempre fue mi inspiración también en lo que soy como actor. La iba a ver mucho al teatro cuando hacían temporadas de Matrimonios y algo más en Mar del Plata. Esa fue una etapa linda de mi adolescencia. Ella fue muy valiente para criar a dos varones, siempre estuvo y está cuando la necesitamos. Una gran madre.
-Viviste cinco años en los Estados Unidos, ¿qué hacías allá?
-Nos fuimos porque estaba difícil. Yo había hecho Hamlet en teatro, tenía una banda de rock y pintaba casas. Fuimos a probar suerte y con un trabajo que finalmente no salió, pero nos quedamos igual. Salí a golpear puertas y conseguí trabajo como pintor en una cadena de supermercados. Decidimos quedarnos, empecé a trabajar por mi cuenta, armé una empresa y nos fue bien. Además, hacía teatro y Pamela tenía su empresa de animaciones infantiles para latinos y les iba bárbaro con su hermana. Sacamos los papeles en el consulado de los Estados Unidos de Ciudad Juárez, en México, porque queríamos estar legales. Esa historia es para hacer una película.
-¿Qué pasó?
-No teníamos un mango. Necesitaba quedarme 17 días hasta la fecha de la cita, con 200 dólares en el bolsillo para comer y dormir. Dormí en Tampico, una ciudad fabril, por diez dólares diarios. Una pocilga. Era tremendo. Me hice amigo de un luchador que atendía un quiosco y me regalaba unas sopitas que era lo que comía; bajé como 15 kilos. Mi mujer me llamaba todos los días al quiosco hasta que se vino, porque los papeles no salían. Al final salieron y tengo una visa como talento extraordinario. Fueron semanas tremendas, pero somos budistas y teníamos mucha convicción, algo que ayudó a que todo se materialice. Nos volvimos porque extrañábamos mucho. Nos iba bien, pero los argentinos tenemos una pertenencia muy particular.
-¿Cómo conociste a Pamela?
-Nos conocimos en Hendrix, que era un antro en San Telmo en el que cantaba con mi banda. Teníamos una amiga en común, yo la había conocido a través de ella y un día le dije a mi amiga que la trajera a ver el show. Fue un flechazo.
-¿Cuándo empezaron a practicar el budismo?
-Cuando nos fuimos a los Estados Unidos. Vengo de una tradición católica y ella es judía de parte de madre. Decidimos no darle una religión a nuestros hijos para que pudieran elegir en su adultez. Y en ese punto también elegimos nosotros y nos identificamos con el budismo. Hay momentos en que somos más practicantes y otros menos, siempre desde el amor.
Para agendar:
Gayola en Paris. Desde el 31 de mayo, todos los viernes a las 20.30 en el Patio de Actores (Lerma 568, CABA).
Agradecemos al Espacio Constantin – Pasaje Behring 2582, CABA.
Es hijo de Cristina del Valle y Alberto Coutoune, y Claudio Levrino fue su papá del corazón. Quizá porque creció entre los teatros y los sets de televisión, Patricio Coutoune eligió ser actor, director, autor, productor y también cantante. Hizo teatro de repertorio, tuvo una banda, vivió en los Estados Unidos con una visa de talento extraordinario, tuvo restaurantes, y desde hace años trabaja en el mundo del fútbol. Después de veinte años vuelve a subirse a un escenario para protagonizar Gayola en París, un unipersonal que escribe y produce Pamela Jordán, su mujer, y dirige Pablo Gorlero, con música de Fernando Nazar. En diálogo con LA NACIÓN, cuenta su historia de vida, repasa los muchos oficios que tiene, habla de la relación con su mamá y recuerda el trágico accidente de Levrino.
-Es tu primer unipersonal pero hace muchos años que te ganas la vida como actor, ¿cierto?
-Sí, muchos años. Trabajé con Pepito Cibrián en El David, hice la producción general de Sr. Imaginación, la dirección de El diario de Anton, Entre el tango y el jazz, Hamlet. Hice mucho teatro de repertorio y mi maestro fue Rodolfo Graciano, hasta que en el 2000 me fui a los Estados Unidos. Seguí trabajando en teatro también, en comedias más livianas. Armamos una compañía de latinos y la consigna era que cada uno hablara con su propio acento; había cubanos, peruanos, puertorriqueños, argentinos. Volvimos en el 2005, e hice La importancia de llamarse Ernesto. Esta es mi vuelta al teatro desde el año 2005.
