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¿Hereditaria o adquirida? Esto dice la ciencia sobre la tendencia a la ludopatía

Aunque muchos aspectos de este problema no están del todo claros, la ludopatía tiene un origen complicado, donde podría existir, también, un componente genético. Sin embargo, para algunos expertos, tratar de culpar a uno o varios genes por un comportamiento tan complejo podría ser un grave error de simplificación.


La ludopatía, disección de una enfermedad
En 1980, la ludopatía era considerada un problema de control de impulsos. A partir de los noventa, su inclusión en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (o DSM por sus siglas en inglés) como un trastorno de adicción cambió por completo su concepción. Más recientemente se la ha considerado como una enfermedad con un fuerte rasgo fisiológico.

Todo esto sirve para mostrar una cosa: es un problema con un origen muy complejo y difícil de entender. En la definición actual, correspondiente al DSM-5, la ludopatía es una adicción no mediada por sustancias. Por tanto, puede reconocerse por cuatro elementos básicos que ayudan al diagnóstico:

La impaciencia adictiva: cuando las ansias por satisfacer la conducta adictiva alteran el comportamiento
La falta de control: cuando no se puede impedir la actitud adictiva
El síndrome de abstinencia: que aparece cuando se interrumpe la conducta adictiva
La tolerancia: que hace que el adicto necesite cada vez más
Como todo lo relacionado con nuestra biología, la ludopatía tiene un fuerte componente fisiológico. Se han tratado de dilucidar los mecanismos existentes tras este tipo de comportamientos a nivel bioquímico. Hoy en día, comprendemos que tiene un contexto tanto fisiológico como social, y que participa en distintos niveles de la enfermedad.

Tragamonedas
Centrándonos en el apartado molecular, que es el que mejor podemos relacionar con los genes, conocemos al menos tres mecanismos moleculares que participan en el disparo de la ludopatía. El primero es el sistema de control de impulsos, donde la serotonina juega un papel fundamental. Este neurotransmisor se relacionó con la ludopatía por primera vez ya que muchos jugadores compulsivos han mostrado un déficit de producción o un fallo en los receptores de este neurotransmisor en ciertas partes del cerebro.

El segundo de los mecanismos conocidos implica la activación del sistema nervioso en un concepto llamado arousal o búsqueda de sensaciones. En este, la noradrenalina y su déficit provocaría una búsqueda constante de estímulo que excite al jugador, que buscaría dicha experiencia en los juegos de azar. Las máquinas de azar y los juegos activos, que implican al jugador, provocan una mayor activación del sistema nervioso.

El tercero es un mecanismo muy conocido ya que es el mismo que actúa en la adicción de sustancias como el alcohol o los estupefacientes. En este, la dopamina, una hormona relacionada con el sistema de recompensa y el placer, no completaría adecuadamente su trabajo debido a problemas de origen diverso. Al no funcionar bien esta vía, el sistema de recompensa no podría hacer su papel, de manera que el jugador compulsivo buscaría compensar esta respuesta, grosso modo.

La ludopatía es más que genes
«Si somos seres vivos, ¿cómo no va a haber un componente genético», nos explica al teléfono Eparquio Delgado, psicólogo y experto, del Centro Psicológico Rayuela. «¡Claro que que los genes cumplen con alguna función, y las moléculas implicadas también! Pero el rango de fenómenos que puede explicar el genoma [en aspectos psicosociales] es limitadísimo».

Para Eparquio, el tratar de atribuir un comportamiento complejo como es la ludopatía a una serie de mecanismos moleculares concretos y acotados es excesivamente simplista. «Con todo lo que sabemos actualmente sobre los procesos celulares que no son consecuencia directa de la intervención del genoma, de la traducción, de la epigenética… con todo lo que estamos encontrando sobre el tema, parece un poco obsoleto».

Según nos explica el experto, sí que podemos encontrar correlaciones entre la ludopatía y los componentes genéticos. Pero, como sabemos, correlación no implica causalidad. Esto quiere decir que aunque exista una relación puede ser simple casualidad, y no que se deba a una causa probada. «Si nos acercamos a la ludopatía desde un punto de vista mínimamente riguroso no podemos dejar de incluir un componente psicológico y, sobre todo, un componente sociológico». Remarca el experto.
Al contrario, según nos explica, lo que quiere es hacernos entender que reducir el impacto de este problema a una cuestión genética, o molecular, es un error. «Es importante atender a los factores sociológicos, especialmente, porque sería una manera de acercarnos a las soluciones del problema. Cuando nos investigamos un fenómeno problemático, lo hacemos implícitamente para poder influir sobre él», explica.

«Un acercamiento que no sea sociológico, de entrada, me parece una pérdida de tiempo», acota. «Es legítimo, pero no creo que sirva de mucho. Los estudios genéticos, especialmente si hablamos de genética de poblaciones, no se pueden extrapolar a casos individuales». Tal y como comenta Eparquio, hay una relación difícil de afrontar, en la que existen muchos y complicados niveles, desde la base impuesta por los genes al apartado del comportamiento.

Por decirlo de alguna manera, en una analogía un tanto burda, es como querer solucionar un glitch en un videojuego tratando de cambiar un transistor en alguno de los componentes del hardware. «¿De qué me sirve a mí saber que los canales dopaminérgicos están significativamente afectados en un número significativo de personas que padecen de ludopatía a la hora de solucionar el problema?».

No existe «el gen de la ludopatía»
«Asumir de entrada el comportamiento de una persona con ludopatía sin analizar la razón de ese comportamiento, o asumir que todos los ludópatas sufren del problema por la misma causa, y que este comportamiento cumple con la misma función en todos, es una irresponsabilidad. Es imposible».

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