-¿Cómo surgió este proyecto?
-Yo canto tangos desde hace unos años y con mi mujer, Pamela, jugábamos a cambiarles las letras durante la pandemia. Y así surgió la historia de Serafín, que está “engayolado” (preso) en París. Estos tangos inspiraron a Pamela; la música, en este caso, alimentó a la dramaturgia. Estrenamos el 31 de mayo en el Patio de Actores (Lerma 568, CABA) y vamos a estar todos los viernes a las 20.30.
-¿Y por qué volvés ahora?
-Me dediqué más a cantar y a otra cosa que me gusta mucho, la cocina; tuve restaurantes, bares, delivery durante varios años. Siempre lo intercalé con mi parte artística. También fue mi elección de vida con mi familia, mis hijos, mi mujer. Me llené de ese núcleo y no me surgían las ganas de hacer teatro, porque cuando me involucro le meto una energía tremenda y en ese momento no podía hacer todo a la vez. Pero sí hice producción teatral.
-¿Sos chef?
-No soy chef, pero me gusta la cocina. Y muchas veces les cocino rico a mis hijos, Lucas y Juana, y a mi mujer Pamela, claro. Mis hijos viven solos ya, y con Pamela hace 30 años que estamos juntos. Lucas es músico, pianista, pero trabaja en una multinacional. Juana se dedicó al cine y trabaja en una agencia de publicidad.
-Y vos trabajás en algo relacionado al fútbol… ¿Qué hacés?
-Mi trabajo está ligado al fútbol: soy el nexo entre los dueños de los derechos del fútbol y los canales para acreditar a la gente que puede tomar imágenes. Hoy trabajo para la Liga, TNT y Disney. Se acreditan unas 1500 personas por fin de semana.
-¿Te interesa el fútbol?
-Si, me gusta mucho. Soy hincha de River.
-Y el amor por el arte, ¿lo mamaste en casa?
-Mi papá, Alberto Coutoune, que falleció hace poco, era joyero y fue el primer marido de mi mamá. Era un bon vivant. También se dedicó a la gastronomía y trabajé con él mucho tiempo. Vivió en Italia, Estados Unidos, Uruguay… Era muy carismático, de una vida social muy activa. Tengo dos hermanos por parte de mi papá, Stefano y Luigi, que viven en Italia y Estados Unidos. No nos vemos tanto, pero tenemos mucha comunicación y una linda relación. Y tengo a Federico Levrino por parte de mi mamá; con él me crié. Cuando Claudio murió, aunque yo tenía 10 años, un poco tomé el rol de papá y mi hermano se pegó a mí. Fue un momento muy complicado, una tragedia tremenda.
-¿Cómo recordás a Claudio Levrino?
-Claudio fue como mi papá, me crió porque vivimos juntos desde mis 2 años hasta que se murió. Yo le decía “papá”. Mi papá vivía en Brasil en ese momento y mi mamá quedó un poco sola; después tuvieron una relación hermosa. Me costó reconectar con mi papá y fue gracias a Claudio, que nos juntó y me dijo: “Él es tu papá de sangre y yo soy tu papá del corazón”. A partir de ahí tuvimos una relación buenísima y cuando los fines de semana mi papá me buscaba a mí, también se llevaba a Fede. Entonces el amor por el arte lo mamé de mi mamá y de mi papá Claudio, que me llevaba a todos lados. Íbamos al canal, al teatro en Buenos Aires y en Mar del Plata. Los veranos los pasábamos en Miramar, porque ahí tenían casa mis abuelos y Claudio hacía temporada en Mar del Plata.
-Justamente en ese trayecto sucedió la tragedia…
-Si, saliendo de Mar del Plata hacia Miramar. Había hecho una función, después fueron a cenar y ya volvían a casa.
-¿Cómo la viviste siendo tan chiquito?
-Fue una desgracia. Tenía un arma cargada en el auto y esa noche, la agarró, sacó el cargador y no se dio cuenta de que quedaba la bala de la recámara. No se apuntó a la cabeza, pero disparó, la bala le pegó en el cuello y fue hacia la cabeza. Fue terrible. Y muy complicado para nosotros en la escuela. Un tipo muy carismático, muy buena persona, amoroso conmigo. Fue difícil. Mi mamá estuvo muy mal y mi tío, Alfredo Cahe, estuvo muy presente y mi papá también, al igual que el hermano de Claudio, Guido Levrino, que nos acompañó mucho hasta que se murió hace muy poquito. Toda la familia, de los dos lados, estuvieron muy cerca siempre. Tengo el mejor recuerdo de Claudio y también me dejó a mi hermano, y tenemos una relación muy fuerte. Somos muy familieros.
-¿Cómo siguió la vida después de lo que sucedió?
-Fue muy difícil al principio. Y después apareció Rubén Green en la familia. Nosotros a nuestra mamá le boicoteábamos todos los novios que traía hasta que apareció Rubén, que era un pan de dios. Éramos compinches, un tipazo. Y mi mamá siempre fue mi inspiración también en lo que soy como actor. La iba a ver mucho al teatro cuando hacían temporadas de Matrimonios y algo más en Mar del Plata. Esa fue una etapa linda de mi adolescencia. Ella fue muy valiente para criar a dos varones, siempre estuvo y está cuando la necesitamos. Una gran madre.
-Viviste cinco años en los Estados Unidos, ¿qué hacías allá?
-Nos fuimos porque estaba difícil. Yo había hecho Hamlet en teatro, tenía una banda de rock y pintaba casas. Fuimos a probar suerte y con un trabajo que finalmente no salió, pero nos quedamos igual. Salí a golpear puertas y conseguí trabajo como pintor en una cadena de supermercados. Decidimos quedarnos, empecé a trabajar por mi cuenta, armé una empresa y nos fue bien. Además, hacía teatro y Pamela tenía su empresa de animaciones infantiles para latinos y les iba bárbaro con su hermana. Sacamos los papeles en el consulado de los Estados Unidos de Ciudad Juárez, en México, porque queríamos estar legales. Esa historia es para hacer una película.
-¿Qué pasó?
-No teníamos un mango. Necesitaba quedarme 17 días hasta la fecha de la cita, con 200 dólares en el bolsillo para comer y dormir. Dormí en Tampico, una ciudad fabril, por diez dólares diarios. Una pocilga. Era tremendo. Me hice amigo de un luchador que atendía un quiosco y me regalaba unas sopitas que era lo que comía; bajé como 15 kilos. Mi mujer me llamaba todos los días al quiosco hasta que se vino, porque los papeles no salían. Al final salieron y tengo una visa como talento extraordinario. Fueron semanas tremendas, pero somos budistas y teníamos mucha convicción, algo que ayudó a que todo se materialice. Nos volvimos porque extrañábamos mucho. Nos iba bien, pero los argentinos tenemos una pertenencia muy particular.
-¿Cómo conociste a Pamela?
-Nos conocimos en Hendrix, que era un antro en San Telmo en el que cantaba con mi banda. Teníamos una amiga en común, yo la había conocido a través de ella y un día le dije a mi amiga que la trajera a ver el show. Fue un flechazo.
-¿Cuándo empezaron a practicar el budismo?
-Cuando nos fuimos a los Estados Unidos. Vengo de una tradición católica y ella es judía de parte de madre. Decidimos no darle una religión a nuestros hijos para que pudieran elegir en su adultez. Y en ese punto también elegimos nosotros y nos identificamos con el budismo. Hay momentos en que somos más practicantes y otros menos, siempre desde el amor.
Para agendar:
Gayola en Paris. Desde el 31 de mayo, todos los viernes a las 20.30 en el Patio de Actores (Lerma 568, CABA).
Agradecemos al Espacio Constantin – Pasaje Behring 2582, CABA.
Tras veinte años alejado de las tablas, se prepara para retornar con un unipersonal y repasa con LA NACIÓN los recuerdos de su infancia, su historia de vida y la trayectoria que lo condujo hasta el artista que es hoy LA NACION